No conozco a Lourdes Porta, no tengo absolutamente ninguna relación con ella, ni una mísera idea de su edad, su formación o su lugar de nacimiento. Sé solamente que me gusta cómo escribe. Su español es limpio, y lleva consigo la simplicidad engañosa que solo tienen las cosas más difíciles cuando se ejecutan perfectamente. He decidido ponerla al principio de esta reseña porque me ha llamado la atención que de las tres personas que llevan a cabo un proceso creativo en este libro, ella es la única que no figura en la primera de cubierta ni en la solapa. Y nunca está de más comentarlo, con todo el cariño hacia Tusquets y los demás editores. Desde aquí, un viva por Lourdes Porta y por su traducción.
Que sea tan legible, tan coherente en español (no me atreveré a decir “buena” porque como no sé japonés no tengo ni idea de si lo es) es la guinda para un volumen exquisito. De veras. En un mundo tan plagado de novedades como el libresco, la tentación de lanzar cualquier cosa con un nombre conocido como gancho provoca grandes decepciones compuestas por retales, por restos marginales de obras grandes.
Tony Takitani, al contrario, merece la pena. Haruki Murakami en la traducción de Porta mantiene su estilo habitual, frases cortas y directas, con pocos adornos pero mucha enjundia. Su protagonista también representa casi un cliché dentro de su obra. Hijo de un trombón de jazz, nacido poco después de la Segunda Guerra Mundial, Tony Takitani es un solitario ilustrador. Varón, retraído pero educado, no conoce al amor de su vida hasta bastante tarde, cuando se enamora de una jovencísima asistente de la editorial para la que realiza encargos. Lo que sigue será mejor no revelarlo porque sería contar demasiado, aunque sí diré que el material narrativo que nutre este relato podría haber dado para un novelón de al menos el doble de páginas.
Las ilustraciones de Ignasi Font se acoplan a Tony Takitani de tal manera que por momentos da la impresión de que estén saliendo directamente de la mano del protagonista. Son sobre todo escenas de soledad entre sombras, crepúsculos y personajes que cargan con el peso del mundo sobre sus espaldas. El hilo de tristeza que atraviesa las palabras de Murakami se amplifica cuando uno se para cada pocas páginas para admirar las imágenes. La tristeza del hombre solo, la incomunicación, el desasosiego. La universalidad de la melancolía absoluta, que iguala a un japonés de hace medio siglo con cualquiera de nosotros.
Absténganse los caracteres hipersensibles. Se puede llorar al final. Para aquellos que estén buscando un libro dulce, un buen regalo con el sello del viejo Murakami, será mejor que recurran a La chica del cumpleaños, como ya dijo Víctor González. Saturación, rojo absoluto, todo un caramelo que hará las delicias de toda cuenta de Instagram.
Pero los que quieran arriesgarse, quienes gusten de un poco de hierro en el paladar y una pizca más de óxido en los engranajes de sus lecturas, atrévanse con este.