Tener veinte años, un coche y un verano por delante. Eso es todo lo que se necesita para enamorarse hasta las trancas y poner el corazón en lo que mejor saben hacer los muy jóvenes, sobre todo en verano: soñar. Estamos ante una reedición de la ya clásica novela de Juan Marsé Últimas tardes con Teresa, una de las más importantes de la segunda mitad del siglo XX en España, y a la obra pura y dura se añaden prólogos de Pere Gimferrer, Manuel Vázquez Montalbán y el propio Marsé, además de un apéndice con copias facsímiles de documentos y cartas que atestiguan la pugna con la censura del año 1966 y las justificaciones que debió hacer el autor. Estos aditamentos, si bien son bienvenidos y se leen con agrado, en realidad no son necesarios, porque una obra magna, como es ésta, no necesita de adornos ni de añadidos.
En realidad, si de algo sirve verdaderamente esta reedición de Seix Barral es como muy oportuno pretexto para volver a poner de actualidad esta novela, de obligada lectura para cualquier amante de la novela a secas, y especialmente de la novela realista y social, satírica y caricaturesca, irónica (pero tierna y sincera), romántica y rosácea.
Historia dentro de otra historia dentro de lo universal, Últimas tardes con Teresa narra, es verdad, la historia de un amor imposible entre Teresa Serrat, niña bien de la burguesía empresarial catalana, y Manolo Reyes, llamado El Pijoaparte, un xarnego -como lo llaman las amistades de clase alta de Teresa- del Monte Carmelo. Una serie de azares y de casualidades forzadas en sus posibilidades por los propios protagonistas dará pie a la explosión de un amor de verano por el que lucharán los implicados contra el viento de la presión social y la marea de los contratiempos que les sobrevendrán, que no serán pocos ni inocentes.
Son múltiples las lecturas que se pueden hacer de Últimas tardes con Teresa, y ninguna de ellas menoscaba ninguna otra. Novela poliédrica y riquísima en fondo y forma, constituye un disfrute para los sentidos y para la imaginación , para la memoria de quienes vivieron aquella época -los tardíos 50- en aquella ciudad -Barcelona- y para la memoria colectiva, asidero de quienes no la vivieron, aunque gracias a la novela pueden llegar a sentirse como testigos muy presentes y reales de la amalgama de historias que se nos cuentan, con lo individual e íntimo perfectamente encajado en su contexto sociopolítico, a la vez que imposible de explicar y de entender en toda su plenitud sin entender ese contexto. Un contexto que Marsé nos describe perfectamente, eligiendo para ello un punto de vista deliberadamente deformado, el de la aguda ironía que carga su pluma y dispara párrafos como dardos, yendo a dar justo en el blanco de aquella izquierda intelectual, o intelectualidad de izquierdas (así autodenominada, no faltaba más) que floreció y prosperó en la Barcelona de la época, en los ambientes universitarios, en la elite socioeconómica; en la burguesía catalana -entendiéndose este adjetivo como simple gentilicio así como patronímico, que es como la usa El Pijoaparte, que sueña con adquirir, ya que no por nacimiento, al menos por matrimonio, una catalana parentela. Famosa es ya la frase despectiva con que despacha a todos ellos -“señoritos de mierda”-, a la par que aventura una serie de destinos, ninguno de ellos muy halagüeño, que se atrevió a designar para ellos, y que, miren por dónde, en su mayor parte, se han cumplido.
