Reseña del libro “Solo nos queda esperar lo mejor”, de Carolina Setterwall
«Dejar que el vacío sea vacío. Y la tristeza, tristeza. A la espera de la luz». Así empieza Solo nos queda esperar lo mejor, de Carolina Setterwall, publicada por Seix Barral. Una larga carta dirigida a su pareja, muerta de manera repentina, en la cual transitan todas las emociones humanas posibles. Es imposible no empatizar con la voz de la escritora, porque es desgarradora, llena de verdad, triste y dubitativa.
En octubre de 2014, el compañero de Carolina, Aksel, muere en la cama súbitamente, dejando a la autora sola con Ivan, su hijo de apenas ocho meses. A partir de este momento, Setterwall hace un recorrido por los días que siguen a la pérdida, en una primera parte que alterna los últimos meses de aquel año con los recuerdos de toda su relación, avanzando en el tiempo hasta que las dos eras confluyen a finales de 2014.
La relación entre ambos siempre estuvo marcada por su diferencia de carácter y por su distinte enfoque, hecho que hizo que las dudas, así como el cansancio, transitasen con la escritora. Su día a día, antes de la muerte inesperada de Aksel, es el intento de conciliación entre hogar, Ivan, amistades, trabajo y relación, aportando una visión totalmente realista a unas páginas que, ya de por sí, lo son. Carolina no puede, una vez muerto su compañero, reprimir el impulso de sentirse culpable de su muerte; una culpabilidad que le da la mano desde el primer día hasta cerrar el libro.
Los días posteriores al fallecimiento de Aksel asistimos a una especie de diario personal de sus emociones. Otra vez, como tantas otras, la escritura como espejo, como papel, como marca para desprenderse de. Una reseña no hace justicia a la valentía que impregna cada una de las frases de Solo nos queda esperar lo mejor, porque la sensación de ahogo, de desconsuelo, de solidaridad que sientes con la escritora, con su desamparo, con su bruma y su desconcierto y su incertidumbre ante una realidad totalmente no esperada y que no sabe cómo encarar es palpable en cada palabra.
La novela, o el grito, o la redención, está llena de la agitación mental que describe la cotidianidad de la protagonista una vez el primer impacto ha pasado y los días se llenan de crianza, de trabajo completo, de familia y obligaciones impuestas; de cuestionarse, todo el tiempo, su papel como madre, como nuera, como hija.
En la segunda parte, que abarca los años 2015 y 2016, asistimos al regreso de Carolina al mundo. La vuelta a la oficina, a las amigas, a las fiestas con un niño y a enamorarse y pensar en construir un futuro compartido. Y en un flaquear que es el inicio de su renacer.
La única manera de compartir su dolor, de comprenderlo, es acompañar a Carolina con la lectura, que es lo que la escritura pretende. No ser víctima, tan solo ser capaz de comprender los por qué y de darles sentido. Hay tristeza y un poco de esperanza, en Solo nos queda esperar lo mejor. Solo eso, y el devenir.