Ésta es una reseña complicada. Complicadísima, de hecho. Tres días y una vida es una de esas novelas que te mueres por comentar con alguien según las acabas, pero de las que sabes que es casi imposible hablar sin desvelar más de lo que deberías. A pesar de ello prometo que voy a esforzarme en intentar expresar lo que me ha parecido su lectura destripando lo menos posible del libro, porque todos sabemos lo que fastidia un spoiler literario.
Pierre Lemaitre nos sitúa en el pequeño pueblo de Beauval, uno de tantos recónditos lugares donde la vida transcurre entre la tranquilidad y el hastío que provocan la rutina y el saberse con el futuro escrito desde el nacimiento. Esta paz se trastoca en las navidades de 1999 cuando Antoine, un chaval de doce años de edad, golpea en un ataque de ira a Rémi, un niño de sólo seis años, que muere en el acto. A pesar de las fuertes tentaciones por contar lo ocurrido, el chico decide ocultar el crimen y seguir con su vida, a sabiendas de que de quién jamás podrá esconderse es de sí mismo.
Lemaitre, con su habitual claridad y limpieza, consigue en muy pocas páginas lo que a otros autores les cuesta varios capítulos: hacer verosímil tanto la historia que cuenta como el ambiente en el que ésta se desarrolla. Me parece digno de destacar lo bien que recoge la idiosincrasia de los pueblos pequeños, en especial sus miserias: la necesidad de dar buena imagen por el “qué dirán”, los chismorreos en la plaza, los motes crueles y facilones, las habituales rencillas familiares, los cuchicheos en misa… Como residente estival en tres pueblos de pequeño tamaño, puedo decir que la ambientación que recrea el autor francés podría extrapolarse a centenares de localidades españolas sin ningún tipo de problema.
Antoine monopoliza el relato. Se nos muestra desde un principio como un chaval atormentado, no tanto por los remordimientos del crimen cometido, sino por el miedo a ser descubierto y a tener que pasar unos cuantos años en prisión. La psicosis en la que empieza a vivir desde el momento del asesinato está muy bien recogida, con numerosas pesadillas, paranoias, ganas de huir… Es una novela fuertemente angustiosa.
Lemaitre usa el recurso tan habitual como eficaz en este tipo de novelas de lanzar fuertes giros al final de cada capítulo, con lo que consigue mantenernos pegados al libro hasta que tiene piedad y relaja el ritmo narrativo. Aun así, tengo que avisar de que las últimas páginas son enormemente impactantes y adictivas; ahí Lemaitre emplea todos sus recursos para que acabemos el libro al borde del infarto. Pese a ello, el verdadero filón de esta novela no está tanto en lo que ocurre como en lo que no ocurre. Como dijo el escritor Giovanni Papini, todo hombre no vive más que por lo que espera, y la vida de Antoine podría resumirse en esa cita. Este libro es una tortuosa espera, un suplicio agónico del que Lemaitre no nos librará hasta que devoremos la última hoja.
Ya paro, de verdad de la buena. Sólo me queda recomendar esta lectura a todo aquel al que le apasionen las novelas de suspense y tenga suficiente tiempo para leer Tres días y una vida en una semana o menos, ya que de lo contrario pasará unas cuantas horas al día dándole vueltas a cada uno de los retorcidos giros del autor francés. Se lo digo por experiencia.
Totalmente de acuerdo con tu reseña, Alberto.
No se puede contar esta historia, hay que leerla.
¡Gracias, Marta! Yo de hecho he prestado ya dos veces este libro a amigos para poder hablar de ella sin miedo a represalias jajaja
Una historia en la que es imposible no entrar en la piel de Antoine y sentir por momentos su angustia y su propia prisión emocional, la que le marcará el resto de su vida.