En efecto, es inconfundible la crítica social a aquellas elites que jugaron a disfrazarse de líderes de la revolución obrera, pretendiendo luchar por el avance de una clase social de la cual no podían estar más alejados, a la cual no conocían ni, mucho menos, comprendían. La revolución soñada y pretendida por aquellos señoritos, según nos cuenta Marsé, era hermosa, estaba hecha de palabras, hermosas palabras (aunque vacías), libros, manifestaciones en las que nunca había consecuencias graves para ninguno de aquellos jóvenes privilegiados, poses que se llevaban con la misma desfachatez y la misma chulería con que uno se puede calar un palestino mientras conduce su descapotable último modelo (o su Floride, como en el caso de la protagonista, Teresa, que va a buscar a su novio macarrilla al Monte Carmelo, un barrio que ella pretende exótico, bullicioso de ardores revolucionarios; eso, antes de conocer el barrio y sus habitantes de verdad, cosa que sucede en un baile en el que tiene lugar el episodio más chusco de toda la novela). La belleza de aquellas soflamas, de las tesis, los lemas coreados desde la barrera de quien lo tiene todo y no necesita creer en aquello que pregona, corre parejas, en la novela, con la fatuidad y la ridiculez de aquellos que se autoerigieron como líderes, adorados como profetas de una nueva era y a quienes el autor desenmascara sin miramientos. Leyendo algunos de los pasajes más certeros de la novela, es inevitable admirar la inteligencia de Marsé, su mirada que desnuda y destripa, y cómo supo describir una historia que, cíclicamente, se repite, pues diría uno que está leyendo una novela escrita cualquier año de éstos.
Ese trasfondo crítico -que lo es, y mucho- no puede eclipsar, sin embargo, el lirismo y la veracidad con que narra la historia de amor entre Teresa y Manolo. Se ha discutido a esta novela su carácter romántico, y, ciertamente, argumentos hay para hacerlo, pero yo opino que lo es, y con ganas, además. Porque, ¿qué importa que Teresa y Manolo se enamoren de un otro que está, principalmente y en primer lugar, en su cabeza? ¿Podemos condenarlos, a ella, por estar loca por un mesías proletario que han inyectado en su cabeza demasiadas lecturas y ensoñaciones de sus dieciocho años, y a él, por perseguir por toda la ciudad a una chica que, además de guapísima y sensual, es rica y cien por cien catalana y le abriría las puertas a un mundo que él sólo puede imaginar? Quizá es verdad que los dos protagonistas, jóvenes, están abrazando, besando y susurrando palabras de amor a un fantasma, un deseo, que, al final, se les revelará en toda su cruda desnudez; pero no es menos cierto que la misma distancia entre realidad y fantasía existe en casi todas las historias de amor juveniles, sobre todo si es verano, si suena la música de la verbena y si uno conduce a todo gas un cochazo último modelo.
Yo diría que el tema de Últimas tardes con Teresa es la distancia -a veces, insalvable- que existe entre nuestros deseos, nuestros sueños, y la realidad, y de que, cuanto mayor es esa distancia, más dura es también la caída. Pero hay también, a pesar de todo, la belleza y la búsqueda de ella. Teresa y Manolo son efímeros, son el sueño de una noche de verano, son muy jóvenes, cometen errores y, en ocasiones, desaprobamos su conducta y su forma de pensar; pero también nos fascinan porque son bellos, porque su amor es tan frágil y tan hermoso como una mariposa, y porque tal vez también ellos, a pesar de todo, saben que siempre recordarán ese verano de amor que vivieron. Y, de los dos personajes, el más cercano, el más noble, es El Pijoaparte, porque es capaz de llegar a amar a la Teresa real, despojada de las promesas de progreso social y económico, y de luchar por ella hasta el final. Al adoptar más frecuentemente el punto de vista del bello xarnego, Marsé también toma partido: por el lado más débil, pero también el más capaz de ternura, el más sincero consigo mismo y con el mundo que lo rodea.
Últimas tardes con Teresa es una novela universal, igualmente válido sus mensajes y contenidos en cualquier época y lugar. Y la belleza, la plasticidad y la capacidad evocadora del lenguaje son un valor en sí mismo, independientemente de la historia que se nos cuenta, y que consagran a Juan Marsé como un maestro del lenguaje, sin concesiones.
¡Hola!
Esta es una de mis lecturas pendientes. La empecé hace tiempo, pero no terminé de engancharme en ese momento y la dejé para otra ocasión. No debía de ser el momento. ¡Pero habrá que retomarla! Gracias por la reseña.
Un saludo imaginativo…
Patt
Me alegro de que esta reseña te haya animado a retomar esa lectura. Es verdad que al principio cuesta entrar en este libro. Además, cada libro tiene su momento. Ya nos contarás si te ha gustado 🙂
Pues a mi me ha parecido muy muy aburrida y que no nos dice nada nuevo. EL tíopico malote que va detrás de la rica guapa universitaria.
Un libro muy prescindible sin duda.