No sé qué tienen las historias de traiciones que me enganchan y me atrapan hasta dejarme sin respiración. Mira que es un recurso muy socorrido y, casi todos los autores, lo utilizan en algún momento de su trayectoria, pero aun así, a mí me vuelven loca.
La saga La reina roja, de la que vengo a hablaros hoy, no es que recurra a la traición. Es que LA TRAICIÓN en mayúsculas es la gran protagonista de todo esto. Así que, como no podía ser de otra forma, en ella se basa también la cuarta y última parte de la saga: Tormenta de guerra. Cuando terminé la tercera parte, La jaula del rey, tuve la necesidad de saber cómo terminaría todo. Pero lo cierto es que los meses que se interpusieron entre ese momento y el de la salida a la venta del último libro, hicieron que mis ganas se enfriaran un poquito. Eso, sumado a la cantidad de lectura que he tenido estos meses, hizo que me llegara hasta a olvidar de su existencia. No fue hasta que un día, hablando con mi tía, me recordó que no había leído la última parte. ¡Sacrilegio! Así que hice un esfuerzo por refrescar mi memoria (os juro que soy malísima recordando datos de libros) y me puse a leer esta cuarta parte de la saga escrita por Victoria Aveyard.
Y en el momento que empecé, casi me doy golpes con él en mi cabeza por haber sido tan tonta como para haber dejado pasar todo este tiempos sin leerlo. Y, dado que el ejemplar tiene casi ochocientas páginas, los chichones hubieran estado garantizados. Pero ochocientas páginas no son nada cuando te gusta una historia. Cuando quieres saber qué hará Mare después de haber sido traicionada por Cal (ejem… todos lo veíamos menos ella). Cuando necesitas averiguar qué pasará con esa rebelión llamada los Rojos que quieren acabar de una vez por todas con los Plateados. Cuando no sabes qué será de Maven, aquel que le robó el corazón a Mare una vez, con tanta fuerza, que casi termina por arrancárselo de cuajo. Cuando todo eso pasa, no importa si el libro tiene ochocientas o dos mil páginas. Lo importante es que está ahí dándote lo que quieres, lo que necesitas: un final que resuelva todas las teorías que tu mente consciente o inconscientemente (os aseguro que mi caso fue lo segundo) se había ido formulando en su interior.
Mi tía, literalmente, me dijo que “iba a alucinar con el final”. Y bueno, eso tampoco me daba demasiada credibilidad, porque para ella todos los finales son para flipar. Es una gran entusiasta de los finales. Pero en este caso le tengo que dar la razón. Cuando llegué a la última página, más que flipar, me quedé con la sensación de que todo estaba bien, que era como tenía que haber sido, ni más ni menos. Y, os prometo que yo, al contrario que mi tía, no soy nada entusiasta de los finales. Suelo encontrar pegas o pensar lo típico de “yo lo habría terminado de otra forma”. Pero en Tormenta de guerra no cambiaría ni una sola coma. Sí es cierto que para muchos el final es un poco inconcluso, ya que hay varias historias de diferentes personajes que se quedan en el aire. Eso es verdad, pero para mí no es un impedimento. Entiendo perfectamente un libro sin que el final sea cerrado, no lo necesito. Mi mente es capaz de cerrar todas esas tramas que han quedado abiertas, ya sea por imposibilidad del autor de abarcar más, o bien sea por una decisión tomada con el objetivo de que sea el lector quien decida el final.
Tengo que decir que en este libro encontramos más política de la normal. Todos los libros están basados en la política: en esa lucha de poderes entre los “buenos” y los “malos”. Teniendo a representantes de ambos lados, el lector se puede hacer a la idea de lo que supone estar en uno o en otro. Pero en esta última parte, la política adquiere un tono todavía más protagonista si cabe, cosa que no gustará a muchos, pero que encantará a otros tantos (ya os imagináis dónde me hallo yo).
Lo que saco como conclusión es que este final que nos ha dado Victoria Aveyard no ha dejado indiferente a nadie, cosa que me gusta.Porque todo el que lo lee tiene algo que decir al respecto, ya sea bueno o malo. No me gustan los libros que apasionan a todos, me gusta el conflicto. Y, os aseguro que, tanto dentro de este libro como a su alrededor, hay mucho de eso.
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