Todos esos rostros que faltaban, de Rafael Horrillo
Todos esos rostros que faltaban es la primera novela publicada de Rafael Horrillo. Ignoro si es la primera novela que escribe este autor, pero sí se puede decir que presenta algunas de las características que se les suelen atribuir a los debuts literarios. Así pues, Todos esos rostros que faltaban no es una novela perfecta; sin embargo, es una novela que tiene un algo muy difícil de definir que impele, una vez terminada su lectura -algo que requiere poco tiempo, no sólo por la breve extensión del relato, sino porque el suspense anima a continuar sin pausa hasta el final-, volver sobre nuestros pasos para comprobar si hemos sido lo suficientemente listos, si hemos sabido captar todo lo que en estas páginas se nos sugiere más que se nos dice expresamente.
Por decirlo claramente: Todos esos rostros que faltaban es una de las novelas más inquietantes y enigmáticas, a la par que sugerentes, que he podido leer últimamente.
La historia nos presenta a dos únicos protagonistas, dos hombres, uno joven y el otro anciano, que se encuentran en un despacho al cabo de muchos años de haberse visto por primera vez. En esa reunión se saldarán algunas cuentas pendientes entre ellos dos, y en el transcurso del diálogo que mantienen, los lectores nos asomaremos a las miserias de cada uno de ellos.
Dado que la novela consta de sólo 100 páginas, y gran parte de ellas las ocupa la conversación entre los dos personajes, podemos suponer que no hay mucho trasfondo, no hay muchos esqueletos escondidos en armarios que se nos vayan a revelar. Pero los hay, y precisamente una de las habilidades de que hace gala el autor es la de dibujar con trazos muy medidos tenebrosidades inesperadas. Utilizando episodios muy cortos y cargados sólo de los detalles estrictamente necesarios, y sin recurrir a trucos ni a rebuscamientos lingüísticos ni estilísticos, el autor consigue que el lector se vea sin embargo inundado por la crueldad, la locura y el horror que rodean las respectivas historias de cada uno de esos hombres. Están muy bien utilizados los flashbacks, insertados en el lugar oportuno y con la duración justa, de tal forma que la ventana al pasado se abre y se cierra suministrando la información necesaria en el momento adecuado de la historia.
No es fácil que una novela basada en el diálogo y en el monólogo interior -la narración de los pensamientos de los personajes- sea tan dinámica y avance de forma tan fluida, y sin embargo ésta lo hace. A veces se diría que la información se repite, que los pensamientos y las palabras vuelven una y otra vez sobre lo mismo, pero es una impresión engañosa; cada vez vamos conociendo un poco mejor a cada uno de esos dos hombres, y comprendiendo mejor la historia en todas sus honduras trágicas e irracionales, hasta llegar a un desenlace totalmente en consonancia con el resto de la historia; un final que llega de forma seca, brutal y sin embargo profundamente coherente con el inicio y el nudo central.
Pero hay más. La novela, con toda su brevedad, propone reflexiones no tan frecuentes en la literatura actual. Se nos invita a preguntarnos por el poder de los líderes, el poder de los discursos y de la capacidad de persuasión de aquellas personas dotadas de carisma; otro tema que subyace a lo largo de toda la novela es la locura en contraposición con la belleza y el arte, que simbolizan el orden y, en cierto sentido, la paz, el refugio tranquilo al alcance de cualquier hombre y, sin embargo, susceptibles también de ser manipulados y retorcidos al servicio de una voluntad maligna. La novela parece querer que nos preguntemos si la locura tiene un inicio que se pueda señalar objetivamente o si, por el contrario, es algo innato e inevitable que aflora en un momento dado sin causa racional aparente. En realidad, no hay respuestas concluyentes, pero resulta un tema original y, tristemente, siempre actual.
Todos esos rostros que faltaban es una novela que atrapa, que triunfa sobre sus imperfecciones y que superpone a su atmósfera siniestra y triste una preocupación por la humanidad y una llamada de atención sobre lo fácil que es caer en trampas que sólo se ven bien en retrospectiva.