Puse el otro día en Twitter sobre esta novela que todavía queda esperanza (no mucha, pero esperanza) para aquellos autores desconocidos que aún envían sus manuscritos a las editoriales, y en especial a la grandes editoriales. Alguien me contestó que no todo es algoritmo, que aún quedan editores. Y si cuento todo esto es porque tiene mucho que ver sobre la previa a lo que se puede contar de esta novela. Íñigo Redondo envió su novela a muchas editoriales, al principio sin saber cómo debía hacerlo, y supongo que por eso (o no) recibía la consiguiente negativa. Pero un día descubrió la manera en la que las editoriales piden que se les envíe los manuscritos (breve sinopsis, primeras páginas, biografía, foto (¿?), y siempre con la coletilla de que les des unos seis meses para responder), la llevó a cabo y se dispuso a enviarlo así. Fue Literatura Random House quien envió un correo a Íñigo. Querían más. Ahora el libro está en librerías, se titula Todo esto existe, tiene 400 páginas y me lo he leído en dos días. Vale, confieso algo antes, he pasado dos días en cama, pero no quiero que eso reste calidad a la novela. Porque de verdad, es muy buena.
El gran problema de Todo esto existe (imaginad lo bueno que debe de ser el libro para que este sea mi único problema) es que no te deja hablar mucho de él. Es una novela que invita muchísimo al spoiler, y te la fastidiaría por completo. Por eso, felicidades tanto al autor como a la editorial (como a los que han querido acompañar el libro con sus frases de faja y solapa) por manejar tan bien el escondite del tema y no dejar que nada refleje. Yo no voy a decir más, que me conozco.
En Todo esto existe nos encontramos con Alexéi, director de un colegio en una ciudad de Ucrania (sigo un poco la sinopsis que viene en el libro porque no quiero liarla). Años 80. Como inciso, qué introducción más magistral se saca de la manga Redondo para darnos, en una pequeña muestra de pocas páginas, un paseo rapidísimo y profundamente poético por la historia de lo vivo, de la vida como tal. A partir de ahí nos ubicamos, conocemos a Alexéi, a quien su mujer, Helga, lo acaba de dejar, y quien solo encuentra en el vodka y el tabaco un remedio para que los días pasen sin tener que pensar en el otro, en la segunda vida que se estará creando Helga. Ya sin él.
En esos días, que se convierten en una rutina de colegio, bar de hotel, botella entera de vodka, sofá, resaca, café y otra vez colegio, Alexéi se encuentra con un presunto caso de abusos entre dos de sus alumnos adolescentes. Uno es el malote prototípico, la otra es la chica que nunca ha conseguido adaptarse del todo. Alexéi hablará con ambos, llamará a los padres y querrá saber, como sea, qué pasa con ella. Ella es Irina.
A partir de este momento todo girará en torno a Irina y Alexéi. Y su piso. Y habrá extras: el perro Misha, alguna que otra profesora entrometida, la vecina chafardera. Pero no servirán de gran cosa. Ellos lo serán todo. Él, como se dice en alguna parte del libro, será todo el mundo de ella. Pero ella también de él. Como cuando Don Quijote se sanchifica y Sancho se quijotiza, Irina cada vez será un poco más Alexéi y Alexéi un poco más Irina. Incluso el narrador, que desde el inicio se queda bloqueado en el interior de Alexéi, a partir de cierto momento, a partir del momento en que las borracheras profundas paran, a partir del momento en el que Alexéi se da cuenta de que «todo esto existe», también nos dejará ver el interior de Irina. Y todo irá sucediendo, meses y meses avanzando en una especie de secuestro voluntario, metafórico y real, tanto para los dos como para uno mismo, tiempo que iremos siguiendo a través de la narración, por radio, televisión o lectura de periódicos, de catástrofes naturales y sucesos históricos que nos irán marcando la pauta de los días, los meses, los años. Y partidas de ajedrez que son más que meras partidas de ajedrez. Porque todo en esta novela es más de lo que se cuenta. Está al mismo nivel de calidad lo callado que lo contado. Y entonces, cuando parece que se llega al fin esperado y tú ves que aún te queda un grueso importante de páginas por delante, sucede la explosión. Y todo vuelve a empezar.
Todo esto existe, que te recordará a películas y series recientes, va cargada de ritmo, con las frases cortas y potentes cuando tocan, congeniando a las mil maravillas con las largas descripciones del momento oportuno. Es totalmente cierto eso que Sergio del Molino dice en la faja sobre que el libro es una caída a los infiernos. Porque eso es lo que es. Pero qué bonito cuando una caída tan terrible es descrita de una forma tan sutil, tan cuidada, tan perfecta. Un libro que grita a lo inútil de la espera, a la importancia del amor, a la necesidad de entenderse. Un libro que toca temas delicados, donde la paternidad roza el secuestro, donde lo clandestino se ve por momentos adecuado. Y no te pide que juzgues, qué importante es eso. En definitiva, un libro que te hace reflexionar desde la ficción más pura. Porque qué real es a veces lo ficticio. Gran apuesta la de Literatura Random House. Pero, sobre todo, gran acierto.