¿Puede una novela ser luminosa y a la vez terriblemente triste? Por supuesto. Como puede ser muy tierna pero bastante cruel, onírica y realista, pesimista y esperanzadora. Territorio de luz, de Yuko Tsushima, lo es. Y bastantes cosas más.
Publicada originalmente por entregas entre 1978 y 1979 e inspirada en las propias vivencias de la autora como madre soltera, cada uno de sus doce capítulos cuenta un mes en la vida de una mujer que se ha separado de su marido y tiene que encargarse de la niña de apenas tres años que tienen en común. Si bien es el marido quien decide romper la relación, la protagonista es quien primero se asienta fuera del matrimonio, en la última planta de un edificio comercial, un pequeño ático con ventanas por las que entra la luz por los cuatro costados y que se convertirá en su refugio mientras trata de ordenar su vida para salir adelante.
Queda meridianamente claro desde el principio de la novela que ser una mujer divorciada era un estigma en la sociedad japonesa de aquel tiempo, y de hecho lo sigue siendo. Las otras mujeres sienten lástima por la protagonista, los hombres (casados o no), la consideran como un bien de usar y tirar y cualquier persona aprovecha la más mínima ocasión para recordarle que estaría mejor en pareja. Por si fuera poco, tiene que hacer frente a un tedioso proceso hasta conseguir el divorcio efectivo, que depende de su exmarido, y las travesuras de su hija, como tirar cosas desde su ventana al tejado de los vecinos, no ayudan a pasar mejor los meses.
Será con la pequeña con la que encuentre sus momentos más felices, destellos maravillosos tamizados por la luz especial de una enorme ciudad como Tokio. Sin embargo, será también la niña la que la haga caer a mayor profundidad. En su maternidad realista y en la manera de introducirnos en ella estriba uno de los grandes aciertos de Yuko Tsushima, que en algunos momentos nos hace contemplar vergonzosos o hilarantes episodios de “mala madre” que odia profundamente a la pequeña, que alejan a la protagonista del papel de víctima o de heroína y crean de esa manera un personaje más complejo, mucho más cerca de lo que imperfectos que nosotros mismos somos.
Todo el texto está contado en forma de diario, en primera persona, con delicadeza pero sin tapujos y con un estilo que deja atrás los adornos pero resulta cálido y envolvente, casi hipnótico, o al menos así lo parece en la traducción española de Tana Oshima. Desde las primeras páginas queda claro que Territorio de luz no es una novela para los que busquen emociones fuertes, una intriga que haga pasar las páginas frenéticamente. Tampoco está pensada para quienes quieran una novela exótica, algo japonés en el sentido más cliché, aunque para mí sí que recoge muy bien el carácter abrumador de una gran ciudad como Tokio.
Es, más bien, un libro liviano pero que deja poso, una novela para leer poco a poco y, sobre todo, para dejar resonando en la memoria durante bastante tiempo.