Somos lo que comemos. Eso dicen. Si esto fuera verdad, yo no sé qué sería. Vale, no llevo una dieta ideal ni controlo mucho lo que como, pero lo que sí es verdad es que como de todo y muy variado. Durante la semana tomo verduras, legumbres, pasta, arroz, pescado y carne. Todo sin gluten, claro, porque soy celíaca (pero de las de verdad, no de las de autodiagnóstico lohagopormoda o porqueelglutenesmaloquítameloquítamelo). Pues eso, que intento comer de todo y de la mejor manera posible, aunque a veces es muy difícil. Gracias a mis problemillas con el gluten, tengo que leer todas las etiquetas de los productos para ver si llevan algo que haga que me tire tres días sin poder ir a trabajar. Un día, comiendo por ahí con unos amigos, me puse a inspeccionar la etiqueta de un helado y un chico me dijo que si estaba buscando el ingrediente “aceite de palma”. Él ya me iba a tachar de paranoica y de exquisita, pues como dijo tajantemente, “el aceite de palma se lleva años usando y eso de que da tantos problemas es una chorrada”. Ahí se abrió un debate muy interesante. Que si aceite sí, que si aceite no. Que si cancerígeno por aquí, que si obesidad por allá… Yo, contenta al saber que mi helado era gluten free, quedé ajena a la conversación mientras me lo comía tranquilamente y pensaba en mis cosas.
Pero sí, hay gente que lleva estos temas a rajatabla. No gluten. No aceite de palma. Y, lo que ahora está muy de moda, no transgénicos. No nos engañemos, yo había oído hablar de los transgénicos una y mil veces en todos los medios de comunicación pero no sabía muy bien qué eran ni si el efecto de su consumo era tan maligno como se decía a todas horas en la televisión. Después de leer Transgénicos sin miedo, cuyo autor es J. M. Mulet —que ya me iluminó en su día con La ciencia en la sombra, enseñándonos la ciencia forense desde otro punto de vista— me ha quedado el tema más claro que el agua. Y ahora sé que hasta el jabón que uso para eliminar las manchas de la ropa es un transgénico. Casi todos los productos que consumimos hoy en día (véase aquí que esto no afecta únicamente al ámbito de la alimentación, sino que se puede aplicar a los cosméticos o incluso a la ropa) están modificados genéticamente. Porque los tiempos avanzan y es necesario que todo se adapte al entorno.
J. M. Mulet, en Transgénicos sin miedo, desmantela un mito del que llevamos años oyendo: los transgénicos no son malos. Es más, son necesarios en nuestro día a día. Pero, como él bien, dice, son demasiados los intereses que están en juego y la manipulación de la información que nos llega beneficia a determinados sectores.
No soy quién para dar lecciones sobre si un transgénico es bueno o es malo. No se me ocurriría. Para formaros una opinión contundente que os permita hablar del tema en las comidas familiares (ya sabéis, para hacer un poco “el cuñado”, pero con conocimientos sólidos), os tendréis que dejar llevar por las clases magistrales que este autor Valenciano da en su libro. Lo cierto es que no ha estado mal adentrarme por unas horas en este mundo y descubrir cosas que muchos se callan y que todos deberíamos saber. Al fin y al cabo, somos lo que comemos, ¿o no?
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