Reseña del libro “The Storyteller: Historias de vida y música”, de Dave Grohl
Hablamos hoy de las memorias de David Grohl, ex batería de Nirvana y actual líder de los Foo Fighters. Y como el autor del retrato que hoy nos ocupa, yo soy un hijo del grunge. Tenía dieciocho años y medio, estaba en segundo año de la Universidad (tan perdido como el primero), y de pronto, el Nevermind de Nirvana y el Ten de Pearl Jam detonaron en mi mente. Me vi sumergido en un movimiento que iba mucho más allá de la música, que había sacudido los cimientos de la cultura predominante —mucho más ortodoxa y reglada—, y que englobaba los miedos y las aflicciones de una miríada de jóvenes a uno y otro lado del Atlántico que se sentían frikis, raritos, consumidos por una rabia inefable y desencantados y apáticos con respecto al futuro.
Repito, yo era uno de ellos, y me vi sacudido por este tsunami sucio, agrio y muy, pero que muy potente. Y algo —o mucho— de eso esperaba encontrar en estas memorias, las de alguien que fue un adolescente punk, luego un pionero del grunge y que, a día de hoy, es una reconocible estrella del rock. Pero me he encontrado en medio de una balsa de aceite pop. Me explico, como lo hace el autor. «He cumplido todos mis sueños». Ole sus huevos grungeros. No, en serio. Como yo soy uno de esos pobres mortales al que aún le quedan sueños por cumplir, esta afirmación, redundante en la narración, me resulta, como poco, atrevida, e hizo que instintivamente tomara distancia con lo que leía. Y lo que he leído no deja de ser una colección de historias pergeñadas durante el confinamiento y publicadas en forma de relatos que, a pesar de la evidente labor de un potente equipo editorial detrás, a veces dan la sensación de no ser más que eso, notas ensambladas (a veces en orden cronológico y otras no) y pensamientos deslavazados con una prosa sencilla y asequible, mostrándonos una postal costumbrista de la América de los ochenta y los noventa. Un Kerouac en camino —salvando las distancias estilísticas— contándonos viajes y lugares, actuaciones y encuentros en un arco temporal de una treintena larga de años. Historias que entretienen, claro, incluso alguna que asombra, pero de una manera lejana, ajena, como las anécdotas que te puede contar el tipo gracioso al que sientan a tu lado en una boda. Y más cuando, para más inri, casi todas ellas tienen un aire místico, trascendente, lo que dota a estas memorias de un talante más cercano al de un gurú new age o un santón hindú que al de una estrella del rock. No exagero. El propio autor nos asegura al principio y al final de éstas que siente fervientemente que su fama mundial y sus logros vitales se deben a un ritual que realizó alrededor de los trece años y en el que «pidió al universo éxito». Sic.
No voy a entrar en discusiones metafísicas, y sí en que muchos de sus recuerdos están empapados de trascendencia, de catarsis, lo que el escritor justifica aludiendo a su tendencia al «exceso de revisionismo romántico» y a «imbuir a sus recuerdos de una significación especial». Sic again.
Pareciera por lo que cuento anteriormente que no me ha gustado nada de lo que he leído. Ni mucho menos. He disfrutado, lógicamente, de la descripción desde dentro del nacimiento del grunge (¿he comentado ya que soy un hijo de esta generación?) y de la llegada del protagonista de las mismas a Nirvana, el grupo que elevó este movimiento sumergido y minoritario en origen al estatus de cultura global (en esta reseña se trató la vida del grupo). Y de su relación con mi idolatrado Kurt Cobain, otro que vio cumplido su mayor sueño (tener la banda más importante del mundo, como le espetó en sus comienzos a un productor musical)… para su desgracia. Cuidado con lo que deseas, dicen. La fama, como por todos es sabido, le acabó devorando. Empatía, es lo que gritaba su nota de suicidio. Esto sí que sic.
La parte más íntima de Kurt se ha tratado también aquí.
Y también he disfrutado de las partes en las que la música es protagonista. Nos ha jodío mayo, diréis. No es tan obvio. David Grohl comenta que su memoria se mide en canciones, que los sonidos y melodías son los detonantes de sus recuerdos. Y logra compartir con el lector esta manera cuasi sinestésica de entender la música. Y eso es muy importante. Vital, diría yo. Porque la propia música lo es.
Así que, como conclusión, me quedo con eso: con su música. Con la música que aún hoy es la banda sonora de mi vida y con la imagen de él como estrella de rock, puede que mitificada, pero de la misma manera en que el susodicho ha mitificado en papel sus recuerdos. ¿Quién se puede atrever a decir que esto no es algo lícito?