Hay un rasgo de las novelas de Louise Penny –y, supongo, de la propia Louise Penny– que me las hace especialmente queridas y atractivas, y es su total y absoluta ausencia de humor y, yendo más allá, la tendencia de la narradora –y, supongo, de la autora y de la persona– a hacer eso que en inglés, elocuentemente, se llama overthinking. Sobrepensar, ultraanalizar y, en suma, ejercer eso que yo denomino introspección brutal.
Del primer rasgo, la ausencia de tintes jocosos que, de un tiempo a esta parte, se han tornado una moda cada vez más mayoritaria en el género de intriga y misterio, sólo tengo que decir que disfruto de ello porque me gustan mis historias de misterio así, consideradas y contadas como las tragedias que son, no sólo porque giran en torno a una muerte violenta, sino porque la tragedia se extiende a todos los personajes comparecientes, abarcándolos e impregnándolos en mayor o menor medida; el misterio, o el crimen que está en el centro del misterio, entendido como metáfora de la gran transformación, antesala o eco terrenal de la transformación y el misterio supremos de la muerte.
Dicho rasgo es una constante en la producción de Louise Penny, y es parte de la voz de la autora, de su visión como escritora y, seguramente, de su cosmovisión; es igualmente profunda y sentenciosa no sólo cuando se refiere a la investigación del crimen propiamente dicha, sino también al narrar diálogos menos trascendentes entre el inspector jefe Armand Gamache, protagonista de sus novelas, y su inseparable e incondicional segundo al mando, Jean-Guy Beauvoir. Su estilo es profundo y grave lo mismo al describir el pensamiento de sus personajes cuando están enfrascados y absortos en la resolución del misterio como cuando refiere escenas cotidianas o domésticas de sus personajes. Es así. Esto hace que, justo al contrario de lo que sucede con muchos escritores, que usan el humor para restar seriedad a lo que se supone es un asunto serio y grave, por no decir trascendente, Louise Penny añade seriedad y trascendencia –pero también serenidad y sosiego, y una constante invitación al lector para acompañarla en el viaje a lo oculto, a lo poco visible y a lo inaprehensible que puede ocultarse en los recovecos de la realidad más banal– a la descripción de la realidad más insustancial. Una implicación de esto, a la par que consecuencia, es que nada es exactamente insustancial en los relatos de Louise Penny. Todo adquiere un significado, que puede permanecer sumido en los territorios de lo sutil o de lo vago hasta que la propia autora nos revela el sentido que ella quiso darle o ver en ello. Y esa voz y esa sensibilidad especiales hacen posible que los misterios que nos narra Louise Penny con su estilo profundo y perceptivo sean eso, misterios, no historias dramáticas pero banales, ni narraciones de intriga mediocres y sin ningún interés. Louise Penny ve algo digno de mención en todos los personajes, situaciones, momentos y objetos que cruzan sus páginas; usualmente, algo revelador desde el punto de vista psicológico.
Destacar todo esto tiene más razón de ser al hablar de Un bello misterio, incluso, que de otras novelas de la serie protagonizada por Armand Gamache, precisamente porque en esta novela se ahonda aún más en lo sutil, en lo levemente perceptible, como detalle que diferencia lo normal de lo extraordinario. Se puede entender la última palabra que pronuncia un hombre moribundo de una manera o de otra muy diferente, y en ello puede residir la clave de un misterio. Se puede ver en un objeto que nos acompaña cada día algo sin importancia o algo único en todo el mundo. Una edificación puede aparentar ser sólo un montón de ladrillos –bien que magistralmente apilados– pero en realidad ser algo mucho más trascendente que una simple obra bella. Un gesto, un fruncir de labios, una caída de párpados, puede desencadenar un drama psicológico. Y el paso del amor al odio puede ser muy pequeño; tanto, que se puede llegar a dar ese paso en cualquier momento. Y de ahí al asesinato puede mediar una distancia milimétrica. Ese juego de infinita riqueza es el que plantea Louise Penny en Un bello misterio, con mayor dedicación e intención que en cualquier otra novela anterior de Gamache. Y es que ningún escenario podría ser más propicio para la enorme capacidad de sugerencia y de penetración psicológica de Louise Penny que este monasterio perdido en lo más salvaje de Canadá, allí donde ni los lobos osan poner sus patas. Un monasterio perdido, tanto que mucha gente incluso desconoce su existencia, y también la de la orden que la habita, la misteriosa orden monacal de los gilbertinos. Una comunidad de estricta clausura y voto de silencio que se ve empujada a la crisis por causa del asesinato de uno de los hermanos. O, tal vez obviamente, quizás el asesinato es fruto de la crisis y no su desencadenante.
Armand Gamache y, sobre todo, su inseparable Jean-Guy Beauvoir se encuentran desubicados y desarraigados en ese remoto monasterio. Gamache pronto hallará un gran consuelo en los cantos gregorianos en los que los hermanos gilbertinos son maestros; pero Beauvoir, descreído, cínico y aún librando una dura batalla interior (y exterior -en este caso, contra los analgésicos a los que se hizo adicto), verá resucitar algunos fantasmas y ello hará que su papel en esta novela sea mayor de lo que nos tiene acostumbrados.
Louise Penny consigue que cada monje de Saint Gilbert tenga personalidad propia y sea perfectamente distinguible de los demás. Cada monje es un personaje completo, a despecho de la sotana que pretende igualarlos a todos. Gamache verá muy pronto que el monasterio es una pequeña sociedad formada por individuos, por personas, con sus propias idiosincrasias, opiniones –en ocasiones, muy fuertes–, comportamientos, afinidades y aversiones. Una sociedad, en este caso, profundamente afectada por conflictos internos que saldrán a la luz a lo largo de la investigación. Pero también encontrará una sociedad con miembros que tienen algo muy importante en común, algo que todos ellos aman por encima de (casi) todo: la música. Si bien es siempre imposible describir la música por medio de la literatura, por bella y entregada que ésta sea –y la de Louise Penny lo es–, la autora se esfuerza por transmitirnos, si no el sonido de la música interpretada por los monjes, al menos sí las emociones que ésta puede inspirar. La música, en Un bello misterio, no es solamente un arte, sino también un instrumento que acerca a los monjes gilbertinos –y también a muchas otras personas seglares– a la divinidad, a un estado de paz y de contemplación muy parecido al éxtasis.
Un bello misterio es destacable también por el juego entre opuestos que Louise Penny nos propone, utilizando para ello diversos pares de motivos, personajes, situaciones, sentimientos, etc., donde cada uno es el opuesto del otro. Saint Gilbert queda así retratado como un lugar donde de forma persistente se presenta a cada personaje una elección entre dos caminos contrarios, lejos de la imagen dogmática, impositiva y autoritaria que uno pueda tener de la religión institucionalizada. Los monjes de Saint Gilbert –y también Gamache, Beauvoir y cualquier otro personaje no religioso de la novela– tienen continuamente libertad para elegir entre dos opciones contrapuestas. Dios no les castigará si optan por lo erróneo,pero sin duda hallarán un castigo en cualquiera de las infinitas formas que los castigos suelen adoptar en la vida terrenal. El asesinato se nos presenta entonces como error supremo,que debe hallar su castigo, aunque éste no sea el que comúnmente podamos atribuir a este crimen.
Un bello misterio es una obra singular dentro de la serie protagonizada por Gamache, con mayor profundidad psicológica, más matices, y más riqueza y capacidad simbólica en personajes, tramas e historias.