Reseña del libro “Un tal Cangrejo”, de Guillermo Aguirre
Joder, los noventa. Una relación de amor y odio, la nuestra. Cuando Kurt Cobain la palmó yo tenía 15 años y una chica que (vamos a suponer que sí) era mi novia, se empeñaba en meterme la lengua hasta el mismísimo esófago. ¡Arggg, qué mierda todo!
Sí, claro que sí. Hubo muchas más cosas que estas mías en los noventa, por supuesto, y el escritor bilbaíno Guillermo Aguirre nos cuenta con gran estilo unas cuantas de las que pasaron en su ciudad natal en Un tal Cangrejo, una divertidísima (pero dolorosa y afilada) novela de aprendizaje sobre las movidas de los herederos del Torete y de sus sufridas viejas en ese Bilbao industrial, frío y amenazante a finales de aquella década, sin embargo, tan excitante.
¿Quién no recuerda a uno de estos Cangrejos? ¿Quién no coincidió en el mismo sitio y a la misma hora con alguno de ellos? Adolescentes machotes y peligrosos y también un tanto ingenuos, quizás asustados y seguro que faltos de muchas cosas. Chavales nobles, al fin y al cabo. ¿Se le viene a la cabeza alguno de esos nombres? A mí sí. Un tal Curto. Un tal Mangüel…Un tal Cangrejo. Todos similares. Los que pasaban de estudiar, de sus viejos, de dios, del espíritu santo, la policía y su puta madre. Esos que trucaban los tubos de escape de sus motos de cross, y pasaban por la noche por tu calle, ya desierta, como si fueran un avión supersónico, haciendo temblar la televisión y despertando a tu padre (que se ponía a cagarse en los fenicios). Sí, esos Cangrejos. Muchos de los cuales desperdiciaron su juventud de botellín en botellín en bares y tascas sucias donde pusieran el Tour y unos cacahuetes de aperitivo. Esos que, aún sin tener carné de conducir ni haber salido del pueblo salvo para ir a las fiestas del de al lado, ya eran expertos en liar porros de dos papeles y trapicheaban con pastillas en las discotecas y no tenían remordimientos cuando se llevaban relojes de estrangis de las joyerías o todo lo que pudiera disimularse dentro de los calzoncillos al salir de las tiendas de ultramarinos. A muchos de ellos, quizás a todos, les tocó finalmente pagar el pato. El suyo, pero también el de otros que no eran precisamente cangrejos, sino zorros, aguilillas o alimañas similares.
Dígame, ¿fue usted Un tal Cangrejo? Si es así, entonces le encantará esta novela. Si, como es mi caso, es de los que conoció, o jugó al futbol (o al futbolín) con uno de ellos, entonces también le encantará esta novela. Y si, finalmente, y como le ocurría al pasmado de mi vecino, usted era de los que salía por patas cuando aparecían los Cangrejos de turno en el parque, quizás ahora es un buen momento para conocer a uno de ellos con un poco de distancia (y, a la vez, con la profundidad que nos permite la literatura). Puede que, ya de paso, se de cuenta que entre usted y el crustáceo de turno solo había seis patas (y un par de calabozos) de diferencia.
Guillermo Aguirre, con un particularísimo estilo (a veces lírico y lleno de retóricas y dobles sentidos, y otras veces veloz, directo y muy muy callejero) le obligará a estar siempre al loro, y le irá contando con el diente retorcido y utilizando varias voces y un decorado que le será muy familiar, cómo se pasa de ser un mocoso con perro en un barrio de clase media de Bilbao, a ser un matón con lugartenientes y madre ausente, asustada y permanentemente amenazada. Una novela sobre las bandas thypical Spanish y antes de Los Ñetas, las pistolas y toda esa mierda. Una historia de jóvenes en Bilbao cuando ETA y sobre la sociedad del bienestar mal iluminada de la época del pelotazo urbanístico. La adolescencia antes del amor (o antes del desamor y los embarazos no deseados). La paternidad antes de ser padres. Los niños jugando a ser otra cosa.
“Cara de langosta, pero ¿qué te ha pasado?
Que hasta tus largos bigotes te han cortado.
Cara de centollo, ¿tú qué te has creído?
Si pongo el agua a hervir
y hasta el gato del vecino se parte el culo de ti”