Reseña del libro “Tokio, estación de Ueno”, de Yu Miri
Aunque sea una obra de ficción, a lo que recuerda Tokio, estación de Ueno es a un documental. Vida y caída de un hombre común, podría subtitularse, y venir de la mano de Chris Marker, a cuyo Sans soleil recuerda por momentos. Al igual que en la película de Marker, el protagonista aquí es un narrador que parece estar detrás de la cámara, sobrevolando la proyección, y que mezcla sus reflexiones con episodios variados de su pasado y escenas de la vida cotidiana del presente. Estas últimas ocurren siempre en torno al parque que descansa junto a la estación de Ueno, donde ha pasado los últimos años de su vida saliendo adelante a duras penas como uno de los muchos sintecho que pueblan la zona con sus características y precarias construcciones hechas de toldos de lona. Con la peculiaridad de que Kazu, que así se llama este protagonista, ya está muerto, así que en realidad es la voz de su fantasma la que nos lleva de la mano por el relato.
Narrado con un estilo directo, sin muchos adornos, Tokio, estación de Ueno es un libro duro, incómodo, que aborda con elegancia cruda y grandes dosis de sinceridad el drama de aquellos que quedan al margen de la sociedad, y que además demuestra que la memoria puede ser el lugar más cruel de la Tierra. En el archivo mental de Kazu encontramos el nacimiento de los emperadores, su llegada a Tokio huyendo de la pobreza rural, la construcción y reconstrucción de la ciudad para sus dos juegos olímpicos, en la que participa como obrero, el desastre nuclear de Fukushima, cerca de su pueblo natal. A pesar de que se casa y tiene un hijo, su existencia está marcada por una permanente precariedad desde la cuna, lo que unido a su “mala suerte”, como lo define su madre, hace que su historia sea profundamente trágica y termine sin solución entre la pobreza.
Más allá de su evidente tono de denuncia social, fuera de Japón este libro resulta un gran regalo para aquellos que quieran profundizar en la cultura nipona. Numerosas costumbres religiosas y civiles aparecen descritas con detalle, y el léxico incluye continuamente términos en la lengua original. Por eso también puede hacerse más pesado en algunos momentos en los que, a pesar del buen hacer de la edición y la traductora con las notas, nos haría falta un cursillo completo para poder leer sin parar a buscar referencias a cada momento.
Con esa salvedad y siempre teniendo en cuenta su enorme tristeza, Tokio, estación de Ueno es un libro magnífico. Volviendo a las comparaciones, hace pocos años Robert Seethaler escribió otra fabulosa novela, Toda una vida, en la que lograba hilvanar una particular historia del siglo XX a través del relato de la existencia de su protagonista, Andreas Egger. De la misma manera que la narración de Seethaler servía para la Europa entre la segunda y la penúltima década del siglo XX, la de Yu Miri sirve para Japón y solo unos años más tarde. Porque así como se dice que la resistencia de una cadena es la resistencia de su eslabón más débil, en este caso podríamos decir que la historia de un pueblo puede contarse con la de su estrato más bajo.