Los mejores relatos lo son independientemente del porcentaje de realidad que contengan. Incluso en algunos casos, como en la que nos ocupa, la frontera entre los hechos y la ficción se encuentra tan difuminada que es difícil de identificar. Y qué demonios, resulta mejor no ponerse a hacerlo: no dejen que la realidad les fastidie una buena historia.
Cuando Roderick Macrae aparece en la puerta de Carmina Murchison cubierto de sangre de arriba abajo y confiesa el asesinato de Lachlan Broad ya nos barruntamos que Un plan sangriento va camino de ser una de ellas. Trescientas setenta y pico páginas después, la última se cierra con la confirmación de nuestras sospechas.
Sin embargo, el camino no es como lo podríamos imaginar. Desde un primer momento Roddy, como todos lo conocen en la remota Culduie, admite ser el culpable, y nadie lo discute. Buena parte del libro lo ocupa su confesión, y el resto lo conforman los testimonios de los testigos y un recuento pormenorizado del juicio a través de documentos legales, artículos de periódicos e incluso informes periciales de una naciente psicología. Donde esperábamos un thriller rural nos nace un ensayo sobre el caso, una especie de Mindhunter en el Reino Unido de mediados del XIX. De este modo conocemos al dedillo cómo era la sociedad de las Tierras Altas escocesas hace siglo y medio, podemos palpar el aislamiento, la endogamia y el odio larvado que provocan que Roddy cometa un asesinato múltiple y bárbaro, y cómo los vecinos de más al sur, urbanitas educados, se horrorizan ante la barbarie de sus vecinos pobres.
Así, la principal intriga que se plantea si uno se adentra sin referencias en la lectura, es si todo ocurrió y si pasó como lo narra Graeme Macrae Burnet. ¿Importa eso de verdad? En realidad no tanto. Lo que importa y lo que hace especial este libro es que el autor permanece fiel a un proyecto literario único, original, y en vez de deslizarse por la pendiente de una historia simple y olvidable para conseguir un texto más efectista, consigue encontrar su propia manera de contar lo que se ha contado ya tantas veces.
Sin embargo, en el elogio está la advertencia. Los que busquen emociones fuertes se pueden terminar aburriendo con Un plan sangriento. No esperen giros de guion sorprendentes, capítulos que terminan en suspenso, personajes con manías inverosímiles ni pistolas automáticas. Esta novela con crimen de por medio no es como las que nos hemos llevado a la boca la mayor parte de las veces. Y sin embargo contiene lo mejor del género: el retrato completo y complejo de una sociedad, una aproximación increíble a la mente de un asesino, la descripción fiel del procedimiento de resolución de un asesinato. Todo ello la convierte en un homenaje a los orígenes del noir que a la vez resulta más vanguardista y mejor ejecutado que la media de las novedades clónicas que nos asaltan.
Un soplo de aire fresco que a mí, por lo menos, me ha gustado bastante.
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