Un hombre al margen, de Alexandre Postel
Premio Goncourt 2013 a la primera novela
Hace ya un tiempo, abriendo el telediario, apareció la noticia de un hombre al que se le acusaba de haber matado a su niña. Toda la opinión pública le tachó de maltratador, de mal nacido, de personan non grata en los círculos en los que nos movemos habitualmente. Él aparecía en las imágenes doliente, sin entender muy bien de qué se le acusaba, y con las lágrimas corriéndole por las mejillas, llorando por la pérdida de su hija. Nadie le escuchó y, si lo hicieron, sus palabras no fueron lo suficientemente fuertes. Meses más tarde se descubrió que la muerte de su hija se debía a un golpe que había provocado tiempo después, una serie de reacciones que habían sido fatales para la pequeña. Pero, ¿alguien se disculpó con ese hombre? La respuesta fue no. Un hombre al margen me ha traído a la mente esta noticia porque estamos ante esas acusaciones que hace la sociedad sin prueba alguna y que deja estigmatizado – de por vida – a sus protagonistas. ¿Qué hiciéramos nosotros si nos acusaran de un delito que no hemos cometido y que, además, todo el mundo nos cree capaz de haberlo hecho? Supongo que todos somos humanos, erramos en nuestros juicios, y estamos programados para pensar lo peor de las personas cuando ciertos temas salen a la luz. Pero, hagamos una reflexión como la que proporciona esta historia, ¿por qué apuntamos con el dedo al culpable cuando ni siquiera sabemos si lo es o no?
Damien North es profesor de Filosofía y un hombre que no mantiene unos lazos con la sociedad demasiado estrechos. Viudo desde hace doce años, trabaja y vuelve a su casa, sin más variaciones en su rutina. Pero su vida cambia cuando la policía llama a su puerta y le acusan de tener en su poder miles de imágenes pedófilas en su ordenador. Se desatará entonces en la vida de Damien una tormenta que nadie será capaz de parar.
Hay que reconocer que el tema de la pedofilia en una historia es escabrosa y hay que tener mucho tacto para tratarla sin que resulte indignante para el lector. Es el caso. Alexandre Postel ha creado una historia que permite reflexionar al lector sobre los linchamientos públicos, sobre esas manchas que se llevan en la piel a pesar de que el tiempo haya dicho que somos inocentes y cómo todos – y sí, he dicho todos – acabamos creando culpables para poder tener una pena que echar a las espaldas y poder irnos con la conciencia tranquila a nuestra casa. Esta reflexión, a la que cuesta hacer frente a menudo, es la que Un hombre al margen refiere una y otra vez: desde el momento del interrogatorio al protagonista en el que ya se sabe que los pedófilos siempre niegan todos los hechos hasta las entrevistas con el psicólogo en las que cada palabra de Damien son tachadas como lo que no son, entendiendo en ese momento lo maravillosa que es esta novela y lo bien que juega con el lenguaje, en una suerte de sorpresa mayúscula cuando descubrimos que esta es la primera novela del autor y ante la que no extraña que se haya hecho con el Premio Goncourt 2013 a la primera novela.
Las variaciones de una historia se miden por las diferentes ópticas que le dan sus lectores. Yo he acabado cayendo en las redes de la historia que guarda en su interior Un hombre al margen porque siempre me ha parecido curioso cómo cuando el foco señala a una persona y miente sobre ella mil veces seguidas, entonces todos creemos que eso se convierte en verdad, a pesar de que sigue siendo la misma mentira sin ningún tipo de explicación que nos haga dudar. No las necesitamos, nosotros creemos tener en posesión la verdad más absoluta. Los escritores que nos meten a los lectores en sus historias para que reflexionemos sobre ellas tienen mi absoluta admiración. ¿Qué separa una buena historia de otra que nos deja fríos? El poder que tengan autores como Alexandre Postel de, con el lenguaje, mantener la atención en el lector y permitirle que, después de leer su novela, uno se quede en su mente con ella por mucho tiempo. Si yo tuviera que descubrir todos los días novelas como la que aquí traigo probablemente no cabría en mí de gozo y estaría siempre tan contento. Pero al no ser así, supongo que veo estas historias con mayor profundidad porque olvidar, por un momento, que estoy dentro de un libro y pensar en lo que me proporcionan las letras es una suerte que siempre hay que tener en cuenta.