Reseña del cómic “Spiderman: La última cacería de Kraven”, de J.M. DeMatteis y Mike Zeck
A finales de los años 80 alguien consiguió dar sepultura a Spiderman. Kraven el Cazador fue el villano que consiguió tal proeza y fue sin duda algo totalmente inesperado. Hasta entonces, el aristócrata ruso que huyó a Estados Unidos con su familia tras la Revolución de febrero, había sido un personaje de segunda, un villano de opereta. Sergei Kravinoff era un tipo aficionado a la caza mayor empecinado en cobrarse su mayor presa: Spiderman. Pero tras muchos intentos lo único que conseguía era encadenar fracasos, humillantes en la mayoría de casos, y cada uno de ellos aderezado con el típico chiste punzante de nuestro amigo y vecino Spiderman. J.M. DeMatteis, autor del brillantísimo cómic Moonshadow, fue el que planteó la idea de aniquilar al héroe en un guion que tenía mucho de thriller psicológico. Al principio la idea la intentó vender a DC sugiriendo al Joker como la mente criminal y a Batman como el héroe caído. Por desgracia, por aquel entonces, en la casa de Superman y Wonder Woman ya se estaba trabajando en algo similar, que más tarde se convertiría en La broma asesina, y desterraron la idea. J. M. DeMatteis no se dio por vencido y simplemente esperó su oportunidad. Ésta llegó cuando en Marvel le dieron la opción de hacerse cargo de la colección de Spiderman. Fue entonces cuando DeMatteis aliado con el dibujante Mike Zeck llevaron a cabo el arco argumental conocido como Spiderman: La última cacería de Kraven.
Kraven el Cazador es capaz de convertirse en su presa, de mimetizarse, de igualarla primero y de superarla después para acabar con ella. Tras un sinfín de intentos infructuosos ha encontrado la manera de recuperar el honor, el suyo y el de su familia. Y este pasa por acabar definitivamente con Spiderman. Enviarlo a la tumba. Enterrarlo. Acabar con su vida. Tomar posesión de su papel como superhéroe y suplantar al Lanzarredes para así demostrar que es mejor que él. El inicio de Spiderman: La última cacería de Kraven es un juego del gato y el ratón que no solo involucrará a cazador y presa. Peter Parker acaba de casarse con Mary Jane, y aunque es tremendamente feliz por el hecho de compartir su vida con la mujer que más ama, la muerte de un matón de tres al cuarto le tiene bastante afectado. Con el héroe algo desequilibrado emocionalmente, el villano aprovecha la ocasión para tender su trampa. El guionista nos lleva por los recovecos oscuros de la mente de Sergei Kravinoff, por esa mente fragmentada por el daño que se le infligió a su familia, por ese honor perdido y, sobre todo, por esa espiral de locura. Pero también conoceremos el miedo a la pérdida por parte de Mary Jane que descubre horrorizada como Spiderman desaparece sin dejar rastro. De igual forma se profundiza en el trauma sufrido por Peter Parker, en esa suerte de doble personalidad a la que debe resistirse cada vez que se enfunda el traje, con momentos de verdadera tensión dramática en las que el héroe duda de su cordura.
Para esta historia oscura, dramática y de personajes profundamente delineados por su psique, el dibujante elegido fue Mike Zeck. Su trazo enérgico junto con unos planteamientos de página que resultan intensos maridan a la perfección con el thriller psicológico concebido por DeMatteis. Esa intensidad artística llega a cotas asfixiantes cuando ya en el punto álgido de la historia el villano conocido como Alimaña (el tercero en discordia en este cómic) se convierte en el germen que plantea la elección entre el bien y el mal.
En resumen, Spiderman: La última cacería de Kraven, ahora reeditado por Panini en una colección que celebra el sesenta aniversario del Lanzarredes, es uno de esos clásicos imprescindibles: una historia profunda, oscura, de personajes llevados al límite que harán lo impensable por honor, por miedo o por amor.