Reseña del libro “Una Biblia para niños”, de Lydia Millet
Como usted sabrá mejor que yo, ayer (o el otro día) los medios de comunicación nos contaban que la tal COP 26 de Glasgow, más conocida como la Cumbre del Clima, había finalizado con una serie de acuerdos importantes sobre esto y aquello y bla, bla, bla…Pero la noticia de verdad era que China, India, Canadá y no recuerdo quién más, países que conjuntamente son los responsables de más del 50% de las emisiones de gas metano en la atmósfera, no habían querido firmar este acuerdo. Por no haber querido, algunos no habían querido ni asistir a la fiesta.
Y luego yo, cuando veo la expresión de rabia y hastío en la cara de Greta Thumberg mientras les canta a los poderosos líderes mundiales ese fantástico himno del NO MORE BLA, BLA, BLA, pues no sé por qué, pero irremediablemente, pienso en sus padres. En cómo serán los Thumberg. En cuánto habrá de ellos en la extraordinaria personalidad de Greta y en si esa parte de ascendencia, esos genes, son los que más admiramos de esta joven o resulta que ella es todo lo contrario que sus viejos, algo que también, y por desgracia, podría ser más que probable. Luego pienso en mis hijos, por supuesto. Y en mis padres, y en los padres de mis padres. Una cadena interminable, un gigantesco bloque de mármol (como decía Donald Barthelme en su fantástica novela El padre muerto) que aparece siempre en nuestro camino y que es casi imposible de saltar o de rodear, ese brazo invisible que unas veces nos salva y otras muchas nos lanza de cabeza contra la pared de la indiferencia o de la frustración. Contra el abismo de la infelicidad, en definitiva.
En Una biblia para niños, la excepcional novela de la escritora norteamericana Lydia Millet, que fue finalista del National Book Award 2020 y que acaba de publicar en España Alianza de Novelas (AdN), hay muchas Gretas Thumberg. Digamos que, entre chicos y chicas, hay unos doce tipos de Gretas, concretamente. No son puros activistas del medio ambiente como ella, pero sí son doce niños preadolescentes que en un determinado momento y en medio de las que deberían haber sido unas idílicas vacaciones, reniegan de sus respectivos padres y se rebelan contra todo lo que la paternidad supone para ellos, dispuestos a vivir libremente o, al menos, de acuerdo con sus propias reglas y sus ideas sobre cómo debe ser el mundo y su organización. En un contexto distópico y alegórico magistralmente tratado por Millet, una especie de terrible diluvio y sus inevitables connotaciones bíblicas convierten la novela en una ficción casi fantástica (¿con tintes de realismo mágico?), y al grupo de chavales en una especie de extraña comuna de supervivientes que observan, desde su mirada incisiva, revolucionaria pero también tierna y frágil, cómo el Apocalipsis del mundo contemporáneo en el que han crecido parece haber llegado hasta sus pies y cómo sus padres, ante tal tesitura, sólo quieren follar y hacer intercambios de pareja, beber hasta perder el sentido o drogarse (que, por otro lado, es lo que se suele hacer en una Casa Rural con los amigos).
Una biblia para niños es tan buena que, además de una historia brutal y violenta (aunque llena de esperanza) como esta, tiene temas para dar y tomar y todos vienen hilvanados de manera elegante con las increíbles aventuras de estos revolucionarios y agudísimos jóvenes. Será usted y solamente usted quién juzgue las palabras y los actos que se narran en la novela, pero le aseguro que no será tarea fácil. El atontamiento de la clase media y su angustia y desesperación, las complejas relaciones entre padres e hijos, el concepto de autoridad, el de libertad, la ética y la moral, la defensa del medio ambiente, la política o la religión son algunos de los asuntos que verá usted aparecer entre las reflexiones de su joven narradora, en los agudos y vertiginosos diálogos de los chavales, entre sus actos o entre los de sus desesperados padres, para llegar con la lengua fuera a un final que también podría tener varias lecturas.
Un par de consideraciones finales/pajas mentales para seguir hablando de todo esto a la hora del desayuno y que quizás pueda resolver usted (yo aún estoy en ello) cuando termine esta formidable lectura de Millet:
¿Alguien considera, todavía hoy, que es necesario contar el mundo a los niños y adolescentes, o que aún es interesante, didáctico, entregarles una Biblia para niños?
¿Qué pasaría si dejáramos algunas cosas en sus manos? ¿Es eso posible en realidad?
Y entonces, ¿cuándo se está preparado para el mundo, para cualquier cosa?
Pero, ¿quién lo decide?
¿Y quién nos prepara, en realidad? ¿Nuestros padres?
¿Y quién les ha preparado a ellos? ¿Y a los anteriores a ellos? ¿No es, entonces, el mismo de siempre?
Y por lo tanto, ¿quién va a cambiar el mundo? ¿El hombre de ayer o el de hoy?
Y sobre todo, ¿cuándo lo va a hacer de una vez?
Y bla,bla,bla.