¿Hay más ego que talento en el mundo artístico? ¿La sociedad infravalora a sus artistas? ¿Cómo se dictamina quién tiene talento? Y, sobre todo, ¿qué es ser artista? Todas estas preguntas se plantean en la novela Tardía fama, de Arthur Schnitzler.
Eduard Saxberger es un anciano funcionario con una vida monótona y burguesa. Un día, recibe la inesperada visita de Meier, un joven escritor que le habla de su tertulia literaria Entusiasmo. En ella, todos han leído Andanzas, el poemario que Saxberger escribió hace décadas, y les encantaría que acudiera para poder demostrarle su admiración. Halagado, Saxberger asiste a la tertulia y, desde ese momento, rememora sus tiempos de poeta, cuando todavía no se había dejado vencer por los problemas cotidianos y era capaz de ser diferente, de hacer algo grande. ¿Es demasiado tarde para volver a escribir? ¿Es demasiado tarde para alcanzar la fama que un día le dio la espalda?
Con esta sencilla premisa y en apenas cien páginas, Arthur Schnitzler hace una sátira totalmente actual del mundo literario, pese a que escribió Tardía fama hace casi un siglo. Por ella desfilan escritores, poetas y actores desconocidos que ansían el día en el que les llegue la fama. El escritor casi adolescente al que nadie toma en serio, el que se pasa el día hablando de la escritura aunque nunca la ponga en práctica, el que ha conseguido publicar pero al que nadie ha leído… Todos esperan el reconocimiento de su valía, por parte de Saxberger y del público en general, y se menosprecian entre ellos, porque cada uno se cree único y mejor que el resto.
El arte atrae y quien más quien menos ha hecho sus pinitos. Escribir un cuento, dibujar un cuadro, hacer de actor por un día. Crear produce en nosotros una sensación placentera, muchas veces adictiva. Y cuando, satisfechos de nuestro trabajo, lo mostramos a los demás, esperamos que se asombren con nuestra habilidad y nos digan: «Eres muy bueno. Yo sería incapaz de hacer algo así». Sin embargo, la alegría de crear se frustra si nadie presta atención a nuestras obras, mientras otras, de mucha menos calidad —¡dónde va a parar!— se venden por miles. No sentimos incomprendidos. Son ellos, ese público aborregado, los que no saben qué es el verdadero arte. Pero ¿cuánto resistirá nuestra ilusión a estos envites? ¿Qué más da lo que tengamos que decir si nadie nos va a escuchar?
Tardía fama es una irónica reflexión sobre el arte, un homenaje y una crítica a ese sueño juvenil que se apaga con los años. Las respuestas a qué es ser artista y quién está en potestad de decir quién tiene talento no están en esta novela, incluso diría que plantea más dudas. Mejor así, porque si el arte fuera un mundo de certezas, perdería su esencia, su encanto.
Tras la lectura de esta obra póstuma de Arthur Schnitzler, me quedo con la sensación de que, tanto los que quieren inspirar emociones en los demás a través del arte como los que solo buscan ser aclamados por su talento, necesitan unos ojos que los miren. Tal vez, la vanidad del artista no sea un pecado capital, sino solo su medio de subsistencia. O, al menos, eso es lo que mi ego de escritora me hace creer.