Reseña del libro “Tierras muertas”, de Núria Bendicho Giró
Que en Cataluña pasan cosas desde hace tiempo no es una frase muy ingeniosa y oportuna, ¿verdad? Pero yo sé lo que me digo (y si usted lee con cierta asiduidad algunas de las cosas de las que hablamos por aquí, estoy seguro que también). Ah: por supuesto que Tierras muertas lo (re)confirma.
Esta es la primera cosa que quería decir (que luego me pongo a escribir y en la desdicha de adjetivaciones y subordinadas interminables que le salen sin querer a mi ineptitud escribiente se me olvidan las cosas importantes).
La segunda cuestión: usted sabe del lamentable baboseo que me gasto por aquí y por allá cuando hablo de El Jefe. Es inevitable, espero que no me lo tenga en cuenta. Pero El jefe es El Jefe. Y punto. Bien, pues remarcada esta democrática afirmación, le diré que si William Faulkner le pone a usted tanto como me pone a mí (y estoy seguro de ello) y tanto como le pone a la Núria (algo de lo que podría llegar a estar todavía más seguro), aquí hay un exorcismo faulkneriano a la catalana, más opresivo que vivir a tres mil metros de altura y rodeado por (y ponga usted aquí aquella existencia que le atosiga cuando está usted en la ducha).
Y le digo más: si disfrutó con Mientras agonizo, los recuerdos de aquello volverán a usted en forma de dicha y de gozo lector (pero, ojo: este libro puede producir un reflujo gástrico en forma de arcada moral muy similar a aquel si es que uno no ha desayunado con fuerza).
Pero, ¡cómo me gusta recibir estas leches!
¿Y usted, qué?
¿Por qué no se suma ya a nuestro masoquismo literario?
¿Por qué no deja que los libros le golpeen hasta decir basta, como diría el amigo Kafka?
¿Sí? ¿En serio?
Pues puede empezar con Tierras muertas. Y ya me dirá otro día qué tal la digestión
Y tercera (y juro que última) monserga del día de hoy. Y solo a modo de enésimo (y cansino) recordatorio: quizás la literatura (quiero decir, la literatura que a usted y a mí nos gusta) sea uno de los pocos ámbitos de la vida en los que la forma importa tanto (o más) que el fondo. (El otro podría ser la política, pero esto no sé si es tan buena noticia).
Porque usted ya me entiende: los buenos libros son esos donde la forma de contar un terrible crimen tiene tanta importancia como el propio crimen. Donde los personajes (¡aquí me pasa con todos, joder!) encierran una novela en sí mismos. Donde el ritmo, ese elegante y particular ritmo faulkneriano de negra maldición consumada, se muestra aquí tan asfixiante que las hojas comienzan a pasar, y a pasar, y a pasar y entonces la boca no termina de cerrarse nunca y el puto libro acaba mordiéndote el gaznate sin avisar. Esos libros. Tan buenos, ya sabe usted. Esos donde los secretos son como en La niña que amaba las cerillas, un agujero tan negro que es imposible atravesarlo sin caerse dentro.
Tierras muertas, de Núria Bendicho Giró es, sin ninguna duda, una de las mejores novelas que he leído este año y mucho me temo que pocas cosas habrá tan crudas y destructivas de aquí a las uvas de Nochevieja. Si no es así y alguien lo supera, prometo brindar incluso con mi tío el fascista.
Si le cuento (si es que hiciera falta ampliar más el horizonte después de lo que aquí se ha dicho) que esta es la historia de una siniestra familia que vive (si es que se puede emplear este hermoso verbo para definir eso que hacen los protagonistas aquí) en lo más alto de la montaña pero que, en realidad, esto va de cuando el más terrible de los pasados nos persigue hasta que nos redime o, como es el caso, hasta que nos destruye por completo, entonces, usted, que es cada día un poco más inteligente que el anterior, llegará a la conclusión que esta pedazo de novela no es para cogerla y ponerse con ella al solecito primaveral de un mayo florido y hermoso como el que tenemos ahora, con el hilo musical de fondo y un Bloddy Mary en lo alto de la mesa. Porque sí es así, uno puede terminar borracho o muerto por insolación.
Bah, no me haga caso, ahora estaba gustándome un poco.
Aunque quizás, ahora que lo pienso, esto sea lo mejor que uno puede llegar a decir de un libro tan oscuro y sombrío como este. De una novela tan formidable.
“Morir leyendo un gran libro. De insolación”.
¿No es esto algo que podría justificar toda esta mísera vida?
No, definitivamente no.
No me hagan caso.
Aun estoy bajo los efectos de la Núria.