Star Wars es pura space opera. Eso está claro. Pero si algo también está claro en Star Wars es que esa space opera engloba muchos más géneros. Para muestra un botón: tomemos la serie live-action de The Mandalorian. Mundos con varios soles, formas de vida que llegan allende las estrellas viajando en avanzadísimas naves espaciales (o en montones de chatarra capaces de hacer el Corredor de Kessel en menos de doce parsecs), muchos disparos láser, un cazarrecompensas haciendo lo que mejor sabe hacer, pero, sobre todo, una historia de aventuras que hace hincapié en el deep space western. Vamos, lo que viene siendo una película de pistoleros de toda la vida pero a lo futurista.
La película basada en la juventud de Han Solo también tenía el western como género dominante. Recordemos, por ejemplo, esa escena en la que un tren imperial era asaltado. Sin caballos, sin espuelas, sin sombreros, sin polvo en el camino, pero ahí estaba, en toda su inmensidad, una secuencia que hemos visto cientos de veces en las películas que nos transportan al Lejano Oeste. ¿Rogue One? Película de corte bélico. Los doce del patíbulo del espacio profundo. Cámbiense nazis por soldados imperiales. Quíteme esos americanos suicidas y póngame unos rebeldes inadaptados, con tendencia a las misiones suicidas también, por favor.
En los cómics, como no podía ser de otra forma, ocurre exactamente lo mismo. En el primer ómnibus de Star Wars las aventuras espaciales iban salpicadas de thriller de espías, de historias cercanas al drama carcelario o con escenas a lo Gladiator, un inequívoco y claro homenaje al péplum. En este Star Wars Jason Aaron Ómnibus 2 (publicado por Planeta Cómic) se riza el rizo y a mitad del compendio toma lugar una historia que deriva en terrorífica; terror gótico y romántico con ese tipo de vampiro que Bram Stoker popularizó, pero que bascula, hasta acabar inclinándose hacia ese otro tipo de chupasangre enfermizo que Guillermo del Toro y Chuck Hogan mostraron en La trilogía de la oscuridad. La ciudadela de los gritos, su título, ya daba una pista de a lo que nos ateníamos. Kieron Gillen y Jason Aaron comparten tarea a la hora de guionizar. En lo que respecta al arte, tres dibujantes toman parte en esta aventura de terror espacial: Marco Checchetto juega con ritmos y colores (las tonalidades rojizas presagian lo peor) en unas viñetas compartidas por Luke, Doctora Aphra y esas versiones oscuras y psicópatas de R2-D2 y C-3PO que siempre van con ella. Andrea Broccardo dibuja algunas de las mejores páginas de este ómnibus. Figuras estilizadas con una gran personalidad y unos rostros extremadamente expresivos. Dibujo limpio, ritmo impecable. Salvador Larroca es el tercero en liza. A pesar de un dibujo digital de gran detallismo, su estilo más volcado por lo técnico que por lo artístico y esa mezcla con el fotorrealismo en algunos rostros (mezcla que en algunas ocasiones no acaba de encajar), no acaban de convencer.
Donde sí convence Larroca es en el primer arco argumental de este cómic. Mediante las memorias de Obi-Wan Kenobi nos plantaremos en una era anterior a Las guerras clon, en un planeta que clama auxilio. Un planeta en el que los niños son amos y señores. Dos facciones enfrentadas en una guerra entre infantes que nada tiene de pueril y que es imposible no comparar con lo narrado por William Golding en El señor de las moscas. El jedi enviado para ayudar no es otro que el viejo Yoda. Una aparición estelar en una historia que hace empezar este ómnibus por todo lo alto.
En lo referente a estrellas invitadas también encontraremos a Lando Calrissian. En esta ocasión el contrabandista recibirá una cura de humildad al descubrir que Sana Starros (sí, esa Sana Starros que tan difícil le puso las cosas a Han Solo en capítulos anteriores) es una timadora nata capaz de dárselas con queso a piratas espaciales, al Imperio y a Jabba en una sola tirada de dados. “Los contrabandistas valen tanto como la mercancía con la que negocian y, ahora mismo, lo que más me interesa es algo nuevo que llaman esperanza.”
En este Star Wars Jason Aaron Ómnibus 2 también descubriremos que las acciones que realizamos en el pasado repercuten en el futuro. Han Solo averigua esto por las malas cuando un viejo socio que dejó en la estacada vuelve para cobrarse venganza. Historia que no pasa de entretenida pero que el dibujo notable de Michael Walsh (el mismo que dibujó ese beso entre La Visión y la Bruja Escarlata que a muchos se nos quedó grabado en la retina) junto a un adecuado y preciso uso de colores pastel la convierten en la más bella de toda la recopilación.
Antes de llegar a ese cuarto de cómic repleto de variantes de portada con autores tan dispares como John Tyler Christopher (portadas que imitan a las figuritas clásicas; pura nostalgia setentera), Elsa Charretier, Alex Ross, Sara Pichelli o Skottie Young, todavía nos quedará universo por explorar. El escuadrón Cicatriz (posiblemente los únicos stormtroopers con puntería de todo el Imperio) intentando enmendar errores para que Vader no los quite de en medio; R2-D2 y C-3PO liándola parda en el destructor en el que viaja el mismísimo Lord Oscuro; Pash Davane, antes de la guerra ingeniera ahora estibadora, descreída con cualquier causa, descubriendo repentinamente que en ocasiones hay que elegir bando, sobre todo cuando un ideal viviente como la princesa Leia acaba medio muerta en tu casa. Estas son las historias que completan el Star Wars Jason Aaron Ómnibus 2, un ómnibus que, en resumidas cuentas, apela de nuevo a las aventuras clásicas de la saga, a la nostalgia que nos provoca pensar en los episodios IV, V y VI, pero sin dejar de ofrecer aventuras y personajes nuevos que añadir al universo expandido.