Técnicas de iluminación, de Eloy Tizón
Que la vida es tan corta, desde luego. Nos miramos, sonreímos, preparamos el desayuno, nos saludamos mientras pensamos en otras cosas, nos tocamos, disfrutamos de nuestros cuerpos, saliva y sudor, y después dormimos, en un ejercicio de cercanía con la muerte mientras los ojos están cerrados. Así es la vida mientras sucede todo lo que sucede. La existencia es, cual relato corto, ese nudo que nos enseñaban en las clases del instituto, las partes de una narración, comienzo nudo y desenlace, donde toda la acción se sobrepone al apocalipsis, a las llamadas de teléfono que llegan en momentos inoportunos, a los silencios que dicen más que las palabras, a cajas de mudanza y a comienzos que ya son finales. Por eso, la vida corta, la que imaginamos tras los cristales opacos que no dejan que traspase la luz, nos encontramos con Técnicas de iluminación como quien se encuentra con un espejo, con su doble, con el reverso de la moneda, lleno de preguntas que no se responden, o con respuestas que llegan sin haber formulado la pregunta. Será la vida corta un circo que despliega su carpa en mitad del descampado, ese que había servido para el amor de las parejas, porque todo avanza, todo se mueve, todo se transforma con la luz del día, con la llegada de la noche, con el juego de sombras que los neones de las casas forman a nuestro alrededor. Estamos ante esa existencia que perdemos, que vivimos, que trastocamos y manoseamos como si fuera arcilla que quiere escurrirse entre los dedos.
Diez relatos sobre lo que se ve y no se ve, sobre lo que imaginamos y deseamos, sobre la destrucción y la creación, en un juego continuo que pone al lector en el papel de observador subjetivo, ejercitando la percepción sobre aquello que creemos cierto y que a lo mejor, sólo a lo mejor, no lo es.
Si en esta vida no existiera ya un Eloy Tizón sería de obligado cumplimiento su creación. Creo recordar que, allá por mi adolescencia, empecé a retener en mi cabeza algún que otro relato que me maravillaba por contener en una extensión mínima toda esa verdad que se le presupone a un texto que nos habla desde una página que antes estaba en blanco. Sin miedo, pues, a dejar ver en mis palabras algún atisbo de extremismo, diré que Técnicas de iluminación son todos aquellos relatos que siempre había querido leer y que por fin encuentro. La casualidad quiso que topara, que diera de bruces, con una conjunción de relatos que se presenta en dosis pequeñas pero que contienen toda la magia de un dios cruel y humilde a la vez, que nos sacude y nos convierte en ese trapo viejo que se encuentra en un cajón, olvidado, y que devuelve a la realidad para clamar venganza, para gritar hasta dejar su garganta inservible, porque lo que aquí encontramos es todo aquello que buscamos, lo que no se cuenta, lo que se pierde entre los hilos de la vida, de esa existencia de la que hablaba al principio y que contiene los minutos de un amanecer que no quiere empezar, de un crepúsculo que estalla en las manos, de un anochecer helado que convierte en escarcha los deseos y los pulveriza con un soplo. Estamos ante la mano de un pequeño gran dios. Eso nadie puede discutírmelo.
Afortunadamente Eloy Tizón existe y nosotros podemos disfrutar de su escribir, de su narrar, de la forma de unir palabras y crear historias mínimas, como cuadros que ir visitando en un museo imaginario. Olvidémonos de lo que conocemos. Estamos ante un viaje en el que desconoceremos el final. Pero en el que los principios es la rutina que nos atenaza pero que guarda en su interior esas historias que serán únicas, que nos devolverán a la vida como quien resucita de un coma profundo. Técnicas de iluminación es maestría, es una vida que se escurre entre los pliegues de la realidad, es una sombra que sobrevuela nuestras cabezas, que se esconde con el disfraz de una boda, de una caja misteriosa, de una palabra que no se dice, de los viajes en tren. Es una letra impresa en el papel, que se pierde con la fuerza del viento y llega hasta otro cuerpo para descubrir su genialidad. No nos engañemos: estamos ante uno de los mejores libros de relatos de los últimos tiempos, que se mete en la piel y no suelta, que cosquillea nuestro cerebro y convierte en líquido todo lo sólido que habíamos aprovisionado. El cataclismo que, en forma de escritura, nos regala principios y finales que serán recordados durante años, milenios, decenios, en una suerte de presente para que la humanidad descubra cómo se debía escribir en estos tiempos.