Reseña del libro “Tierra inestable”, de Clarie Fuller
Todo lo que he leído de la editorial Impedimenta me ha encantado por dos motivos muy claros. El primero, por supuesto, por la calidad de las propias obras. Así, he podido disfrutar de novelas ejemplares como Los extraños, de Jon Bilbao, El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes, de Tatiana Tibuleac, Malaventura, de Fernando Navarro o, por supuesto, la que más, mi mejor lectura del año pasado, esa gran obra maestra contemporánea que es Solenoide, de Mircea Cartarescu, autor que descubrí gracias a la editorial y del que desde entonces me declaré fan y adicto (por favor, señores de Oslo, apresúrense a darle el Nobel ya, no les vaya a pasar como con Javier Marias, que luego me vienen con los arrepentimientos póstumos y las lágrimas a destiempo). Y el segundo motivo son sus cuidadas y preciosas ediciones, deliciosas al tacto y a la vista, con un diseño de cubiertas tan reconocibles en sus colores alegres y elegantes. Por eso me gusta estar pendiente de sus novedades, porque sé que recurrir a Impedimenta cuando se trata de elegir mi siguiente lectura es siempre jugar sobre seguro. Y con Tierra inestable, de Claire Fuller, el acierto ha sido total.
Publicada originalmente en inglés en 2021 (año en que se hizo con el Costa Novel Award y quedó finalista al Women´s Prize for Fiction), y este 2023 en español con traducción de Raquel Vicedo, Tierra inestable es una historia familiar que me ha enganchado desde el primer capítulo. Y eso que la novela, a mi modesto entender, empieza fatal. Su primera frase, horror de los horrores, es: “El cielo de la mañana clarea y la nieve cae sobre la casa”. Si hay un recurso que odio por encima de todas las cosas, por visto y por agotado, es el del clima. Sin embargo, ese primer capítulo concluye por todo lo alto, con una muerte a causa de un infarto cerebral. Y, sin saber muy bien cómo ni por qué, a partir de ahí ya te has enganchado a este relato de supervivencia.
¿Y de qué va? Pues va de dos mellizos, Jeanie y Julius, que se quedan huérfanos a la edad de 51 años. Viven en un pueblo de la campiña inglesa. No tienen internet ni televisión ni cuentas bancarias. Jeanie apenas sabe leer ni escribir, Julius hace chapuzas de todo tipo. Cultivan un huerto escaso, practican algo de trueque y les gusta cantar y tocar canciones folk. Viven prácticamente desconectados del mundo. Algo tan dramático siempre como es organizar un entierro, para ellos se convierte en una odisea burocrática para la que nadie les ha preparado. Por eso, cuando muere la madre ese pequeño mundo suyo, autárquico y rural, se desmorona. Con la muerte llega el hambre, la escasez, la enfermedad, la violencia. A todo esto hay que sumar un secreto de familia relacionado con la muerte del padre años atrás, que poco a poco irá aflorando para hacernos entender a los lectores por qué los dos protagonistas son como son y se comportan como lo hacen, además de dotar a la novela de un hilo de misterio desarrollado de modo muy fino y sugerente. He aquí otro acierto de la autora: cuenta mucho diciendo muy poco.
Me gustaría destacar, además de los dos mellizos y de la presencia omnipresente de la madre fallecida, dos protagonistas más: el primero, el abanico de secundarios, algunos perfilados con mayor profundidad que otros, pero todos igualmente interesantes. Las relaciones de los gemelos con sus vecinos van tejiendo unas tramas sencillas pero intensas y emotivas que dotan de mucha vida a la novela. Mención expresa para esa amiga de la madre que quiere ayudar a toda costa, a ese matrimonio de caseros y a esa ¿novia? ¿amante? ¿amiga? de Julius. Y el segundo, la naturaleza. El clima, la campiña inglesa, su fauna y su flora… dotan al texto de una sensorialidad explícita y exquisita. Los párrafos se huelen, se oyen, se comen, y hasta se pudren. De ahí el lenguaje que emplea Fuller, de escasos tropos y frases muy cortas, pero preñado de adjetivaciones precisas, descriptivas y certeras. Dureza y sensibilidad a partes iguales, porque así es la tierra, porque así es el campo. Antes he mencionado la palabra supervivencia. Quizás, por la fuerza que tiene la naturaleza y por cómo nos recuerda a los urbanitas que, como yo, se nos ha olvidado lo difícil que es sobrevivir en ella, la novela me ha recordado a Los asquerosos, de Santiago Lorenzo, en la que, lejos de añorar una vida bucólica, como hacen hoy muchos autores neo-ruralistas, la muestra tal y como es: poderosa y necesaria, impredecible y ruda, rica y desagradecida.
El final es, quizás, un poco demasiado largo y, sin embargo, no cierra del todo ni da respuesta a todos los interrogantes, sino que deja que el lector espacio para que los piense por sí mismo. Y eso, queridos amigos de Libros y Literatura, es digno de agradecer, porque es algo a lo que no estamos muy acostumbrados actualmente, pues parece que cada vez nos gusta más que nos lo den todo bien masticado y regurgitado.
En definitiva, Tierra inestable es una novela más que recomendable, y que me ha reafirmado en mi devoción por esa pequeña gran editorial que es Impedimenta.