Trescientos poemas de la dinastía Tang, de Literato solitario del estanque fragante

Trescientos poemas de la dinastía TangCualquier obra capaz de abarcar lo inabarcable merece reconocimiento y elogio y Trescientos poemas de la dinastía Tang es sin duda uno de los escasos ejemplos que podría citar. Es inabarcable no sólo por la dimensión del objeto de estudio de la obra, tan inmensa que reconozco que hasta leer el magnífico prólogo del profesor Guojian Chen, responsable de esta edición, no me resultaba ni tan siquiera imaginable. Dicen que los chinos han escrito tanta poesía, probablemente más, que el resto de la humanidad junta. Tras leer este libro uno se lo cree.

La dinastía Tang abarca los años comprendidos entre el 618 y el 907, lo que se calcula que incluye a unos 7.850 autores y unos 208.386 poemas (la exactitud de la cifra me hace pensar que estos son los registrados, aquellos de los que aún tenemos constancia, que siempre son menos de los escritos) y la recopilación original, que corrió a cargo de Literato solitario del estanque fragante, trató de resumir esa época dorada en trescientos poemas a los que el profesor Chen ha añadido unos cuantos más cuya inclusión era, a su juicio y al parecer del de la comunidad de expertos, necesaria. Algunos de los poetas más destacados que el lector encontrará en las páginas de Trescientos poemas de la dinastía Tang son Li Bai, Du Fu, Wang Wei y Bau Juyi, que representan la cumbre de la poesía tradicional china.

Con las cifras antedichas uno se da cuenta del tamaño del reto, pero no de la complejidad. Para eso se hace necesario un buen mapa y pocos hay mejores que las introducciones de Cátedra, que son un género académico en sí mismo. Gracias a la magnífica introducción del profesor Chen (y de sus numerosas, brillantes y pertinentes notas) uno no sólo percibe infinidad de detalles que de otro modo, a no ser que fuera un experto y les aseguro que yo no lo soy, le pasarían desapercibidos. Probablemente sin ellos estos poemas se disfrutarían mucho menos porque sin su ayuda uno difícilmente podría saber por ejemplo que el mundo tenía diez soles hasta que un arquero abatió nueve y quedó tal como lo conocemos. Pero si me ha gustado o, para ser exacto, si me siento terriblemente agradecido al profesor es por la visión de conjunto que su texto ofrece. No es la China actual la que se refleja en Trescientos poemas de la dinastía Tang, sino una bien diferente en la que la poesía era una disciplina fundamental en la vida y de hecho era una prueba definitiva para el acceso al funcionariado e incluso al gobierno. No me atrevería a decir si es una idea especialmente buena permitir que los poetas gobiernen el mundo, probablemente éste se ha vuelto demasiado complicado, pero seguro que sería hermoso y divertido. Si lo destaco es como muestra de lo especial de la obra, que es una expresión de la importancia de la poesía en la vida cotidiana probablemente irrepetible en la historia.

De las gélidas cuerdas del laúd
surge la fresca aura de los pinos
rompiendo el silencio.
Antigua melodía que tanto me encanta.
Mas, echada en el olvido,
¿cuántos sabrán hoy tocarla?

Si de las muchas virtudes de Trescientos poemas de la dinastía Tang tuviera que destacar una sería sin dudarlo la variedad. Hay poemas de amor, los hay épicos, sobre la naturaleza, sobre la distancia, los hay melancólicos, hermosos, tristes, alegres, los hay dedicados a monjes, a generales, emperadores, amigos o poetas, los hay de despedidas y de reencuentros, los hay de provocación y de respuesta, los hay, en fin, de todo tipo pero me ha resultado terriblemente reconfortante encontrar entre ellos tantos con un marcado tono vitalista, de celebración de la vida. Y en muchos casos con una visión muy mediterránea, si me permiten el eufemismo para expresar la devoción por el vino. Siempre me resultó hermosísima esa metáfora de Ana María Matute en Olvidado rey Gudú mediante la cual humanizaba al trasgo del sur: a través del vino y del amor su corazón se transformó en un ramo de uvas que poco a poco iban cayendo y con ellas la vida. Encontrar en una cultura tan distante y en principio tan ajena tanta celebración de la vida, más conociendo la deriva histórica de esa sociedad, es un gran regalo. Aunque el vino sea de arroz y aunque en muchos casos el regusto melancólico sea muy intenso.

Entre flores y ante un jarro de vino
bebo solo, sin compañía alguna.
Alzo la copa y convido a la luna.
Con mi sombra somos tres-

Aunque la luna no puede beber,
y en vano sigue a mi cuerpo la sombra,
son gratas compañeras transitorias.
¡Disfrutemos antes de que pase la primavera!

Canto, y la luna se balancea.
Bailo, y mi sombra revolotea.
Despierto yo, compartimos la alegría.
Ebrio, desaparecen mis compañeras.
¡Oh luna, oh sombra, mis inmortales amigas!
Ya tendremos una cita
en el cristalino Río de las Estrellas.

Déjenme que les diga una cosa más antes de despedirme de Trescientos poemas de la dinastía Tang. En la introducción de Guojian Chen uno descubre la complejidad de la estructura de la poesía china, la importancia del ritmo y, sobre todo, del tono. Uno imagina la música que vive en esas poesías y que necesariamente, por la naturaleza de la lengua, se pierde en la traducción. Y sin embargo los poemas traducidos por Chen siguen siendo poemas, siguen viviendo en pentagramas más soñados que escuchados y tengo para mí que si el mérito del Literato solitario del estanque fragante que recopiló inicialmente los poemas fue grande, el del profesor Chen no le anda a la zaga. Desde aquí el reconocimiento a su trabajo y mi gratitud por mostrarme un mundo.

Miro hacia el Este en busca de mi casa,
¡interminable es el camino en nieblas!
Siendo ya viejo, no puedo contener
las lágrimas que empapan mis mangas.
Nos encontramos a caballo.
No tengo papel ni pincel.
Sólo te ruego que les digas
que estoy sano y salvo.

 

Andrés Barrero
@abarreror
contacto@andresbarrero.es

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