Soy leyenda, de Richard Matheson
El miedo se dispara ante situaciones sobre las que no tenemos ningún tipo de control y desconocemos sus consecuencias. Es una alarma necesaria que nos advierte del peligro, real o no. Como un puente sobre un precipicio por el que no nos atrevemos a cruzar. Cuando ya hemos pasado muchas veces por encima de él, demasiadas como para dar un paso firme o saber que nunca cederá del todo, el miedo disminuye o incluso, a veces, desaparece. No importa que el riesgo siga existiendo, nuestra experiencia nos dice que estaremos bien.
Algo parecido ocurre con algunos personajes clásicos de la literatura de terror. Se ha escrito tanto sobre ellos que su efecto ha disminuido excesivamente y ya no lo sentimos como una amenaza real. Es más nos cuesta imaginar que algún día lo fueran. Más si hablamos de vampiros. Probablemente el personaje peor tratado en este sentido. La literatura lo ha convertido hoy en un fantasma de sí mismo, a pesar de lo que, a algunos, su figura nos siga fascinando.
Sea como sea, sospecho que en 1954, cuando Richard Matheson, autor también entre otros de La casa infernal, publica su fabulosa Soy leyenda, el vampiro ya no es ni una décima parte de lo que había sido. Para hacernos una idea entonces ya se habían rodado unas quince películas solo sobre Drácula desde los años veinte. Pero la amenaza está ahí. O más bien la tiene Robert Neville, su protagonista, el último hombre superviviente de la tierra que vive encerrado por las noches en su casa rodeado de quienes una vez fueron sus conocidos y amigos, ahora vampiros, que le acechan desde la calle y le llaman por su nombre. Solo que aquí el miedo no es este, sino es otro. Algo más profundo y abstracto. Algo como el vago temor a ser realmente el último hombre de la tierra o, peor, a tener la esperanza de no serlo.
Y es que es precisamente esta, la dichosa y maldita esperanza, la razón por la que Nelville continúa viviendo prisionero en su propia casa, convertido en un depredador, en un asesino de vampiros durante el día, con el fin de poder encontrar otro igual, otro ser humano en cuya voz o en cuyos ojos pueda reconocerse.
Es Soy leyenda una vuelta de tuerca al género del terror. Algo que va más allá. Entre otras cosas porque el escritor americano no se limita a contarnos un relato de vampiros. De hecho, aquí los vampiros son lo de menos. Más bien, son la excusa para plantear cuestiones como la dualidad entre el bien y el mal, lo normal o lo anormal, o la redefinición del concepto de lo que es monstruoso o no lo es, de lo que se sale del orden establecido o de la naturaleza.
Un relato claustrofóbico donde su protagonista se va quedando sin salidas, como un lobo rodeado por cazadores, que tiene que ver más con una especie de temor opresivo que con el terror en sí. El hombre contra sí mismo. Porque al final, los peores temores, son los más cotidianos. Los que habitan en nuestra cabeza. Aquellos que nos devuelve el espejo cuando alguien cierra la puerta y nos quedamos al fin a solas.