Nuestro abecedario tiene veintisiete letras. Veintisiete letras que parecen poner límites a lo que queremos decir. Con veintisiete letras no hay muchas opciones, ¿no? Será por ello por lo que los estudios dicen que un español medio tiene un vocabulario de unas mil palabras. Que los jóvenes no llegan a usar más de trescientas —voy a poner un poco en duda el origen de este estudio porque me parece una barbaridad tirando a lo bajo— y que una persona culta, pero culta de verdad, llega a utilizar unas cinco mil. ¿Será verdad eso de que las veintisiete letras ponen freno a todo lo que podríamos llegar a decir?
Mi respuesta podría haber sido un sí rotundo, no hay más que tener una conversación cualquiera en el ámbito que sea para darse cuenta de esto. Sin embargo, llega un momento en el que te topas con una situación —en este caso, el libro del que vengo a hablaros—, que hace que te des cuenta de que quien quiere jugar con el lenguaje puede hacerlo sin ningún problema. Que no va a tener ningún límite impuesto por unas grafías determinadas o por un vocabulario más o menos habitual. Que si las palabras quieren salir, estas van a encontrar la manera de hacerlo, aunque para ello tengan que utilizar una cizalla que rompa las cadenas impuestas.
Si lees Tetris y otras sombras de ocho bits, de Pablo Marín Escudero, entenderás a qué me estoy refiriendo a la perfección. Por la portada ya podrás intuir que este no es un libro más. Esa imagen de una ciudad destrozada mientras caen piezas de —seguramente, y eso espero— uno de tus rompecabezas favoritos, mientras una estatua enorme observa lo que está ocurriendo, ya vaticina algo original y que no se sabe muy bien cómo va a terminar. Y si prestamos atención a esa portada, en realidad estaremos viendo el contenido de este libro: una posible forma de adaptación de que lo que fue a lo que será.
Pero vayamos por partes: ¿qué va a ser lo que el lector se va a encontrar dentro de estas páginas? Sé que es lo que realmente os interesa, así que lo mejor es ir al grano. El lector encontrará pequeñas historias contadas con grandes palabras. Palabras ambiciosas que hablan de temas tan distintos como el amor que duele, la depresión que ahoga, las enfermedades que se llevan la identidad consigo o incluso la política que invade los sentidos. Es posible que todo esto pueda compararse con los inicios de los videojuegos, aquellos que obligaban a los niños de los ochenta a pasarse horas matando marcianitos o encajando piezas de un puzle eterno que parecía no tener fin. Todo ello se entremezcla, delicadamente en algunas ocasiones, a la fuerza y sin piedad en otras. Como decía, todo es cuestión de adaptación.
Incluso podemos ir más allá, podemos encontrar entre todas estas metáforas y palabras llevadas al extremo historias que hablan del racismo, otras que hablan del genocidio o incluso, si todavía seguimos pisando el acelerador, de la explotación. En este breve libro hay cabida para todo, lo que al final hace que el lector sienta cada historia y comprenda el mensaje que el autor quiere dar.
No te voy a engañar, futuro lector. Y te voy a hablar de tú a tú porque este es un tema serio. Este libro, Tetris y otras sombras de ocho bits, va a requerir un esfuerzo extra por tu parte. No pretendas encontrar aquí palabras usadas sin sentido o un vocabulario que no exceda de los mil términos. No lo busques, porque no lo vas a encontrar. Su autor, Pablo Marín Escudero, ya se encarga de transmitirte ese mensaje tan ambicioso utilizando una prosa que raya el poema. No tiene miedo de jugar con lo que dice y el modo en que lo hace, y es posible que eso te despiste. Sin embargo, debes insistir. Debes continuar leyendo para seducirte con las metáforas infinitas que este autor utiliza. Tienes que seguir para darte cuenta de que hay mil formas de contar una misma historia y que el libro que tienes entre las manos es algo excepcional que no vas a encontrar en ninguna parte. Porque muchos podrán decirte lo mismo, pero jamás lo harán de la forma en la que Pablo lo hace. Y, si no me crees, adéntrate en este libro. Ya no te digo que lo leas entero, basta con que leas un breve capítulo. Estoy segura de que entenderás perfectamente lo que te digo y que tú solo te obligarás a seguir leyendo. Porque después de adentrarte en esas palabras olvidadas con significados que jamás habrías imaginado, seguro que sientes la necesidad de continuar la senda que acaba de abrir el autor. Ya no solo por sentir en tu propia piel lo que te está contado, sino para deleitarte con la manera en que lo hace y darte cuenta de que veintisiete letras, aunque lo parezca, no son ningún límite.