Reseña del cómic “Sunny”, de Taiyo Matsumoto
En ocasiones damos ciertas necesidades vitales por sentadas porque nunca hemos sentido su escasez. Pero en cuanto observamos en lugar de solo mirar descubrimos que vivimos rodeados de injusticias. La mayoría afectan a los que disponen de menos recursos para afrontarlas. Sunny, el manga escrito y dibujado por Taiyo Matsumoto, nos acerca al drama de los niños que crecen sin familia. Una tragedia que se acrecienta si tenemos en cuenta que Japón es un país con un problema gravísimo en cuestiones de adopción. En la mayoría de países desarrollados es normal que niños huérfanos, o con padres biológicos que se desentienden de ellos, sean entregados a familias de acogida o adoptados. En Japón, debido a una burocracia lenta, repleta de trabas e ineficiente, son muchos los niños que crecen en instituciones. Cada año miles de bebés son entregados a casas de acogida para que se ocupen de ellos. Una cifra vergonzosamente elevada debido a padres biológicos totalmente ineptos que no renuncian al derecho de custodia de sus hijos (aunque no se hagan cargo y a veces ni siquiera vayan a visitarlos) y a una Administración obsoleta y con falta de mano dura. El propio Taiyo Matsumoto pasaría su infancia en una casa de acogida, una experiencia que sin duda dejaría mella en él y que también marcaría su carrera como mangaka.
Los niños y la exclusión social son un tema recurrente en los cómics de Taiyo Matsumoto. En Tekkon Kinkreet, una de sus obras magnas, dos niños huérfanos se buscaban la vida en un mundo distópico donde la violencia estaba a la orden del día. Go Go Monsters y el recopilatorio de historias cortas titulado Primavera Azul también ponía el foco en niños o adolescentes inadaptados. Con el primer título tiraba de metáfora que tenía que ver con lo irreal, el segundo retrataba un mundo en extremo cruel e inhóspito si eras un adolescente. Con Sunny (ahora en una exquisita edición integral publicada por ECC) Taiyo Matsumoto se enfoca en mostrarnos cómo es el día a día en una casa de acogida. Un manga que, aunque al inicio advierte de que personajes y sucesos son totalmente ficticios, se muestra real, dolorosamente verosímil y fácil de empatizar con los personajes y sus circunstancias. Sin duda es un cómic ficticio, basado en lo verídico, para contarnos un drama que a día de hoy sigue siendo una terrible realidad en el país nipón.
La Casa de los Niños de las Estrellas, este es el bonito nombre de la casa de acogida en la que Taiyo Matsumoto nos invita a entrar. En ella conoceremos a todos los integrantes de esa peculiar y extraña familia compuesta por bebés, varios niños pequeños, algunos adolescentes, los cuidadores, el dueño, un perro, un gato… Una casa en la que cada jornada resulta un verdadero y maravilloso caos que el autor retrata con delicadeza, a veces con humor y hasta con cierta nostalgia. Cerca de la casa hay un viejo y desvencijado Nissan Sunny de color amarillo. Dentro del automóvil los niños imaginan todo tipo de situaciones fantasiosas (ser un piloto de carreras, volar por las estrellas, ser un mafioso que huye de la justicia…) para evadirse de la dura realidad que les ha tocado vivir. Y esa realidad, la de cada uno de ellos, se nos irá desvelando poco a poco, así como la forma en la que se enfrentan a ella. Taiyo Matsumoto moldea con pericia y parsimonia cada uno de sus personajes, ahondando en los traumas y las vivencias para conformar para cada uno de ellos una personalidad de psique profunda. Tenemos, por ejemplo, a Haruo un muchacho con el pelo blanco que media con sus problemas a través de la frustración. Esto lo convierte en un gamberro de cuidado que tan pronto está robando que pegándole a otros niños o haciendo algunas trastadas por el simple hecho de ver cómo afectan a su entorno más inmediato. Y todo ello debido a ese sentimiento de desilusión que choca brutalmente con la esperanza de volver a vivir algún día con sus padres; con esa madre que muestra cero interés por él, y con ese padre que es un vagabundo interesado en vivir una vida sin ataduras. En el otro extremo de esa misma realidad podemos encontrar a Junsuke (junto con su hermano pequeño Shosuke) y a Megumu. Los primeros con una madre enferma y Megumu siendo huérfana son probablemente los únicos críos con unos progenitores exentos de culpa. Y es que en Sunny se nos mostrará un padre alcohólico, una madre formando una nueva familia y descubriendo que su hijo es un estorbo o, como en la mayoría de casos, progenitores que ni están ni se les espera. Con todo, no todos los adultos de Sunny son unos ineptos o unos insensibles, pues Taiyo Matsumoto retrata, no sin ciertos elogios, la figura de los cuidadores poniendo hincapié en el personaje de Adachi. El educador dirimirá no solo con los críos, sino también con los problemas logísticos y económicos de la casa. Un personaje carismático, duro a veces, pero tierno en el fondo que nunca dará por causa perdida a ninguno de los niños.
En Sunny Taiyo Matsumoto vuelve a ofrecernos un dibujo único y maravilloso. Un dibujo que se aleja del manga tradicional, que toma mucho del cómic europeo, que juega con todo tipo de tiros de cámara y perspectiva, que utiliza el trazo limpio pero que no huye de la tinta y las sombras, alcanzando en algunas viñetas la perfección más brutal. Un dibujo que en ocasiones tira de sketch para sugerir, pero que es obsesivamente detallista a la hora de representar cada una de las habitaciones de la casa de acogida en esos momentos en los que la hora de la cena se convierte en un lugar tan caótico como divertido. Un dibujo que retrata la infancia y la adolescencia como nadie antes lo había conseguido y que está cargado de mensaje. Un mensaje que huye de la sensiblería, de la lágrima fácil, pero que remueve las entrañas por la profundidad de su historia. Una historia preciosa que habla de drama, de humor y de amor, pero sobre todo de esperanza.