Paso muchas horas al día escuchando la radio, soy una gran aficionada. Hay veces que solo son sonidos de fondo que acompañan, pero hay ocasiones en que me atrapan y me arrastran a la conversación o al relato. Es como en la literatura, no siempre una buena historia te llega a interesar, siempre dependerá de que una mano brillante te la haga interesante. Decía Iñaki Gabilondo que quien le conocía por la televisión en realidad no le conocía, pero que quien había llegado a él desde la radio le podía conocer bastante bien. Supongo que eso es lo que me hace más fiel a los programas de radio que a los de televisión.
Una mañana, no recuerdo si era sábado a domingo, andaba escuchando el programa A Vivir… De Javier del Pino y me atrajo poderosamente una voz de mujer que relataba una historia, su historia, su vida. Me pareció increíble, como para escribir un libro… Lo que no supe hasta un poquito después es que esa mujer era Tara Westover que hablaba, precisamente, del libro que acababa de escribir, Una educación. Ahora que lo he leído no me queda más remedio que volver a decir que no hay mejor historia que la que cuenta uno mismo sobre su vida, cuando esa vida supera con creces cualquier ficción que podamos imaginar sobre las relaciones familiares y la necesidad del esfuerzo personal para superar las situaciones más difíciles.
Pero para escribir sobre superación e historias familiares que me atrapen, no basta con dejar el alma y la piel en el papel escrito, hay que hacerlo con fuerza y delicadeza, con pasión y con cierto distanciamiento, con maestría y oficio literario. Tara me había ganado con el tema y con la conversación, faltaba ver como trasmitía en negro sobre blanco, de qué manera utilizaría el lenguaje para convertirlo en alegría, felicidad, dolor, sufrimiento, tristeza, decepción, empeño…, hablamos de transmitir sentimientos, una de las cosas más importantes pero también de las más difíciles que nos aporta la literatura.
La autora no me ha decepcionado en absoluto, todo lo contrario, creo que a su vida excepcional hay que añadir lo buena narradora que es. Hablar en primera persona puede ser en ocasiones un buen recurso literario, en este caso era pura necesidad, y he de decir que creo que ha superado con creces las expectativas que tenía.
Tara Westover, nació en Idaho, en 1986, en el seno de una familia mormona, pasó su infancia en las montañas junto a sus seis hermanos y sus padres, que eran seguidores de creencias apocalípticas, y conspiracionistas. En esas montañas vivían rodeados de una comunidad, también mormona que eran el tipo de personas con los que se relacionaban.
Creen en la medicina natural por lo que no van al médico, ni están vacunados, ni toman medicinas. No creen en el Estado, o mejor dicho piensan que el Estado todo lo hace para contralarnos; así pues, tampoco van a la escuela, ni constan inscritos en el Registro Civil. Así que la primera vez que nuestra protagonista, Tara Westover, entra en un aula, es a los 16 años y lo hace para hacer un examen de acceso a la Universidad…
¿Qué le lleva a ese examen?
¡La música!
Cada cual tiene en vida algo que le motiva, que le empuja a conseguir dar más pasos para avanzar, siempre hay algo de lo que queremos más. Ella solo quería cantar pero en la Universidad descubrió el Holocausto, y con él llegó su interés por la historia, y por los historiadores. Ese mismo interés ha despertado ella en mí, interesarme por quienes me cuentan la historia, volver a retomar mis viejos libros y ver quienes eran los autores… De todos los libros se aprende.
La familia vive en principio de un negocio de chatarra en el que trabajan el padre y todos los hermanos desde que tienen edad suficiente para andar. La madre se inicia como partera y herbolaria, pronto será muy reconocida entre los suyos dada la escasez de estas especialidades entre la comunidad mormona.
Me ha gustado como nos muestra la autora a su familia, su vida, su entorno, las relaciones entre ellos, y sobre todo me interesan mucho como hace avanzar al personaje principal, la profundidad se da a sí misma, pero también como logra hacernos un retrato excepcional de sus padres y de algunos de los hermanos, especialmente de Shawn, del que sufría abusos físicos y emocionales mediante golpes, vejaciones, insultos y amenazas de muerte reiteradas. Así lo ha contado para los medios de comunicación:
“… lo que rompió mi familia no fue ni el radicalismo, ni la ideología, ni la religión, sino la violencia de mi hermano … Él no podía soportar verme crecer para ser una mujer, regularmente me llamaba ramera. Cada vez que me lastimaba, siempre se disculpaba después. Trató de decir que era solo un juego que no pretendía dañarme, y me hice creer que era verdad. Tras mi proceso formativo conseguí una independencia de pensamiento tal que fui capaz de interpretar de forma diferente lo que ocurría en mi familia. Eso hizo que me resultase prácticamente imposible aceptar la interpretación que tenían mis padres y otros hermanos con respecto a su comportamiento…”.
Hoy, aquí, una chica medianamente informada hubiese detectado una situación de malos tratos, o cuando menos anómala, esa es la importancia de que el sistema educativo sea capaz de educar contra la violencia y en igualdad. Detectar estas situaciones es imprescindible para una sociedad sana.
Hoy, Tara Westover vive en Londres, tiene un doctorado de Cambridge y una beca en la Universidad de Harvard. Luchar por una educación ha sido fundamental, porque como dice la autora “La historia de mi educación y la historia de mi familia están ligadas. Nuestros padres nos criaron en el aislamiento y la educación es precisamente lo contrario. Conseguir esa educación, entendida en un sentido amplio de autocreación, te cambia como persona, te da acceso a distintas ideas, perspectivas, opiniones, que utilizas para decidir lo que piensas, para ir conformando un criterio. Para mi familia ese tipo de cambio, esa nueva yo con ideas propias fue imposible de aceptar”.
He dedicado unos días, tras la lectura del libro, a leer todas las entrevistas que he podido conseguir, y cuanto más leo lo que dice, más interesante me parece esta mujer, tiene un gran futuro, como escritora si ella quiere, pero sobre todo como divulgadora, sabe llegar a la gente, porque entiende lo importante que es “que la educación no se convierta en arrogancia. La educación siempre debe ser una expansión de tu mente, una profundización de tu empatía, una ampliación de tu perspectiva. Nunca debería endurecer tus prejuicios”. Mientras ella lo crea, y lo trasmita con ese entusiasmo estará cerca de todos aquellos que la quieran escuchar.
Ella tenía una familia a la que quería, una familia que también la quería, ella tenía una familia que ha perdido, pero ganarse a uno mismo, por doloroso que resulte, siempre es ganar…
Un libro absolutamente recomendable para todos los públicos, una lectura para compartir entre padres e hijos adolescentes, educadores, profesores, … Un libro exquisitamente narrado y de lectura entretenida que nos ha de llevar indefectiblemente a la reflexión.
Ya ven, yo tampoco he salido indemne de esta lectura.
Este lo empecé y no lo terminé, pero no porque no me gustara, porque me estaba interesando mucho, así que seguro que lo retomaré en cuanto recupere el ritmo de lecturas, y aprovecharé para volver.
Por lo que cuentas, me está recordando a aquel libro que leímos juntas de La hija extranjera, al menos en la parte de que en este tipo de familias, al final, el miembro familiar que no se identifica del todo, tiene que elegir, e incluso romper o casi. Esto tiene mucho mérito, sobre todo cuando lo normal es más bien encontrarnos con hijos adultos con vidas independientes, en la que por ejemplo acaban votando lo que votaban sus padres. Algo bastante sospechoso, jeje.
Otro abracico