Todo lo que hay, de James Salter
Voy a empezar por el principio, que es por donde se deben empezar algunas cosas. Escribe James Salter en el epígrafe de Todo lo que hay:
“Llega un día en que adviertes que todo es un sueño, que sólo las cosas conservadas por escrito tienen alguna posibilidad de ser reales“
En el caso del propio escritor, parece que ese día llegase más de treinta años después de que escribiera su última novela, a unos pocos de cumplir los noventa, y la realidad fuera lo que le sigue.
Todo lo que hay comienza con la batalla naval de Okinawa, durante la II Guerra Mundial. Tiene sentido. Es la parte de la realidad más inestable. Un sueño turbio de aguas agitadas y escombros calcinados que puede con todo lo demás. Aunque lo demás sea esa vida a la que vuelve Philip Bowman: la universidad en Harvard primero y el trabajo en una editorial después. Una vida confortable en esencia, con un relativo éxito entre las mujeres y en el plano profesional que, a pesar de ello, no termina de llenarle. Y por medio, como siempre, el amor que, como la guerra, también lo cambia todo. Una y otra vez. Porque, como las personas, sale y entra de su vida, en un vaivén que se desliza entre las palabras de James Salter como si ese fuera el orden de las cosas y el tiempo fuera lineal en su novela.
Así que hablemos del tiempo. O de las elipsis que maneja su autor con admirable maestría. Bien pensado todo es admirable en Todo lo que hay. La elegancia, la sencillez, el modo en que Salter recoge la vida tal cual, sin adornos excesivos, y la arroja sobre sus páginas. Historias de amor que duraron lo que tenían que durar, su fracaso, que a veces no da tiempo a asimilar porque llega otro, y se va, y luego vuelve, como las ganas de venganza, la virtud, donde según él empieza a concebirse la idea de esta novela, y la vileza. Son solo imágenes veladas, color sepia, que nos traen otros momentos a nuestra mente. Momentos que nos pertenecen solo a nosotros, pero que empatizan con los de Bowman. La familia, las fiestas, las conversaciones sin sentido, las palabras que sí lo tienen, las casas, las mudanzas, un atardacer, la sensación de no encontrar un sitio, los viajes, de trabajo o de placer, la literatura, las personas con las que nos cruzamos y que después desaparecen. Nosotros con gente alrededor. Nosotros a solas. Nosotros, al fin.
Algo tan difícil y complicado como encontrarle un sentido a lo cotidiano, a las vidas corrientes, y devolverlo sobre el papel, de manera no solo atractiva, sino además bella. Todo lo que toca Salter lo es. Como los personajes secundarios que bosqueja de una manera tan nítida. Que los vemos, algunos hasta los palpamos en sus mejores y trágicos momentos, que a veces no comprendemos, pero cuya humanidad salta siempre a la vista.
Después, tal vez solo nos despertemos de este sueño. La vida es esto. Es, Todo lo que hay. Lo que ocurre entre medias es el tiempo, que avanza rápido también sobre la memoria y sobre el modo en que tenemos de recordarnos después. Hay una parte esencial, de nosotros, que se pierde definitivamente. No todos tenemos la suerte de James Salter. Pocos escriben como él. Menos, a los noventa años. Con esa lucidez, esa claridad, que a muchos nos lleva más de una vida alcanzar.
Este “todo lo que hay” (como frase y en el sentido que parece tener en el libro) me recuerda mucho a esa frase de “Stoner” de “¿Y qué esperabas?”. De hecho “todo lo que hay” podría ser la respuesta a esa pregunta (que, por otro lado, es bastante retórica). Y en ese sentido, tomo nota de este libro.
Gracias y un saludo!
Gracias a ti, Ana, por tu aportación. Me faltó comentarlo pero a mí el título también me parece muy sugerente. Por lo que respecta al libro, merece la pena apuntarlo.
¡Saludos!
marta