Reseña del cómic “The Hellblazer”, de Simon Oliver, Tim Seeley y Richard Kadrey
Pose chulesca herencia de una adolescencia dilapidada en garitos punk, como si no tuviera que pedir perdón por nada, y mucho menos permiso. Una moral oscura y pútrida, a juego con unos pulmones que soportan un pitillo tras otro en unos labios que mienten, dignos de un estafador. La gabardina marrón, sucia y pasada de moda es su segunda piel. Una piel que le da aire de detective venido a menos, de protagonista de film noir de lo paranormal que hace lo posible para subsistir en un mundo repleto de monstruos, demonios, dioses caídos y la peor escoria humana. John Constantine, mago canalla y tocapelotas profesional. Un tipo repleto de secretos, traumas y recursos para salirse con la suya. No son pocos los lectores que vienen siguiéndole la pista desde que fuera un mero secundario en La Cosa del Pantano. Luego daría el salto a su propia colección: Hellblazer. Se convertiría en la más longeva y exitosa del sello Vértigo. Guionistas de la talla de Jamie Delano y Garth Ennis concebirían algunas de las historias más oscuras, perturbadoras e inolvidables del mago de lo oculto antes de que la serie empezara a languidecer y acabara finalizando en el número 300. Pero, como dijo H.P. Lovecraft, no está muerto lo que eternamente yace, o lo que es lo mismo: John Constantine solo estaba en letargo, esperando una nueva oportunidad. Y esta llegó con DC: Rebirth, el relanzamiento de todas las series regulares que la editorial en la que se alojan Superman, Batman y otros grandes superhéroes realizó en 2016.
En The Hellblazer, publicado por ECC, John Constantine se pasó de listo con un demonio y este lo desterró a uno de los peores infiernos: Nueva York. Tras unos años perdiendo el tiempo en los baretos de la Gran Manzana el mago ha decidido volver para intentar eliminar la maldición que el demonio risitas (bautizado así por Constantine) le lanzó. Un sortilegio que le hace enfermar hasta la muerte si pone un pie en Londres. Con esta avanzadilla de las aventuras que nos esperan, el guionista británico Simon Oliver recupera la esencia de los cómics que tan buenas sensaciones dejaron antaño. Con la vuelta a su ciudad natal, el personaje retorna a sus raíces y se restaura la esencia que conformaba al mago natural de Liverpool. Pero su regreso también trae ciertos resquemores por parte de algunos superhéroes que ven cómo la ciudad de Londres es puesta en peligro gracias al nihilismo atávico de Constantine. Aquí es donde aparece La Cosa del Pantano para defender a Constantine y para cobrarse un favor. En este primer arco argumental que ocupa la mitad del volumen los reencuentros con viejos conocidos serán frecuentes. Chas, el noble amigo del protagonista y de profesión taxista, será el primero en tener contacto. A este se le unirá Mercury, una médium que en la etapa de Jamie Delano apareció siendo una niña y que aquí se muestra como una mujer con su propio bagaje que tendrá sus más y sus menos con Constantine. La misión encomendada por La Cosa del Pantano pondrá al grupo tras la pista de unos seres poderosos que vagaron por la Tierra antes que los humanos y con la capacidad de cambiar el destino del mundo. Casi nada.
A los lápices de esta aventura que mezcla periplo a lo Indiana Jones e investigación a lo novela negra tenemos a Moritat. Un dibujo europeísta, con un toquecito juvenil, que se aleja de la oscuridad que caracteriza al personaje. Un aire renovado donde rostros y paisajes (ojito a Londres o Sarajevo) tienen un aura de cuento fantástico. Pia Guerra (dibujante de Y, el último hombre) y Davide Fabbri realizan una labor excelente pero que no acaba de casar del todo con el personaje. El dibujante Philip Tan, con un estilo muy cercano al anime cómic, nos deja el que resulta ser el estilo más curioso de este arco argumental que queda inconcluso pero que abre distintos hilos de continuidad para retomar de nuevo la historia que tiene que ver con Putrefacción, uno de los tres mundos del plano al que pertenece La Cosa del Pantano.
En adelante, el baile de guionistas y artistas es continuo. Un movimiento que no necesariamente es malo pero que no le otorga la consistencia y continuidad de la que debería gozar el personaje. Por un lado tenemos al guionista Richard Kadrey enviando al pobre Constantine de vuelta a los USA, en concreto a San Francisco. Entre hippies, hípsters y yonkis el detective de lo paranormal se las tendrá que ingeniar para descubrir qué hay en común entre un dios tibetano y un asesino en serie. Tim Seeley, en cambio, prefiere que el protagonista ejerza sus funciones en la City. Una historia que comienza como El Exorcista, con el típico cura pertrechado para quitar a un demonio de en medio y evocando al film de William Friedkin, pero que rápidamente vira para introducirse en los bajos fondos de Londres, donde las bandas juveniles ejercen su poder y las obsoletas mafias de la era de Margaret Tatcher intentan recuperar el suyo, valiéndose de la magia surgida del mismísimo infierno.
Tim Seeley y Jesús Merino. Guionista y dibujante. Con solo tres números demuestran su capacidad de entendimiento, su sinergia a la hora de mostrarnos el Constantine que todos queremos que sea. Ese John Constantine que despierta en una habitación mugrienta sudoroso, con una resaca de tres pares de cojones y potando a diestro y siniestro. Un protagonista de un cinismo insultante que engendra tanta empatía como antipatía. Una historia oscura, sucia y con toques de terror, donde los peores enemigos no son esas leyendas nórdicas a las que debe enfrentarse, sino sus propios miedos, un pasado repleto de fantasmas y un futuro de soledad. Una historia que lo tiene todo y no se deja nada.
De esta forma en The Hellblazer (recopilación de la etapa más reciente del mago que aúna en un único tomo The Hellblazer: Rebirth y The HellBlazer: 1-24 USA) los lectores más talludos se reencontrarán con el detective mago experto en demonología, necromancia y otras mierdas chungas, mientras los noveles descubrirán una excelente puerta de entrada para conocer al antihéroe más cabronazo de DC.