Todo se renueva, evoluciona, se transforma, no hay nada que no sea susceptible de mutar. Nuestra existencia está plagada de cambios, y de hecho hay temporadas enteras durante las cuales, como si habitáramos el ojo de un ciclón, el universo entero da vueltas a nuestro alrededor y no tenemos claro cuánto se va a parecer lo que resulte de la caída de nuevo al suelo de los objetos a lo que era nuestra vida hasta entonces.
Faye acaba de comprar una casa en un barrio de Londres donde, por lo general, no podría permitirse vivir. La casa, a cambio, necesita una renovación profunda, de la que no está muy segura de salir con éxito. La tortuosa reforma se convierte en una analogía perfecta de su situación personal: separada recientemente, dos hijos, un trabajo (escribir) que nunca da la seguridad suficiente para plantearse la vida más allá de los años más cercanos y de vuelta en la gran ciudad después de una década viviendo en el campo, no tiene alrededor precisamente muchos asideros.
El tiempo que abarca Tránsito lo pasa Faye entre citas con amigos, contratistas, conocidos y las clases de escritura creativa que imparte, inmersa en escenas muy del estilo de “Las invasiones bárbaras” solo interrumpidas por las llamadas telefónicas de sus hijos y las intervenciones de sus vecinos para hacerle la vida imposible. En ningún momento desentraña el sentido de su vida ni soluciona casi ninguna de sus dudas, así que visto en perspectiva lo que tenemos finalmente es polvo en suspensión, ruido y caos.
Sin embargo, esta mezcla no arroja como resultado una obra entrópica. Al igual que ocurría en A contraluz, su antecesora, Tránsito es una novela ordenada, reposada y tranquila que además no da la impresión de hacerse larga o tediosa. Los capítulos están más compartimentados y quitando el par de capas que constituyen las obras de la casa y sus hijos, el resto de historias que construye Rachel Cusk son efímeras y no vuelven a aparecer en momentos posteriores al que les corresponde. También como ocurría en la anterior, aprendemos sobre la protagonista en boca de otros, a través de las descripciones y de las preguntas de quienes la rodean. Esta manera elegante de narrar ya no sorprende si se ha leído a Cusk anteriormente, pero no deja de tener un mérito extraordinario. La protagonista escucha y pregunta, y a través de su curiosidad aparecen en el texto grandes temas como la soledad, la pugna entre la libertad individual y el compromiso de pareja, el cambio, cómo no, y la manera que tenemos de enfrentarnos a él. Temas capitales y otros más livianos, la vivienda en la gran ciudad, por ejemplo, porque la realidad tiene estas cosas, que mezcla cal y arena sin que podamos evitarlo, y porque ser intenso mucho tiempo resulta tan cansado como aburrido.
Aquellos que ya estén enamorados de esta autora no encontrarán argumentos para romper con ella después de leer Tránsito. También la disfrutarán los más aficionados a escuchar, los que aprecian que cualquiera les cuente su historia, los empáticos, como ahora está de moda decir. Para mí es una nueva obra redonda de Rachel Cusk, dos de dos, y mención especial otra vez a la traducción de Marta Alcaraz, que, sin haberla comparado con el original, me parece perfecta. Tengo la impresión de que el estilo preciso y detallista del que hace gala el texto no es solo mérito de la autora original, y merece la pena comentarlo.
Después de sus dos primeras entregas queda una tercera, Kudos, que tendría que aparecer en 2018. Las ganas de que llegue, por supuesto, continúan intactas tras recorrer Tránsito.
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