Hay amigos que a nivel de gustos literarios ya me conocen. Llevo muchos años hablando de libros, de mis lecturas y de las sensaciones que me producen; así que ya sabía que esta lectura, que ha sido un regalo de uno de ellos, sería muy especial… Y lo ha sido.
Conocía la editorial, ya les he traído algunos libros de ella, Xordica no edita cualquier cosa, cada una de sus obras es una joya, por eso suelo estar atenta a sus novedades y esta ya estaba en mi punto de mira. Como no conocía al autor me había documentado un poco sobre él y después resultó que no hacía falta pues el propio libro ofrece lo necesario para entender a qué se enfrenta uno con esta lectura y sobre todo nos muestra quien era David Vogel.
El autor ha resultado ser, ante todo, un poeta, y con este libro un narrador espectacular. Nació en Ucrania en 1891, pero ya en 1912 decide trasladarse a Viena para avanzar en su deseo de crecer como escritor y darse a conocer como poeta, también tomará una decisión que será trascendental en su vida y en su obra, decidirá escribir todo en hebrero, cuando lo mejor en aquel momento hubiese sido decidirse por el alemán, ya que por motivos geopolíticos era el idioma predominante en Centroeuropa, además de que sus primeras novelas están precisamente ambientadas en Viena, allí vivió la Primera Guerra Mundial y de hecho llegó a conseguir la nacionalidad austriaca.
Pero la vida, tras aquella terrible experiencia de la guerra, le lleva hasta París, aunque será por poco tiempo ya que emigró a Palestina con su segunda mujer. No logra adaptarse y regresa a Europa, donde tras una temporada en Polonia se traslada posteriormente a Berlín. Imagino que dada la situación política decide finalmente regresar a París, y allí se encuentra ese 3 de Septiembre de 1939, día en que Francia declara la guerra a Hitler, y con esa misma fecha comienza Todos marcharon a la guerra.
Es curioso lo difícil que era ser europeo en una Europa tan cambiante. Vogel, que había estado retenido en el centro de internamiento de Bourg por su condición de austriaco, o lo que “era” lo mismo en ese momento, alemán, pasase a ser un judío más en los campos franceses de Arandón y Loriol, para terminar en un tren camino de Auschwitz donde tendría el mismo terrible final que millones de personas.
Todos marcharon a la guerra, sin lugar a dudas me ha resultado muy interesante, y claro que me recuerda a Suit francesa de Iréne Némirosky, cada una de ellas me ha aportado una visión muy cercana de la situación vivida en Francia desde los momentos previos a la declaración de Guerra por Francia y posterior invasión de Hitler. Y los judíos, que no sé porque los nombramos de forma general, porque al leerles así, de forma individualizada, vemos que son mucho más que un pueblo, son seres humanos diferenciados, como lo somos cada uno de nosotros, con nuestros miedos y nuestras esperanzas, con nuestras bondades y nuestras miserias.
Interesante desde el punto de vista histórico no me cabe la menor duda, pero es que además nuestro autor nos deja narrados sus últimos años de vida con una estupenda estructura narrativa y una gran calidad literaria ¡Cuánta información de las condiciones de vida en los campos franceses! Y sobre todo, que bien refleja el deterioro humano según se va privando a cada uno de ellos de su dignidad. Cómo uno va dejando de ser un nombre y se convierte en un número ¡Qué bien nos lo describe Vogel! Y creo que casi saberlo. Es como si se hubiese propuesto ser un espectador externo con el fin de poder ser claro con el momento histórico que Francia les está haciendo vivir.
Coincide en su periodo de internamiento con algunos españoles comunistas a los que los franceses mantienen en barracones separados, y sí, hay alguna conversación sobre nuestra Guerra Civil, sobre como se había seguido porque todos tenían claro que era algo más que una guerra fraticida local, y como había hecho posicionarse a algunos de los compañeros de Vogel…, el comunismo, la socialdemocracia…
Pasado el tiempo van cambiando también las conversaciones y ya se empieza a hablar de comida, de frío, de piojos… Y así, poco a poco ya solo se piensa en sobrevivir un día más, se había perdido ya toda esperanza.
Nunca hay que dejar de leer a estos autores que nos han contado, así, casi sin querer, esta parte de la historia que nadie más nos podía relatar, porque nadie más lo ha vivido, porque nadie puede contarlo mejor que ellos, si además lo hacen de una forma tan bella y literaria como lo ha hecho Vogel, mejor, porque la historia no es agradable pero trasformada en buena literatura puede, al menos, resultar más digerible.
Yo les recomiendo su lectura, a través de la lectura de estos libros podemos encontrar mucha verdad, podemos conocer mejor al ser humano, es este un bello testimonio porque hemos tenido la suerte de que nos lo cuente un gran escritor, pero no hay que olvidar que es un testimonio veraz de una historia terriblemente real.
Podría dejarles aquí un trocito de Todos marcharon a la guerra, un pequeño fragmento, un simple párrafo, pero prefiero dejarles uno de sus poemas, por si a través de él, logro convencerles mejor de que se acerquen a esta parte de la historia que nadie más les podrá contar.
Ciudades de mi juventud.
Ahora a todas ya las he olvidado
y a ti en alguna de ellas.
En un charco, descalza,
aún bailas chapoteando frente a mí
y mira – de seguro estás muerta.
Cómo ansié escapar
de mi lejana infancia
hasta esta blanca mansión de la vejez,
tan grande y tan vacía.
Nunca regresaré
al punto de partida.
Jamás volveré a verte
ni a aquel que alguna vez fui.
A la distancia,
la senda de los días
continuará alejándose,
de la nada a la nada.
Sin mí.
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