Hablaba en la reseña de Sobre los huesos de los muertos de lo que me costaba entrar en la obra de ganadores del Premio Nobel. Sigo pensándolo aunque podría animarme sin ningún tipo de problema a leerme algo más de Olga Tokarczuk. Porque también dije que Tokarczuk había sido para mí todo lo contrario a lo que hasta ahora esperaba de un Nobel, y que me había encantado y que, seguro, repetiría; pero también dije que Los errantes no me llamaba tanto la atención (no sé por qué pero me sigue pasando). En ese impás del encantamiento con Sobre los huesos de los muertos pero la poca predisposición a Los errantes llegó Anagrama y puso sobre la mesa (suerte que fue antes de este confinamiento que estamos viviendo) un nuevo título de la autora polaca, un libro que se publicó originalmente en 1996 y que ahora tenemos aquí bajo el título de Un lugar llamado Antaño, en traducción de Ester Rabasco Macías y Bogumila Wyrzykowska.
Iba a comentar que si ya había cosas peculiares en la primera novela que leí de Tokarczuk, con esa especie de realismo mágico que tanto foco ponía en la defensa animal, el papel de la mujer y el poder de la astrología, en esta todavía encontramos más. Pero he preferido no comentarlo (aunque sí) porque decir algo así nos puede llevar a pensar en una evolución temporal de una novela a otra. Y la hay, claro que la hay, pero a la inversa. Porque el libro del que hablo hoy se publicó mucho antes que aquel del que hablé hace unas semanas.
En Un lugar llamado Antaño nos encontramos con esos rasgos que parece que son sello de la escritura de Olga Tokarczuk. Digo parece porque para nada soy un experto en su literatura. Ni en la suya ni en la de nadie. Así que enfaticemos el parece. Aparecen esos rasgos pero aquí en una medida distinta. Porque ya no vemos tanta atención puesta en los animales (aunque la haya), ni en el papel principal de la mujer (aunque también), pero sí mucho más en lo mágico, no tanto en lo mágico como procedente de la energía planetaria sino en lo mágico como procedente de lo natural, del mundo en sí mismo.
Estamos en Antaño, «el centro del universo». Pero ahora bien, ¿para quién no es el centro del universo el lugar en el que vive? El mundo como una proyección de yoes, ¿no? En Antaño vive gente, y será a partir de esa gente que nuestro mundo, el del libro, se irá gestando. Porque es este libro algo así como un carrusel visto de frente o una de esas partidas en las salas de juegos en las que tú, con un martillo de espuma (aquí, tus manos pasando páginas o tu vista pasando partes), intentas golpear a los topos que van apareciendo (en este caso, las partes). Las partes. Porque Un lugar llamado Antaño está formado por pequeños «tiempos», estructurados en forma de «tiempos de» y dentro de los cuales cada personaje da un pasito en su vida. Son partes breves, no todas de las misma extensión, que transcurren a lo largo del tiempo y que acaban mostrándonos una visión panorámica y concreta de los seres que habitan Antaño.
Nos situamos a las puertas de la Primera Guerra Mundial en, como he dicho, un pueblo llamado Antaño. El pueblo tiene algo de mítico pero también de místico, está protegido por arcángeles, los niños nacen con un ángel de la guarda que les acompaña durante toda su vida, hay dos ríos contrarios (el Blanco y el Negro) que son más personajes que ríos, y es probable que también haya una frontera invisible que prohíbe que los habitantes (o solo algunos) salgan. Hay adultos, como Genowefa, Michal o el señor Popielski; hay niños como Misia, Izydor o Ruta; hay personajes que poco tendrían para una catalogación convencional como Espiga, el Hombre Malo o el Ahogado Chopchaf. No voy a intentar describirlos porque es imposible. Pensad en una película de Alejandro Jodorowsky, La montaña sagrada por ejemplo, donde los personajes son proyecciones del eneagrama de la personalidad. ¿Vale? Pues esa sería una explicación mejor.
Empezamos en el 1914 y vamos yendo hacia adelante. Vemos cómo crece y envejece la familia que forman Genowefa y Michal, de la cual nacen Misia e Izydor (este último con problemas), que se harán adultos y con los que seguiremos viviendo la evolución de la vida en Antaño. Pasa la guerra por el pueblo y nos encontraremos con el bando alemán (personificado en Kurt, con quien nos meteremos en la mente del asesino) y el bando ruso (personificado en Iván Mukta, en quien veremos qué puede haber de bueno en un soldado), las gentes deberán huir, refugiarse en el bosque, hábitat de Espiga y su hija Ruta. Los que puedan volverán.
Entretanto, también habrá pasiones adúlteras, rupturas y enamoramientos, nacimientos y muertes, incluso habrá un juego («Tiempo del Juego») en el que el señor Popielski, obsesionado ya de por vida con jugar, irá en busca del sentido, del origen, del porqué Dios creó todo esto. Todo con un simple tapete y un dado. Una visión de la creación libre y profunda, genial. Las partes, los tiempos de cada uno de los personajes, irán avanzando e intercalándose, y nosotros iremos sabiendo más de ellos, pero también más de la comunidad, del pueblo, del mundo, y de nosotros mismos. A diferencia del omnipresente efecto del vodka en los hombres que pasan por Antaño, la escritura de Tokarczuk se acerca más al papel de las mujeres dentro del libro; como una vida que parece vista en general anodina, que transcurre silenciosa, que no presenta sobresaltos, pero que se va quedando, va dejando poso hasta llegar al punto de que días después de haber terminado el libro solo, y sobre todo, te acuerdas de ellas.
En definitiva, se podría decir que Un lugar llamado Antaño es un libro raro, peculiar, difícil de explicar. Pero es también, más por ello que a pesar de ello, un libro muy recomendable. Porque aunque pase en un lugar que no sabríamos ubicar en un mapa, aunque le pase a gente con nombres no habituales para nosotros, aunque pase en una época lejana, todo en los libros de Tokarczuk (y podría dar muchos más nombres pero ahora aquí la importante es ella), todo lo que ella escribe sucede ahora. Es abrir el libro y encontrarte. Da igual de quien hable porque siempre habla de ti, siempre te habla directamente a ti. Como un sueño en el que nos pudiéramos ver. Tiempo del lector. Tiempo de ti.