A finales de 2015, el editor sueco de Chimamanda Ngozi Adichie, junto con varias asociaciones como el Sweden’s Women Lobby, decidió distribuir copias gratuitas de Todos deberíamos ser feministas a los adolescentes del país. La iniciativa saltó a las páginas del diario The Guardian y en cuestión de horas el libro estaba siendo comentado en medio mundo. El hecho suscitó, cómo no, muchas adhesiones y algunas críticas, pero en todo caso consiguió una difusión de esta obra como no hubiera podido conseguir la mejor campaña de promoción.
El texto en sí, para ser estrictos, no es un libro, o no se gestó como tal. Se trata de la adaptación de una charla TED que, con el mismo título, había hecho Chimamanda anteriormente. Está en YouTube, es perfectamente accesible de manera gratuita y no ocupa espacio ni coge polvo en casa. En ese sentido me ha parecido bastante acertada la manera de llevar a cabo la edición, al menos la española (desconozco el resto): un librito muy pequeño, un precio reducido (menos de cinco euros), un tratamiento del texto bastante limpio, sin grandes prólogos, epílogos, justificaciones ni análisis para engordar el volumen injustificadamente.
Puedo decir de entrada que me ha parecido que vale la pena tenerlo, ya no digo solamente leerlo.
Más allá del contundente título, Chimamanda esboza un “abc” del feminismo desde una perspectiva positiva. Esto es, lo define y lo defiende como algo que tiene entidad por sí mismo, y no mediante el enfrentamiento con lo que “no es” o con aquello que supuestamente odia. En sus propias palabras, Todos deberíamos ser feministas retrata la voz de una “feminista feliz africana que no odia a los hombres”.
Una vez establecida esa premisa, el contenido transita principalmente por caminos trillados, por conceptos básicos del feminismo, en su mayor parte a través de experiencias personales de la propia autora. Las diferencias en la educación, diferencias en el trato social y en la consideración dentro de la familia y otros fundamentos de la discriminación hacia las mujeres. Algo que se pone muy de manifiesto es cómo Chimamanda incide en que muchos de esos comportamientos son algo más exagerado en África de lo que pensamos o de lo que experimentamos en nuestra pequeña parte del mundo. Por lo demás, con una lectura superficial el libro puede dar la impresión de no contar nada nuevo.
Y sin embargo esa aparente simpleza no hace que pierda valor, al contrario. A veces es necesario volver a las raíces para aprender de nuevo lo más complicado. Resulta algo frecuente en todos los ámbitos: cuanto más se profundiza en el conocimiento, más se pierde de vista la perspectiva global y más lejos quedan los principios, con el riesgo de acabar perdiendo la base. Si algo consigue Todos deberíamos ser feministas es hacer que el lector recuerde cuatro o cinco elementos fundamentales, en casi todos los casos bastante obvios, pero también bastante descuidados incluso por aquellos que se interesan por el tema y que participan activamente de él. Por eso, este libro de Chimamanda Ngozi Adichie, o cualquiera que se le parezca, tendría que estar no solo en manos de cada adolescente sino en todas las casas.
Vale la pena tenerlo, repito. Habrá mejores textos introductorios al feminismo, más completos, supongo. Lo desconozco porque no he leído el resto. Pues bien, merece tener cerca alguno de ellos, este por ejemplo. Y pensar que hay que leerlo dentro de diez, de veinte y de treinta años. Si hoy, y entonces, no podemos decir que todos los comportamientos que se recogen en el libro están superados, habrá que seguir insistiendo.