Desde siempre me ha gustado la filosofía. En mis años de estudiante me hablaron de los autores clásicos: Platón, Rousseau, Descartes, Hobbes, Marx y Engels… Pero de la filosofía moderna nada me contaron. Y no me había percatado de eso hasta que he leído Tiempo de magos, de Wolfram Eilenberger, cuyo subtítulo resume lo que vamos a encontrar entre sus páginas: «La gran década de la filosofía: 1919-1929».
Ilusa de mí, pensé que en este ensayo se explicarían los enfoques filosóficos que predominaron en ese periodo; pero, en realidad, su autor entrelaza las biografías de cuatro filósofos alemanes: Benjamin, Wittgenstein, Heidegger y Cassirer. Se centra en esa década porque fue cuando ellos asentaron su visión filosófica del mundo. No está de más recordar que los años veinte fueron convulsos en el ámbito político: la Primera Guerra Mundial había restado credibilidad a que la cultura, la ciencia y la técnica contribuyeran al progreso civilizador de la humanidad; Hitler escribía Mi lucha; Franco comenzaba a encauzar su destino en la guerra de Marruecos y Stalin se hacía con el poder, entre otros muchos acontecimientos que derivarían en un cambio radical del mundo durante las siguientes décadas.
Wolfram Eilenberger nos cuenta las vidas de esos cuatro filósofos, y nos queda claro que, por entonces, el trabajo intelectual, por relevante que fuera, también estaba abocado al hambre. Nos muestra las cartas que se mandaban estos filósofos con otros colegas, amigos o parejas; nos relata sus excentricidades y anécdotas curiosas; analiza sus dilemas metafísicos e, incluso, evidencia cómo el sexo alteró la existencia de la mayoría de ellos y, por tanto, su pensamiento y concepción del mundo. Tampoco faltan fotografías de los cuatro maestros pensadores y hasta de sus familias y amantes. Y todo lo narrado converge en el famoso encuentro en Davos de 1929, que tenía como tema «¿Qué es el hombre?», la misma pregunta que había impulsado la filosofía de Immanuel Kant más de un siglo atrás. En ese encuentro se hizo patente que la filosofía se hallaba ante un abismo, pues todas sus competencias se habían repartido entre las diferentes ciencias: o la razón humana sucumbía a la nada de la objetividad absoluta o lograba dar un salto a un mundo distinto, o más precisamente, saltar por primera vez al mundo.
Wolfram Eilenberger ha conseguido un relato ameno, pero eso no quita que la lectura sea densa. Tiempo de magos es uno de esos libros que exigen concentración, pues el autor nos invita permanentemente a filosofar. Y reconozco que mi total desconocimiento de los pensadores biografiados me ha complicado muchísimo la tarea. No obstante, algunas de las ideas sobre las que reflexiona siguen dando vueltas en mi cabeza. Por ejemplo: si vivimos inmersos en el mundo, nunca nos preguntamos nada; solo las experiencias concretas que perturban nuestra relación con el mundo nos hacen plantearnos el porqué de todo lo que sufrimos, el sentido de nuestra existencia. De ahí que hoy en día se le dé poca importancia a la filosofía: cuanto menos reflexionemos sobre lo que nos rodea y sobre nuestra capacidad de cambiar las cosas, mejor. Pero Wolfram Eilenberger nos hace ver a través de este lúcido ensayo que la historia de la filosofía es la historia de la política: es la que hace que los individuos nos planteemos nuestra relación con la comunidad, nuestros derechos y un sinfín de cuestiones de las que dependen nuestra libertad y nuestra forma de entendernos a nosotros mismos.
Benjamin, Wittgenstein, Heidegger y Cassirer comprendieron que el ser humano necesitaba liberarse y, para ello, le urgía regresar a la encrucijada donde tomó el sentido equivocado. ¿Acaso este planteamiento ha perdido vigencia, pese al siglo transcurrido? Yo creo que no, y me temo que nunca dejará de estarlo. Por eso la filosofía jamás debería relegarse a un segundo plano. Libros como Tiempo de magos contribuyen a que todos tomemos conciencia de la atención que merece. Nuestro futuro depende de ello.
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