En todas las cuadrillas de amigos siempre hay una chica especial. O en casi todas. O en muchas. En la mía hubo, y punto, pero para que la introducción a la reseña quede bien, vamos a suponer que sí, que en todas las cuadrillas había una chica especial. En las de chicos no había chicos especiales porque todos somos anodinos y ordinarios, aunque eso es algo que tienen que decir ellas.
Esa chica especial era guapa, atrevida, aventurera, locuaz, pizpireta, alocada, divertida. A veces incluso coincidía que era pecosa y pelirroja, y eso ya era rizar el rizo. Todos nos enamorábamos de ella, pasábamos por alto sus extravagancias, sus ocurrencias de bombero torero y sus planes sin sentido. No nos importaba. Lo único importante era estar con ella, pasar tiempo con ella, ser bendecidos con su compañía…
Algo así sucede en Stella. Antes de nada, recomiendo no hacer ninguna búsqueda en google sobre este libro, porque os comeréis el destripe. Leed esta reseña sin miedo y si os convence leed el libro. A Google id si queréis una vez leído, para ampliar información sobre esta obra basada en un personaje real.
Friedrich es el hijo de un acaudalado comerciante. Vive en las afueras de Ginebra. Su madre es una alcohólica con ínfulas de pintora, fan total de Hitler y desde siempre ha tratado de imbuir a Friedrich su amor por el arte con unas peculiares clases.
En 1942 y Friedrich tiene unos veinte años. Sus padres han llegado a un punto en el que no se soportan y a Friedrich, que ha oído rumores sobre un camión de mudanzas que se lleva a judíos y que vuelve vacío, ni corto ni perezoso no se le ocurre otra idea que trasladarse desde su Suiza neutral hasta Berlín. Ahí. Con un par. En todo el meollo, venga. Como si se fuera de vacaciones pilla habitación en un hotel caro, y a vivir de la pasta de papá. Hay escasez de naranjas, pero puede pedir al botones que pille unas cuantas en el mercado negro. Quiere champán, pues champán. Bombones, ea, bombones pues. Que el ritmo no pare, no pare, no, que el ritmo no pare…
Y un buen día conoce a una chica, Kristin. Esa clase de chica de la que hemos hablado al principio y de la que se enamorará tanto que le comería hasta los mocos y el pañuelo. No es que sea un perrito faldero. Hay cosas que hace o dice que le resultan tan extrañas a él como a nosotros, pero el (en) amor (amiento) es lo que tiene y la cabeza cede a los caprichos de la patata.
A pesar de la guerra, de los bombardeos por sorpresa, de los racionamientos,… parece que eso no va con ellos. Viven un romance de hotel con servicio de habitaciones y bañeras con espuma, fiestas, bares y cabarets con música prohibida,… Mientras las detenciones a judíos, torturas y recortes de derechos se suceden. Vamos, lo que todos sabemos que pasó.
Sin embargo, aunque Friedrich está loquito por Kristin, también verá como la sombra de un nubarrón se cierne sobre ella. Algo huele a podrido, y no en Dinamarca precisamente. Cuando Friedrich descubra la verdad, se tendrá que enfrentar a un dilema en el que tendrá que valorar entre lo que quiere y lo correcto.
Stella es un libro que cuenta el horror de los tiempos pasados desde una óptica poco acostumbrada y lo hace de una forma intrigante y aparentemente algo a la ligera. Al principio parece que estamos ante el típico diario que relata infancia, adolescencia, madurez… Pero no. Después de centrarnos un poco y hacernos una composición de lugar, va al grano.
La sensación que queda al leer el libro es agridulce. La superficialidad de la pareja es hostiable y contrasta con la situación de la gente más humilde y pobre y sus esfuerzos por sobrevivir con las cartillas de racionamiento, por no ser deportado o enviado a un campo de exterminio o ejecutado directamente. El día a día de ambos es de todo menos productivo y a medida que lees no dejas de pensar: Friedrich, joder, estás putopillado, deja a esa tía, que no te conviene…
El libro ha sido muy polémico en Alemania, tanto, que ha llegado a ser demandado por su contenido, pero también ha abierto el debate de los que apoyan que pueda crearse una historia con un tema tan dramático y peliagudo y a la vez que pueda endulzarse con una historia de amor cuasiadolescente.
En definitiva, Stella no te suelta, que se lee con rapidez y te hace descubrir otros aspectos del Holocausto que tal vez no te habías planteado.