“La triste verdad es que los ocho mil hombres y muchachos asesinados por las fuerzas serbias en Srebrenica, las ochocientas mil personas que se cree que murieron en el genocidio ruandés de 1994, las decenas de miles que perecieron en la riada de refugiados posterior y los más de cien mil seres humanos masacrados por las fuerzas tutsis ruandesas en 1996, año en que la crisis alcanzó su punto más álgido, no fascinaron al mundo del mismo modo que lo hizo el 11 de septiembre de 2001.”
Este es uno de los fragmentos con los que comienza el prólogo de Una cama por una noche, un ensayo que trata de acercarnos a la realidad del humanitarismo, un concepto que no todos tenemos lo suficientemente claro favorecido, en gran parte, por el bajo nivel de cobertura de los medios de comunicación. O eso nos explica David Reiff, que nos muestra cómo casi todos solemos acceder al horror de las grandes crisis o emergencias humanitarias: sin ningún tipo de contexto en general. Y es que, casi todas ellas, nos son mostradas únicamente como una forma límite de sufrimiento. Y el ser humano, actualmente, y desafortunadamente, no es capaz de discernir entre lo que ocurre, por ejemplo, en Afganistán o Ruanda; ya que, para ellos, es algo cada vez más lejano y difícil de entender.
“Hasta ahora, ha habido pocas personas que estén tan comprometidas o tan impresionadas en su conciencia como para estar dispuestas a sacrificar la vida de sus seres queridos o incluso gran parte de su comodidad material para ayudar a desconocidos.” Y, de esta forma, nos habla del poder de los grupos políticos y las grandes potencias del mundo occidental, a las que no les ha interesado nunca ni intervenir en estas crisis ni concienciar a la población sobre sus consecuencias.
Estas son las premisas más importantes de las que parte Una cama por una noche, un libro que recorre el origen de las grandes crisis humanitarias, poniendo de manifiesto los principales motivos por los que, socialmente, no hemos sido ni bien informados ni concienciados para ayudar de un modo totalmente eficiente; así como estas se han puesto en entredicho por parte del mundo occidental, que pudo intervenir y puede seguir interviniendo en muchas de ellas pero que decidió mirar hacia otro lado en momentos de tremenda injusticia y muertes injustificadas.
Me ha gustado mucho cómo Reiff nos presenta, con toda la objetividad posible, un concepto tan complejo y en el que intervienen tantos actores en todo el mundo. Cómo los conflictos de intereses de las grandes potencias y organizaciones mundiales se han interpuesto en millones y millones de vidas perdidas: familias destrozadas o enfermedades y desastres naturales de las que ni siquiera la gran mayoría de ciudadanos hemos sido conscientes.
Y seguiremos sin serlo, la mayoría de nosotros, si nuestras sociedades no se encargan de educarnos en la igualdad de oportunidades y derechos. Si continuamos sin informarnos por nuestra cuenta y decidimos hacer oídos sordos. Y el autor nos previene de esto precisamente y hace un llamamiento a crear nuestra propia conciencia moral, que se construye a través de la Historia y el conocimiento del contexto de estas emergencias humanitarias.
Una cama por una noche ha sido un ensayo que me ha hecho pensar sobre la realidad del sufrimiento y dolor que afecta a millones de personas que no son tan lejanas a nosotros. Una realidad que tantos se empeñan en no ver ni aceptar. Una realidad que, quizás, conocemos en su superficie, pero no en su fondo. Y este libro me ha ayudado a comprender el contexto de diferentes desastres, su origen e historia, y también cómo han sido desvelados al mundo. La gran crudeza y dureza que plasma en cada una de sus páginas (que puede repeler a muchos lectores, pero que a mí, me ha puesto la piel de gallina), a través de las historias de injusticia, necesidad, muerte, violencia y crueldad que retrata, llena el libro de una gran carga emocional de la que es difícil desprenderse una vez acabada su lectura.
Y me quedo con esta frase, que no puede reflejar la realidad de mejor forma:
“Cualquier adulto que no comprenda que el mundo es un lugar injusto, incluso en su forma de tratar las catástrofes, es un tonto o un soñador.”