Estos últimos días, releyendo la novela Meridiano de Sangre -y volviendo a disfrutar y a estremecerme con ella, incluso más que la primera vez que la leí, hace ya unos cuantos años- llegué a la conclusión final. Y es la que sigue: digamos que, posiblemente, si hay un autor (llamémosle contemporáneo o actual) que aglutina en su prosa casi todo lo que me gusta encontrar en una novela, seguramente ese sea Corman McCarthy. Y estoy seguro que usted, y quizá usted también, que siempre busca libros que le zarandeen de lo lindo, que le quiten por unos días el puto móvil de las manos o le hagan apagar la televisión, replantearse quiénes somos, adónde vamos y cosas por el estilo, estoy seguro, decía, que usted piensa (o pensará cuando lo lea) lo mismo que yo. Y es que Corman McCarthy es como una malvada tormenta huracanada en medio de uno de esos páramos norteamericanos que vemos en las películas; esos que hacen volar a las vacas, ya sabe. Porque, si nos descuidamos, McCarthy se lo lleva todo por delante sin miramientos. Incluida nuestra conciencia. Nuestra ética o nuestra moral o lo que tenga uno bajo la piel y que le hace diferente de la rata. McCarthy es puro desconcierto y, al final, con él queda muy claro que el bien y el mal están mucho más cerca de lo que pensamos, que sobrevivir es lo único que importa de verdad o que la vida tiene muchas caras, tantas como personas en realidad, aunque quizá sea siempre la misma.
Sin embargo, y puede que por eso mismo también, en las novelas de este extraño y misterioso señor, justo cuando todo está dando vueltas en el ventilador diabólico, cuando parece que todo saltará por los aires y que el final se acerca, justo ahí aparece esa increíble sensación de placer que proporciona siempre una magnífica lectura. Y también la gratitud, claro, y la reflexión y la comunicación bidireccional. Aparecen las preguntas y, de alguna forma, se produce el cambio. O un cierto desplazamiento hacia cualquier otro sitio. Eso es lo que me ofrece siempre encontrarme con Corman McCarthy y también eso es Suttree, la novela de la que hoy quiero hablarle.
Suttree es, para mí, una de las mejores obras de McCarthy, a pesar de no ser de las más conocidas. Una novela de esas que te zurran a lo largo de sus quinientas y pico páginas (sí, ojito a esto: Suttree no es apta para las vacaciones en Benicassim. Suttree pesa, ¿ok? Y no lo digo solo pensando en el bolso de la playa).
Pero, ¿qué es o quién es Suttree?
Básicamente, Suttree es el extraño apellido del protagonista de la novela. Cornelius Suttree, para ser más exactos. Un hombre de mediana edad (quizá algo mayor) que deja su casa y a su mujer y entonces se hace pescador (o al menos se hace con una barca de pesca, porque creo que Suttree no es nada realmente, salvo un pobre con muy pocas certezas). Pero, en realidad, Suttree no es solo un hombre al borde del abismo, sino que también es otros hombres (y mujeres) ya dentro de él (del agujero, digo). Pobres de solemnidad, vagabundos, prostitutas y gente similar. Pero Suttree también es un río. El río de la vida y de la muerte. Y Suttree es estar en la ruina. En las últimas, vamos. Jodidamente jodido. Suttree es sobrevivir y seguir sintiéndose un ser humano a pesar de todo.
La lectura de esta novela está marcada, como digo, por un río. Un elemento que me parece metafóricamente imprescindible para disfrutar del sentido del libro (o uno que puede serlo). El río es navegado arriba y abajo constantemente, y eso es la novela también, una corriente continua de las miserias de la vida y de la muerte de ciertos seres humanos, un río que fluye y nos muestra a paso de página la crudeza de la soledad extrema del hombre, de la pobreza y de los días que pasan y vuelven a pasar sin más. Suttree es la (¿anti?) epopeya del hombre remontando el río de la vida. El pescador en busca de fantásticos y fantasmagóricos siluros, de la propia fortuna que parece esperar un poco más allá o justo en la otra orilla. Suttree es el hombre-novela-río que viaja hacia la destrucción absoluta, hacia la desaparición en el abismo y el olvido. Pero en Suttree se navega. Se navega y se vive y se cae. En Suttree se cae sin remedio y en soledad, abandonados a su suerte hasta que el río llega al mar, que es la propia muerte.
La prosa de McCarthy siempre es gigantesca y abrumadora, tremendamente oscura, y apocalíptica también, en muchas ocasiones. Su literatura tiene, sin ninguna duda, un altísimo nivel, y está llena de larguísimas construcciones sintácticas, diálogos certeros y desconcertantes y descripciones plagadas de adjetivos fabulosos (a veces tan rebuscados que parecen inventados por él) y en las que no sobra nunca nada (¡milagro!). Gracias a la intensidad de sus historias y a su particular ritmo, a sus siniestros y difuminados personajes, será usted hipnotizado sin remedio por esa forma de contar única, además de por lo que se nos cuenta, y entonces lo pasará mal, aunque eso signifique justamente lo contrario.
Ah, y llámeme loco si le parece, pero estos y otros indicios me hacen pensar que McCarthy es William Faulkner reencarnado (mejor dicho, resucitado). ¡Shhhhhh…ya sé que es una locura, pero guárdeme el secreto, ¿de acuerdo?!
En fin, gilipolleces aparte, si usted se fía de una vez de lo que le digo en este blog, yo estoy seguro que Suttree será una de las mejores lecturas que tendrá en este malditísimo año de final de década, el año chino del perro. El puto año de la muerte. Pero también el año de la vida, igual que pasa con Suttree.
Todos los hermosos caballos fue un libro que me fascinó, y que deberé de releer en breve. Me gustaron, pero menos, La carretera, y No es país para viejos.
Hola Pablo!
Todos los hermosos caballos es fantástica. Yo, personalmente, si tengo que hacer una clasificación, me quedo primero con Suttree, después con Meridiano de Sangre y luego irían todas las demás. Aunque todas llevan su marca y su genuino registro y eso es una garantía de que siempre vas a disfrutar con la lectura. Gracias por tu comentario!