Resulta complicado escribir algo original sobre un libro del que lleva décadas escribiéndose. Pero quizá no sea necesario. Simplemente se puede volver a hacer notar lo mismo: Trampa 22 es un auténtico librazo, un monumento de la literatura de humor, del absurdo, el alegato antimilitarista perfecto. Y más: un puñetazo contra la burocratización de nuestras sociedades que todavía resuena, un canto a la imaginación y, algo que se reseña menos, una obra con una prosa de alta calidad que no flaquea en 600 páginas.
Quizá todo lo que haya que hacer sea continuar diciendo que la obra de Joseph Heller, que ahora reedita en español Literatura Random House con prólogo de Laura Fernández, se tiene bien ganado su lugar dentro de las más importantes del siglo XX, en un club que ahora, dos décadas después de cerrar la admisión de nuevos miembros, tiene pocos visos de ir a cambiar de manera significativa.
Publicada en 1961, Trampa 22 sigue las andanzas del capitán John Yossarian, de las fuerzas armadas estadounidenses, durante el corto periodo en el que los americanos intervinieron en Europa en la Segunda Guerra Mundial. Concretamente, Yossarian permanece destinado en Pianosa, una isla en la costa oeste de Italia, cerca de Roma, desde la que realiza sus misiones como bombardero. Eso siempre que no se escaquea de alguna de las mil maneras que se le van ocurriendo durante la acción. Alrededor de él, muchas veces olvidándose de él, Joseph Heller va creando una constelación de personajes que siempre traza con detalle: coroneles, cabos, soldados, doctores, oficiales de intendencia, prostitutas italianas. Ninguno quiere estar allí, pero tampoco sabe bien cómo terminar con aquello. El número de misiones requerido para que los envíen a casa se va acrecentando cada vez que se acercan al límite, y los intentos de que los declaren oficialmente locos, otra manera de irse a casa, chocan contra la Trampa 22: hay que estar demasiado cuerdo para querer abandonar la guerra.
Todo contribuye a que los personajes que pasean por la obra no sean héroes ni antihéroes. Supervivientes, podríamos decir, que demuestran que la imaginación y el ingenio son las mejores armas para seguir a flote. Yossarian trata de pasar el mayor tiempo posible en el hospital de campaña, aquejado de enfermedades imaginarias; Milo Minderbinder, encargado de la intendencia, alquila aviones de las dos facciones del conflicto para contrabandear con huevos de gallinas de Malta; Joe el Hambriento no hace más que perseguir mujeres para fotografiarlas en ropa interior. A través de estas historias y muchas más, píldoras cortas, fáciles de tragar, Heller construye la pared sobre la que va trepando su novela desde la raíz hasta convertirse en este icono de la cultura popular.
Entretenida siempre, un tanto más grave al final, Trampa 22 se lee por el gusto de continuar leyendo más que por la intriga de lo que espera a la vuelta de la página. Por eso se termina con la impresión de no haberla terminado en realidad, porque no se resuelve ni un solo misterio ni se logra burlar con ello la famosa trampa. Se aprenden un puñado de cosas, se olvidan otras cuantas que se nos caen de los bolsillos. Pero lo más importante: se disfruta durante el camino, y eso es con lo que hay que quedarse. Porque si Heller consigue que no nos tomáramos tan en serio algo tan serio como la guerra, ¿cómo no vamos a hacer algo parecido, en el buen sentido, con su propia literatura?