El humor, siempre que sea inteligente y empleado con astucia, es uno de los mejores alicientes que tiene un libro para que permanezca entre sus páginas. Una cena en casa de los Timmins es, por resumirlo en esta introducción, ese humor que a mí tanto me gusta y que, aunque sea en pequeñas dosis, me hace disfrutar de un libro. Pocas son las veces que yo puedo decir esto porque, en la actualidad, tendemos a acercarnos más al chiste fácil que a un humor mucho más intricado y con más fondo del que parece. William M. Thackeray nos traslada con esta nouvelle a la casa de un matrimonio que intenta mantenerse en el estatus de siempre, pero donde las apariencias marcarán los pasos para que esa cena a la que alude el título se convierta en un fracaso absoluto. Y puede que yo haya establecido aquí los principales puntos del argumento, que haya recreado aquí la historia completa del libro, pero eso sólo es en la superficie ya que, lo importante de esta obra, no es llegar al final, sino disfrutar sin concesiones de todo lo que hay en su desarrollo y que nos dirige a través de un humor negro y sarcástico por los entresijos pueriles y absurdos de la clase alta, de sus instintos, de su lenguaje e incluso de sus excentricidades. Porque hay que tener talento para hilar fino, y no sólo eso, hay que tener verdadero talento para que el humor llegue al hueco que tiene que llegar.
De un tiempo a esta parte, aquellos que como yo se paseen por las librerías en busca de nuevas lecturas que llevarse a casa, descubrirán – algunos con más o menos asombro – que los clásicos vuelven a ser reeditados para que disfrutemos de ellos. Una especie de retorno a lo que la literatura nos ha dado y que, al parecer, siempre tiende a crearnos curiosidad. Una cena en casa de los Timmins era una obra de la que desconocía su existencia, pero teniendo como referencia de calidad los títulos de la Editorial Periférica no pensé mucho a la hora de llevarme a casa este título. Hay oportunidades que no pueden dejar escaparse. Y leer a William M. Thackeray, al menos en esta obra, es una suerte a la que todo el mundo está invitado a participar. Pocas son las veces, ya lo decía antes, en las que el humor es utilizado con el necesario talento como para que nos resulte atractivo y aquí, en esta sátira sobre las apariencias y las buenas costumbres de las clases altas, es muy posible que nos veamos convertidos, por arte y gracia de las letras, en este matrimonio que se encuentra con una cena que realmente no quieren dar y que será un completo desastre de no solucionarse los problemas de organización que han surgido. Un argumento que, si lo pensamos bien, no deja de ser sencillo pero que, precisamente por eso, da mucha más calidad a lo que leemos porque es curioso cómo se traduce en un divertimento aquello que leemos cuando está bien narrado.
¿Quién no ha vivido en sus carnes las ganas de aparentar de alguien? ¿No somos acaso el ser humano, el único animal que tropieza tantas veces en la misma piedra que al final hace que la Historia se repita? Una cena en casa de los Timmins es ironía, es esas ganas de entretener cuando nos vemos inmersos en un transporte público abarrotado, es el sarcasmo y el humor negro, es el absurdo unido con la realidad, es todo lo que William M. Thackeray quiso para que los lectores nos sintiéramos avergonzados de nosotros mismos. Porque de eso se trata, al fin y al cabo. De usar la sátira para dar a conocer los entresijos de la estupidez humana. Y en esta nouvelle lo que de verdad es relevante no es su final o su comienzo. Lo que de verdad importa en esta obra es esa capacidad de vernos reflejados en las páginas a pesar del tiempo que haya transcurrido. Porque los clásicos, como suele decirse, nunca mueren y, en ocasiones, están más vivos que nunca – por mucho que nosotros nos empeñemos en negarlo -.