Olvídate de la típica novela juvenil donde chico conoce a chica, surgen problemas, se solucionan dichos conflictos y finalmente el amor triunfa. Si por algo destaca toda la nueva literatura adolescente es por el hecho de salirse del esquema en el que ha estado anquilosada durante años. Enfermedades mentales, sexualidades no normativas, crítica social, estructuras familiares de diversa índole y finales poco complacientes con el lector pero acordes con la naturaleza de la historia que se cuenta. La nueva ola dentro del Young Adult dista mucho de ser un género domesticado que no mueve ni remueve conciencias. Tras todas esas portadas de colores llamativos y tipografías desbordadas nos están llegando historias en las que los protagonistas dejan de pertenecer a una idea anticuada de narrativa fácil. Lejos del folletín al que nos tenían acostumbrados, estas historias nos están preparando para un mundo que cambia en todo momento. Para una realidad que modifica todo cuanto la define, para presentarse como algo nuevo. La última novela de John Corey Whaley publicada por Biblioteca Indie (la línea juvenil de Alfaguara) viene a demostrar todo lo que acabo de comentar. No hay villanos, ni giros inesperados, ni bailes de fin de curso. Porque, seamos sinceros, ¿pueden los bailes de fin de curso estar más ajenos a nuestro día a día? Sin embargo, estos personajes se enfrentan a la enfermedad de uno de ellos. Algo que los absorbe y los convierte en adultos a pasos forzados. Puede que la novela que hoy trago respete eso de “chico conoce a chica” pero a partir de ahí, nada es lo que parece.
Solomon Reed sufre una agorafobia severa debido a sus ataques continuos de ansiedad. Puede que la verdad esté ahí fuera, pero él no piensa salir de los límites de su propiedad. Exactamente, ¿con qué fin? Tiene unos padres que le dejan una libertad absoluta. Estudia desde casa y puede compaginar su tiempo libre entre reposiciones infinitas de Star Trek y videojuegos. Nada de lo que sucede dentro de su diminuto universo puede salir mal. Hasta que llega ella. Y es que Lisa Praytor es la contrapartida absoluta de Solomon. Ella quiere salir del pequeño pueblo en el que ambos viven y su ticket para volar lleva el nombre del Solomon escrito en él. Para entrar en uno de los más prestigiosos programas de psicología del país debe elaborar un trabajo sobre sus vivencias en primera persona con una enfermedad mental. Para ello tendrá que ingeniárselas para entrar dentro del microuniverso cerrado a cal y canto en el que el chico agorafóbico vive. Todo se complica cuando entra en escena Clark, el novio de Lisa, ya que poco a poco éste va convirtiéndose en el mejor amigo que Solomon jamás pudiera soñar. Aunque ambos guardan un secreto: mientras Clark no puede revelar el verdadero motivo de Lisa para entrar dentro del mundo de Solomon, éste no puede contar lo que empieza a sentir por Clark. Y es que Solomon es un personaje complejo y único en el que se dan lugar tantas facetas que uno no puede más que encariñarse con él y preguntarse qué sentido tiene arreglar aquello que no está roto.
Una conexión ilógica ahonda en el hecho de vivir con la enfermedad mental. El autor, que durante años sufrió los mismos ataques de ansiedad que su personaje, ha sido capaz de darle una dimensión auténtica a esos pasajes en los que los ataques se manifiestan. Y le otorga a Solomon el espacio necesario en la novela para que exprese su visión de sí mismo y del mundo teniendo en cuenta la enfermedad que sufre. Y es aquí donde la novela gana enteros. Encontrar en una historia destinada a un público juvenil un retrato creíble de una persona que sufre una enfermedad mental es digno de mención. Y lo que es más importante, Solomon sufre una dolencia pero no está definido por ésta. Hay muchas más parcelas de identidad en él. Es un nerd, es gay, es divertido, es empático y deja que lo nuevo entre en su vida. Todas estas capas confluyen en su persona y le empujan a querer mejorar. Y es que si me quedo con algo de toda esta historia maravillosamente narrada es que al final del día uno tiene que ser quien es. No puede fingir ante los demás y mucho menos ante sí mismo. Cualquiera que sea la forma en la que nos manifestamos en este mundo, uno debe dar lo mejor de sí y dejar de pedir disculpas por existir. Todo una declaración de intenciones que nadie debería olvidar.
Empecé a leer esta historia con miedo. De algún modo me parecía atractivo este mundo escondido en las paredes de la casa del protagonista. No salir. Olvidarse de todos y rezar para que todos te acaben olvidando. Pero la historia no se detiene y no es complaciente con aquellos que quieren quedarse en su zona de confort. Cuando le abres la puerta al cambio, cuando decides dejar entrar algo nuevo, todo lo que conocías puede transformarse. Creer que no necesitas a otra persona. Creer que ya sabes de qué va esto de la vida. Creer que no estás hecho para que alguien se enamore de ti. Todas esas artimañas estúpidas para no exponerse al dolor y, por ende, a la vida. John Corey Whaley acaba dándote una lección al acabar su novela y consigue que te atrevas a ver qué hay más allá del mundo que te conoces al dedillo.