¿Qué es más fácil, hacer reír o hacer llorar?
Es evidente que en temas de humor no todos reaccionamos igual. Algunos podemos encontrar tronchante una situación absurda, una conversación de besugos o una broma escatológica. A otros en cambio les asoma una traviesa sonrisilla cuando alguien da un traspiés, cae escaleras abajo y se parte la crisma o ante un chiste de Carrero Blanco y sus dotes como saltador olímpico. La Audiencia Nacional, por ejemplo, no estaría entre los del segundo grupo.
Lo que nos aflige, lo que provoca ese nudo en la garganta (preludio de lágrimas amargas que tal vez alivien ese gran pesar que sentimos en el pecho) probablemente nos dispone a todos en un único grupo. ¿Quién no lloraría la muerte de una madre o padre que lo ha dado todo por sus hijos? ¿Y la de ese amigo íntimo que estuvo a las duras y a las maduras siempre apoyándote? ¿Y qué me dices de tener la cruda certeza de que jamás volverás a acariciar el suave pelaje de ese perro que estuvo a tu lado más de diez años? ¿Quién no ha llorado alguna vez al encontrarse cara a cara ante el cruel rostro del desamor? La soledad, la incomprensión, la enfermedad, el abandono… ¿una cebolla?
La verdad, no sé si es más fácil hacer reír o hacer llorar pero de lo que sí estoy seguro es que es dificilísimo narrar una historia en la que ambas emociones mantengan cierto equilibrio. El truco de Emanuel Bergmann es una de esas obras.
El truco es la historia de dos personajes. Dos vidas separadas por el tiempo pero unidas por los acontecimientos. Por un lado tenemos a Mosche Goldenhirsch: un anciano desvergonzado y de carácter huraño, con tendencias suicidas, que se pasa la vida en clubes de streptease en busca de compañía que previo pago le hagan sentir menos vacío. Pero Mosche es solo la sombra desvaída de lo que antaño llegó a ser. Anteriormente se le conoció como el gran Zabbatini, el famoso mago mentalista que recorrió la Europa que posteriormente sería ocupada por los nazis. El otro personaje es Max Cohn: un muchacho de diez años que se enfrenta a la cruda realidad de descubrir que sus padres están a punto de separarse. Por una de esas extrañas casualidades de la vida Max descubrirá que existe un conjuro de amor que podría volver a unir a sus padres. El único capaz de realizar dicho conjuro es Zabbatini. Así pues, el muchacho escudriñará cada rincón de su ciudad con tal de encontrar a ese gran mago y mentalista que podría salvar la felicidad de su familia.
En El truco hay magia, esperanza, desencanto y disparatadas aventuras narradas en clave de tragicomedia. Esa tragicomedia que es en sí misma la vida y el acto de vivir; esa valentía de afrontar retos, de aceptar las pérdidas y las derrotas pero también de mantener los pies en el suelo cuando se triunfa. El personaje de Mosche, anciano casi centenario, sabio a su manera y repleto de experiencias (algunas tienen que ver con el amor, otras con la magia y las peores con El Holocausto perpetrado por los nazis) es la representación de aquellos que se sienten desengañados por una vida demasiado larga y tortuosa. Por otro lado, y como contrapartida, Max, todavía puro de corazón, sensible como solo un niño puede serlo y optimista, es el agradable punto de candidez que contrarresta el cinismo de los desencantados que se toman la vida demasiado en serio. Ambos personajes convergerán no sin que antes Emanuel Bergmann nos relate, con una prosa fácil de leer, elegante y embaucadora, como era la vida de cada uno antes de que sus destinos se cruzaran. Con todo, a pesar de que la historia de Max no está mal, está claro que su protagonismo es sobre todo una excusa esencial a la hora de poner en marcha los recuerdos de Mosche: la verdadera historia de esta novela. Una historia que tarda en arrancar pero que cuando lo hace se muestra repleta de momentos divertidos (en ocasiones haciendo uso de humor algo simplón), de situaciones algo absurdas y de un truco de magia, un fantástico e inolvidable truco, que conseguirá que tus ojos llenos de lágrimas susurren tristeza mientras tu sonrisa grita esperanza.
El truco de Emanuel Bergmann publicado por Anagrama aúna con cierta pericia la comedia y el drama, esos dos géneros narrativos que por separado presionan unas teclas determinadas y dispares creando melodías únicas pero que al unirse, como en este libro, componen una sinfonía agridulce; una suerte de broma melancólica que perdura más allá de la última página.