El pasado 18 de mayo la escena musical de Seattle perdió a una de las voces del rock más portentosas y que ha acompañado a toda una generación desde finales de la década de 1980. Chris Cornell ha sido la última víctima de una época que nos la han pintado gris, mugrienta, y que surgió de los suburbios de esta ciudad. Se suma de este modo a otros amigos y compañeros de aquella época como fueron Andy Wood, de Mother Love Bone, Kurt Cobain, de Nirvana o Layne Staley, de Alice in Chains. Y solo por mencionar a algunos de los más célebres, porque fueron muchos los que cayeron en el camino. A priori parece que la etiqueta de etapa triste y oscura no se la consigue quitar de encima, pero ante todo la escena cultural de Seattle fue una época de una creatividad sonora inusual. Porque Seattle fue mucho más que grupos de amigos que tocaban en sótanos, con actitud punk-rock o metaleros, enganchados a la heroína o la cerveza y cuyas letras denotaban una actitud pesimista y existencial ante la vida. De hecho, sus letras jugaban más con el humor negro. Seattle fue mucho más que camisas de franela y botas Doc Martens. Seattle fue mucho más que la cuna del grunge.
Todo el mundo adora nuestra ciudad. Una historia oral del grunge, del periodista Mark Yarm, es el fruto de entrevistas con todos aquellos que germinaron la escena musical de Seattle, que hicieron que eclosionara y se convirtiera en el movimiento cultural más grande de su época. Desde su origen hasta los días finales del movimiento, aquellos que tan gráficamente ilustran mencionando un cartel de un escaparate de ropa en el que citaba: «REBAJAS DEL 70% EN CAMISAS DE FRANELA», cada uno de los miembros de aquella etapa, músicos, agentes de discográficas, promotores, roadies, periodistas, fotógrafos, narran sus vivencias en la ciudad de Seattle. Un reflejo fidedigno de la creatividad e imaginación de unos jóvenes que apostaron por una cultura novedosa que rompió moldes y arrasó el mundo entero.
Craso error resumir todo el movimiento de Seattle en cuatro bandas de rock multimillonarias y un disparo de escopeta en el 94. Por mi edad, la muerte de Cobain no me supuso en su momento un mazazo como a la gente de mi entorno que eran mayores que yo y seguían su música. La de Cornell, sin embargo, sí. Cuando salió la noticia de que se había ahorcado me surgieron un gran número de preguntas y entre ellas la de no haber llegado a conocer en profundidad sus orígenes, el porqué de ese despertar cultural y el cómo creció toda esa bola desde unas desmadradas fiestas adolescentes en un sótano y llegó a extenderse por todo el mundo. Este libro no es un libro más que cuenta anécdotas de rockeros de Seattle; este libro es la biblia de Seattle.
El título del libro pertenece a un verso de una canción de Mudhoney que cita: «Todo el mundo nos adora / Todo el mundo adora nuestra ciudad / por eso últimamente he pensado / que este es el momento de marchar». En esta letra se percibe el sentimiento de la juventud de esta ciudad. Lo suyo era crear música por el placer de hacerlo, en aquello que se convirtió o que algunos quisieron convertirla, no era su intención. Y es que de entrada ya dejan claro en el libro que, pese a tener como subtítulo Una historia oral del grunge, aquella palabra, grunge, por todas las connotaciones estéticas que tiene, no la quieren ni en pintura.
El modo elegido para narrar la historia desde sus inicios es sin duda la labor más interesante de este libro. Fragmentos de conversaciones con cada uno de los miembros de la época que le contaron al entrevistador sus impresiones acerca de todos los detalles más íntimos que formaron parte del legendario del grunge. Un trabajo duro de documentación muy bien enlazado en la que la lectura se convierte casi en una reunión con colegas contando batallas y recuerdos de su juventud. Todo con un tono irreverente, punk, muy en la línea de sus profundas personalidades.
A Bruce Pavitt, cofundador del sello discográfico Sub Pop que dio a conocer a los primeros grupos que surgieron en Seattle cuando apenas sabían tocar, se le podría aplicar aquella cita del poeta romano Virgilio que decía: «La fortuna sonríe a los audaces». Porque lo suyo fue una apuesta arriesgada en la que se vio al borde de la quiebra en más de una ocasión, pero que ha permitido que a día de hoy el mundo haya conocido a tal cantidad de bandas llenas de talento: Soundgarden, Green River, Mudhoney, Nirvana, TAD… En palabras de Chris Cornell:
«Recuerdo haberme encontrado a Bruce Pavitt a la salida de un concierto allá por 1988 y comentarle que de repente parecía haber una eclosión de talento en Seattle y que Sub Pop estaba lanzando cantidad de discos increíbles. Bruce me pasó un brazo por los hombros, con una curiosa expresión de seguridad en la mirada, y me dijo: Seattle va a conquistar el mundo».
Y, ¿no ha sido así?
Todo el mundo adora nuestra ciudad es un libro esencial para conocer en profundidad la atmósfera de Seattle, que estaba basada en la independencia, en el «hazlo tú mismo» y el afán por cuidar y proteger a toda la comunidad musical. Porque eso fue el grunge, una comunidad de amigos que quisieron hacer lo que más les gustaba y, sin darse cuenta, arrasaron más allá de su ciudad. Tras su lectura, muchos son los grupos que desconocía y ahora no dejo de escuchar; muchas son las anécdotas que me han hecho reírme y asombrarme por igual ante las extrañas situaciones en las que se vieron envueltos; las opiniones de Courtney Love y lo que de ella opinan los demás no tienen desperdicio; la fragilidad, nobleza y actitud divertida de Andy Woody frente al tono ceñudo de los Soundgarden, la profesionalidad de Pearl Jam frente a las fiestas locas que organizaba Buzz Osborne, cantante de los Melvins, el grupo favorito de Cobain. Aunque nunca llegue a comprender en totalidad por qué Andy Wood, Kurt Cobain, Layne Staley o Chris Cornell terminaron así sus vidas, sí puedo decir que les conozco un poco mejor y me siento más agradecido por cuanto nos han regalado. Sí, definitivamente, adoro esta ciudad.