Maylis de Kerangal escribe como si dispusiera de todo el tiempo del mundo. Traza, delinea cada frase con cuidado y después la llena sin apresurarse. La llena hasta los bordes. Sus novelas son viajes infinitos con largas paradas al borde del camino para admirar la más mínima huella de belleza; carga con un objetivo macro, de los que se utilizan en fotografía para captar la naturaleza con todo detalle, y lo aplica una y otra vez. El resultado final: un lienzo pleno de detalles, un despliegue literario espectacular. Para mi gusto, cada una de sus novelas es una piedra más en uno de los edificios narrativos más prestigiosos de los últimos tiempos.
Paula, Jonas y Kate son los protagonistas de Un mundo al alcance de la mano. Sobre todo Paula, una francesa que, poco después de cumplir los veinte, deja la comodidad de la casa familiar para comenzar un máster de pintura de decorados en Bruselas. Allí conoce a los otros dos, alumnos singulares como ella, el belga y la escocesa, al principio planetas distantes que ni siquiera parecen pertenecer al mismo universo, al final del año de curso cuerpos celestes del mismo sistema solar, cada uno con sus órbitas y sus satélites, pero siempre encontrando la manera de girar coordinados.
Maylis de Kerangal nos lleva con mimo por un relato que, contado en pocas frases, parece anecdótico. Paula va aclarando su cabeza progresivamente durante el máster y los años posteriores, encuentra algo parecido a una vocación y consigue convertirlo en un trabajo fantástico, que la lleva a pintar para Nanni Moretti en los estudios de Cinecittà, a trabajar en los decorados de una filmación de Anna Karenina en Moscú, a recrear una cueva con las primeras pinturas rupestres. También la arroja a la necesidad de tomar sus primeras decisiones amorosas trascendentales y de reformular la relación con sus padres.
Sin embargo su historia, en cierto modo banal, como digo, representa el retrato perfecto de una cohorte entera. De esa generación que comenzó a deambular por Europa con el principio del siglo, que empezó a viajar de un lado a otro por diversión, por curiosidad, y lo tuvo que seguir haciendo cinco, diez años después como única manera de incorporarse al mercado de trabajo. De esa generación más fluida que las anteriores, con otra manera de entender las relaciones de amor y de amistad, con un punto especial de conexión con el arte.
La inmersión en la pintura que consigue el texto es brutal. Capas, colores, texturas, todo descrito de manera espectacular, única, en escenas de un elevado lirismo. En la parte negativa cabe decir que el mensaje final tiene menos trascendencia que en el caso de Reparar a los vivos, aunque quede un mismo poso: que el lenguaje es infinito y que la capacidad de Maylis de Kerangal para ordenarlo en formas nuevas pero a la vez simples, agradables, es impresionante.
Obviamente, Un mundo al alcance de la mano está destinada a conectar con un número limitado de lectores, porque a muchos (y es normal, no digo que no) la propuesta les parecerá recargada, aburrida, lenta. Pero yo invito a cualquiera a probar, a dejarse llevar, a meterse de lleno en un texto del que puede que casi nadie esté hablando ahora mismo, pero que viene de una autora sobre la que se escribirán cosas magníficas hasta dentro de muchos años.