La amistad es un tipo de relación mucho más complicada y con muchos más matices y aristas de los que en principio creemos que puede tener. Como en cualquier otra forma de relación es particular, cada persona es un mundo y la relación que establece con otras personas también lo es. Cada pareja o grupo de amigos asienta su amistad en base a unos preceptos propios y únicos y, por eso, cada amistad es distinta. Aún así, como pasa con todo, por muy únicos y distintos que nos creamos, terminamos cayendo en la homogeneidad y uniformidad de la sociedad, repitiendo los mismos patrones de pensamiento y comportamiento que el resto. Por eso, aunque existen varios tipos de amistad, hay unos patrones reconocibles en los que, tarde o temprano, todos terminamos cayendo. Os estoy soltando todo este rollo por “culpa” de mi última adquisición: Un gran favor, de Joyce Maynard.
Un gran favor cuenta la historia de Helen, una mujer que ha tocado fondo tras perder la custodia de su hijo por ser pillada conduciendo bajo los efectos del alcohol. En esa situación de depresión y desamparo, conoce a Swift y Ava Havilland, una pareja de filántropos ricos y carismáticos que la seducen hasta convertirse, no sólo en sus mejores amigos, sino en el centro de su existencia.
Amigos… He ahí una palabra cargada de implicaciones. Conozco a algunas personas que, cuando hablan de una relación concreta, dicen «solo somos amigos», como si la amistad fuera en cierto modo inferior al vínculo que une a los amantes o a las presuntas «almas gemelas». Para mí, sin embargo, puede que no haya un lazo que, a fin de cuentas, importe más que la amistad. La amistad auténtica y duradera.
Nuestra protagonista es una mujer vulnerable que está metida en un pozo del que no es capaz de salir. Con unos padres ausentes que jamás se preocuparon de ella y un marido egocéntrico y de mal carácter que la abandona por otra mujer, sólo hay dos cosas que ocupan su vida: su hijo, Ollie, al que quiere más que a nadie; y el alcohol, su refugio cuando su hijo duerme y todo el peso de la soledad cae sobre ella. Es este último, el alcohol, el que la lleva a tocar fondo, cuando la policía la detiene por conducir bebida y su exmarido le quita la custodia de Ollie. En ese momento de debilidad, cuando está tratando de salir de ese agujero para recuperar a su hijo, conoce a los Havilland y cae en su embrujo.
Si Helen es la oscuridad por esa vida de tristeza y soledad que acarrea, Swift y Ava Havilland son lo opuesto. Los Havilland son la pareja perfecta, absolutamente enamorados, ricos, solidarios, alegres y tan carismáticos que a sus fiestas acuden decenas de personas. Son tan esplendorosos que Helen inmediatamente se ve atraída por su brillo y por la promesa de una amistad que la ayude a renacer de sus cenizas y recuperar la custodia de su hijo.
Con todo esto, la relación que se establece entre Helen, Swift y Ava es una amistad tóxica y obsesiva. Helen tiene una gran necesitada de amor y de consejo y los Havilland la arrastran en su red de tal forma que que no hay parte de su vida que no gire en torno a ellos, no hay parte de su vida que ellos no dominen. Pero como os imaginaréis, no es oro todo lo que reluce y en esta historia vamos a ver cómo a veces una amistad que crees indisoluble, entrañable y sincera, puede ser interesada, falsa y nociva.
El tema central de Un gran favor, como ya habéis visto, es la amistad, muy bien reflejada con sus distintas caras y facetas en el libro, al igual que sus protagonistas. Pero hay otro factor más que Joyce Maynard plasma a la perfección: el lujo. Además de sus personalidades atractivas y cautivadoras, los Havilland exudan lujo y ostentación por todos sus poros. Sus casas, su ropa y, sobre todo, sus fiestas. Recuerdan un poco a la opulencia y el glamour de los locos y felices años 20 que describían autores como John Steinbeck (Tortilla Flat), Ernest Hemingway (Fiesta y París era una fiesta) y especialmente, Scott Fitzgerald con su Gran Gatsby, obra cumbre de esta época y de la “generación perdida” que describe.
Salvando las distancias, Maynard, nos trae un poco de la pompa y extravagancia de las fiestas de aquella época en el estilo de vida y las fiestas que organizan los Havilland, en contraposición a la vida gris y mediocre que Helen lleva en su pequeño piso cuando no está con sus ricos amigos. Esta atrayente exuberancia unida al desamparo que arrastra desde pequeña es lo que la lleva a involucrarse tanto con Swift y, especialmente Ava, que es a la vez, la madre que nunca tuvo y la mujer que quiere ser.
No quiero desvelar más de la trama, a pesar de que la propia sinopsis de la contraportada peca un poco de ello, porque creo que es mejor acercarse a esta historia sin saber demasiado para dejar que la tensión, que se va mascando poco a poco, nos absorba por completo. Un gran favor, es, en definitiva, un libro fresco y distendido, a la par que amargo y tenso, que nos introduce de lleno en los opuestos estilos de vida de nuestros protagonistas, y que nos engancha y cautiva hasta el final, de la misma forma en que los Havilland lo hacen con Helen, y nos lleva a descubrir que, al fin y al cabo, nada es perfecto y las cosas nunca son lo que parecen.