Hace ya un par de años, reseñé por estos lares La noche que no paró de llover, de Laura Castañón. Mentiría si dijera que recuerdo todos los detalles de la historia, pero lo que no se me ha olvidado es que Valeria Santaclara, la protagonista octogenaria, me pareció lo mejor de la novela. Y supongo que a Laura Castañón también le fascinó cuánto resentimiento cabía en el corazón de esa mujer, porque acaba de publicar su precuela: Todos los naufragios. En ella, no solo ahonda en su infancia, sino que nos relata la vida de sus padres y abuelos y la de otros tantos personajes que aparecían de pasada en el anterior libro, perdidos entre los recuerdos trastocados de la Valeria anciana.
Nos remontamos, pues, a los primeros años del siglo XX, cuando los niños Gregorio (padre de Valeria) y Onel se hacen amigos inseparables, a pesar de llevarse tres años de diferencia y de pertenecer a familias con poco en común. Mientras que Gregorio es uno de los Santaclara, dueños de la mayoría de las tierras de Nozaleda, Onel es un Forquetu, una familia que un par de generaciones atrás estuvo al servicio de los primeros, algo que nadie olvida, a pesar de que su padre haya hecho fortuna en las Américas.
A través de esa amistad, de los encuentros y desencuentros entre otros miembros de los Santaclara y los Forquetu y de la aparición de Flora, una maestra que hará su propia revolución en Nozaleda enseñando a leer a las mujeres a espaldas del cura y de los maridos, Laura Castañón retrata la inestabilidad de la política española en aquellos años, en los que se sucedieron dictaduras y repúblicas, y pone el foco en Asturias, donde tuvo relevancia el movimiento anarquista. Pero, sobre todo, la autora nos muestra cómo, durante esas primeras décadas, se fueron cocinando a fuego lento los odios e insidias entre la gente de a pie, que llegarían a su punto de ebullición en 1936.
Todos los naufragios es una novela mucho más ambiciosa que La noche que no paro de llover. Laura Castañón ha dado rienda suelta a su prosa exquisita y a su capacidad de retratar de manera vivida la agitación de un país y de unos personajes inolvidables, cuyos anhelos, amores, traiciones y secretos los hacen ir a la deriva y naufragar sin remedio. Unos representan el progreso y la esperanza, otros, la represión y el recelo. Las dos caras de una España que daba bandazos en las aguas revueltas de sus gentes y que fue a pique en la guerra civil y posterior dictadura.
Lo bueno de que Todos los naufragios sea una precuela es que no es necesario conocer la otra parte para sumergirse en su historia. Pero, se haya leído o no, darán ganas de recalar en La noche que no paró de llover, que adquirirá una nueva dimensión al conocer sus raíces. Dos novelas disfrutables, se lean en el orden que se lean; aunque, si me hacen elegir, sin duda escogeré Todos los naufragios: una señora novela por sí sola.
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