Ocurre que a veces encuentras algún libro porque lo buscas y otras son ellos los que te encuentran a ti. A veces, todo sucede a mitad de camino. Tú te planteas algunas cosas, como la identidad, y alguien, en alguna parte del mundo, escribe sobre la pequeña obsesión que guardas debajo de la almohada. Últimamente, al menos, parece que todas mis lecturas se reducen a ese único asunto. Por suerte, dice la protagonista de Tacos altos, llega un momento en la vida de toda persona en que uno descubre finalmente quién es. Así que imagino que ya solo será una cuestión de tiempo. O de hacerse las preguntas pertinentes.
Así las cosas, en la última novela de Federico Jeanmaire, es Su Nuam la que también se cuestiona su propia identidad. De origen chino ha vivido diez de sus quince años en Argentina antes de que, por un trágico acontecimiento, se vea forzada a regresar a su país natal. Es entonces cuando surge la pregunta obvia, cuya respuesta ella también buscará en la escritura.
Poco a poco, en un idioma –el castellano– que no termina de hacer suyo, la joven adolescente tratará de poner orden en los conflictos internos que le desbordan. Porque para empezar está la cuestión de la venganza, de la justicia y de la muerte. Y el asunto del padre. Y el salto, representado por esos zapatos de tacón a los que hace referencia al título, que va desde la infancia hasta la madurez.
Un breve relato iniciático, su extensión no llega a las 170 páginas, que comienza con una frase repleta de sentido. Tanto que, en realidad, encierra todo el sentido de la novela. “Me cuesta el pasado. Y me cuesta el futuro, también”, escribe su joven narradora, que no solo se refiere a la conjugación de los tiempos verbales, en un más que correcto castellano.
Con una voz en primera persona, Tacos altos discurre siempre en presente, como si todo se situara en un único plano temporal, aunque en diferentes entornos. De Argentina a China, y de China a Argentina, su autor investiga así, con las peculiaridades del idioma mandarín que carece de tiempos verbales pero adaptadas a nuestro idioma, cómo la realidad se funde a veces y cómo algunas cosas que suceden, no dejan de pasarnos nunca después.
No en vano, para el también escritor de La patria, el idioma, las palabras, forman parte de nuestra identidad. El resultado es una dulce voz narrativa, una mezcla evidente de sus dos culturas, y una lectura ligera, con algunas respuestas que, tal vez, arrojen nuevas preguntas.