Crímenes, la colección de relatos de Ferdinand von Schirach, había supuesto para mí una lectura tan gozosa como fluida. Me había gustado el estilo de este autor, al que, a fuer de lacónico y sencillo, había considerado también simple. Craso error, y Tabú vino a demostrarme -o a recordarme- que lo sencillo puede esconder también lo complejo, y que en pocas palabras pueden cobijarse infinitos significados, tantos como lectores, y aun alguno más. Y no digo esto sólo porque en Tabú haya frases como Hacia los ríos de luz caída del cielo; al fin y al cabo, esa frase es deliberadamente poética y sale de la pluma de un artista. No; es algo más. Es que el uso del lenguaje literario de Ferdinand von Schirach es mágico, y presupone, como toda magia, una apariencia.
En apariencia, este mago del lenguaje nos lo está revelando todo: como la ciencia, su estilo es preciso, limpio, casi quirúrgico; es desapegado y se diría que carente de emoción, indiferente hacia sus personajes y su suerte. Sin embargo, para cuando nos damos cuenta, resulta que no nos lo ha contado todo; que la historia iba por otros meandros que los que creíamos recorridos o adivinados; que, además de darnos información, el autor también nos la ha escamoteado, o quizás no, quizás sí nos la ha proporcionado y nosotros no hemos sabido dejarla caer en su hueco correspondiente. Él nos ha contado la historia que quería, que tal vez no era la que nosotros creíamos estar oyendo.
Tabú es, en efecto, un libro extraño, insólito. Es una novela de ésas que uno debe dejar reposar un rato porque no se acaba de tener claro si nos ha entusiasmado o si la hemos odiado. No sabe uno si es un enorme hallazgo, quizá una genialidad, o un hermoso fracaso (subrayo lo de hermoso).
Leer Tabú es casi como leer un largo poema. Y poco importa que su segunda mitad cambie tanto el tono que creamos estar leyendo casi una de un hipotético Grisham europeo, o una transcripción de una comedia muy alemana; sigue siendo un poema. Porque el lenguaje empleado es el mismo; las cuestiones tratadas encajarían perfectamente en una composición del género lírico; y, sobre todo, es idéntico el efecto que surte: al terminar de leer una obra poética, si ésta es exitosa y está bien hecha, uno no necesariamente ha entendido cada verso, cada símil, cada declaración del poeta, pero uno sabe que ha entendido el mensaje, sabe que ha comprendido algo, sabe que su entendimiento del mundo, de la cuestión concreta sobre la que versaba el poema, sobre el alma o la personalidad o las inquietudes del poeta, es ahora un poco mayor. Y eso sucede con Tabú.
En Tabú se dan la mano dos mundos que, a primera vista, no sólo no tienen nada que ver entre sí sino que pueden parecer hasta antagónicos: el arte y la ley. El protagonista, Sebastian von Eschberg, es un hombre nacido en una familia de pasado aristocrático y después caída en desgracia. Es extremadamente sensible y con una excepcional capacidad para distinguir y apreciar los colores. La primera parte de Tabú narra con mucho detalle su origen, infancia, relaciones con sus padres y experiencias que marcan su desarrollo y su futuro. Sebastian se convierte en fotógrafo y, después, en fotógrafo mundialmente famoso. Todo parece irle bien hasta que es acusado de asesinato. La segunda parte de Tabú está más centrada en la figura de su defensor, un inolvidable Konrad Biegler, que no sabe nada de millones de gamas de colores ni de las grandes obras pictóricas de la historia, pero lo sabe todo sobre las leyes, los interrogatorios con truco y las estrategias de defensa más eficaces.
Se trata de dos mitades muy bien diferenciadas, y diríase que estamos leyendo dos novelas diferentes. Lo que en la primera mitad era sensibilidad llevada al extremo, lucha por captar y plasmar la belleza y por comprender en qué consiste ésta y cierta neurosis no se sabe bien si de artista o de persona marcada por su pasado, en la segunda es realismo cotidiano, escenas de un matrimonio muy unido, diálogos y situaciones de una comicidad muy oportuna después de la claustrofobia y el aire levemente surrealista de la primera parte, y, sobre todo, sesiones de un juicio donde se dirime la suerte del protagonista.
Tabú es, en parte, novela negra, pues trata del esclarecimiento de un crimen que se promete bastante enrevesado. Sin embargo, es también la prueba de que, en literatura como en casi todo en la vida, la suma de las partes resulta en algo mayor que esas partes puestas en conjunto. La perspectiva del artista y la perspectiva del jurista no sólo no son mutuamente excluyentes, sino que, como nos vamos dando cuenta, en realidad se centran sobre lo mismo, versan sobre lo mismo y dan como resultado una visión más rica que la suma de las dos perspectivas; y ése es el mayor logro del autor en Tabú.
En Tabú hay pasajes, párrafos, diálogos, imágenes que uno brega por entender cabalmente. El lector probablemente se encuentre preguntándose qué quiere decir exactamente el autor en tal o cual momento de la novela; a qué viene este o el otro personaje; qué es esto que ha pasado delante de nuestros ojos, que se nos ha descrito de forma preciosa y acabada y sobre lo que, pese a todo, nos quedan dudas, espacios ambiguos, oscuridades. Es una novela que se lee de un tirón pero que deja muchas preguntas en la mente del lector (o, quizá con más propiedad, diríamos que debería dejar muchas preguntas, tal es la hondura de las cuestiones por las cuales se preocupa) y que, a pesar de sus inconcreciones y sus arranques poéticos en el más puro sentido de la palabra, sabemos que nos ha aportado algo, un conocimiento, una intuición, una mirada a las profundidades de aquello que constituye la materia prima del arte desde tiempos inmemoriales: ¿qué es la belleza? ¿Qué es la verdad, y es ésta lo mismo que la realidad? ¿Para qué sirve el arte? Y también, a otras cuestiones de ámbito menos poético y más jurídico, pero no menos abstracto (aunque sí, quizá, más acuciante): ¿Qué es la culpa? ¿Se puede violar la dignidad humana en determinadas circunstancias? ¿Todas las personas tienen dignidad humana o puede ésta perderse por los propios actos? (Hay una micronovela, o el germen de una posible novela, sobre este interesantísimo tema, que, cabe esperar, Von Schirach quiera desarrollar en el futuro).
Lean, lean ustedes Tabú; arriésguense, o denle esa oportunidad, sobre todo si les han gustado obras anteriores de Von Schirach. No les llevará mucho tiempo; mucho menos del que ocupará después en su pensamiento. Y eso, hoy en día, es una buena cosa que podemos decir sobre una lectura.