Hace tres años, ya comenté por aquí que siento un rechazo absoluto hacia la violencia. En esa ocasión, reseñaba la novela gráfica Una historia de violencia, de John Wagner y Vince Locke, en la que una familia normal y corriente se tenía que enfrentar a una situación de violencia extrema. Esta vez retomo la temática de la mano de Pedro Riera y su novela juvenil Un relato de violencia, en la que dos adolescentes, Gabriel y Toni, discuten sobre si la violencia está justificada cuando contribuye al bienestar general y a impartir justicia.
El que nos cuenta esta historia es Gabriel. A través de las páginas de su diario, relata cómo conoció a Toni con nueve años y por qué ahora, a los quince, le guarda tanto rencor. Y una de las razones principales es que Toni siempre tiene razón. Como cuando dijo que la violencia nunca está justificada y el padre de Gabriel se puso de su parte. Así que está dispuesto a demostrarle que, aunque sea por una vez, se equivoca. Para ello, ha emprendido una misión kamikaze: acabar con los atascos de la ciudad a base de reventar los parabrisas de los coches aparcados en segunda fila. Así, ningún conductor egoísta volverá a arruinar el día a centenares de personas.
En ese diario, Gabriel se dirige directamente a Toni. Se desahoga de su resquemor rememorando cada uno de los episodios de esa amistad rota que lo han marcado y, a la vez, detalla cómo su misión va creciendo poco a poco hasta acabar degenerando. Porque la violencia siempre tiene consecuencias, y no suelen ser las deseadas. ¿Hasta dónde llegará Gabriel para no reconocer que Toni, como siempre, tiene razón?
A través de cada uno de los personajes que se involucran en la misión de Gabriel, Pedro Riera expone diferentes perspectivas sobre lo que supone la práctica de la violencia, aunque sea con fin justo. ¿Cómo no cruzar esa fina línea que separa lo justificable de lo injustificable? Y comprobamos que ese afán justiciero acaba en segundo plano porque, al final, el que cae en una espiral de violencia suele tener otras razones: descargar su frustración contra el mundo, sentirse poderoso, dejar de ser la víctima o, simplemente, divertirse. Lo peor de todo es que, sea cual sea el motivo, la fuerza transformadora es poderosa. Nadie sale indemne cuando practica la violencia.
Pedro Riera no desaprovecha la oportunidad para criticar a los medios de comunicación y las tertulias televisivas, que suelen cegarse (a sabiendas) con los episodios violentos y rara vez se paran a analizar cuál es la verdadera raíz de estos. Pero aparte de estas críticas y reflexiones morales, la novela Un relato de violencia está llena de situaciones en las que los adolescentes se verán identificados: primeros amores, la necesidad de encajar, el miedo al rechazo, las drogas y la amistad. Y por el camino, también rompe unos cuantos prejuicios, lo que siempre es de agradecer. Todo ello la convierte en una lectura muy recomendable para los jóvenes, pero también para el público adulto. A fin de cuentas, el debate sobre si la violencia está alguna vez justificada se da a cualquier edad.