Ella entra. Sobre fondo negro, un foco ilumina un piano situado a la derecha; en el lado opuesto, un robusto escritorio de madera, y sobre él, una lámpara de estudio con su bombilla encendida, varias hojas llenas de anotaciones y algunos viejos libros con la encuadernación desgastada. Ella, apoyada en la silla junto al escritorio, mira al público. Lleva un vestido verde y camisa blanca y sostiene un bolso de piel en su mano derecha. Habla:
«Cuando me pedisteis que hablara de las mujeres y la novela me puse a pensar qué significarían esas palabras. […] quizá significaba las mujeres y su modo de ser; o las mujeres y las novelas que escriben; o las mujeres y las fantasías que se han escrito sobre ellas».
Virginia Woolf se plantea estas cuestiones en una conferencia que ofrece a estudiantes de colegios femeninos de Cambridge. Es 1928, han pasado tan solo nueve años desde que se le ha concedido el voto a la mujer y decide escribir un manifiesto feminista y obra capital para entender algunas cuestiones que atañen a la historia literaria: Una habitación propia.
Tengo muy presente la sensacional adaptación teatral que se ha hecho sobre esta obra con dramaturgia y dirección de María Ruiz y una sublime interpretación de Clara Sanchís en la piel de Virginia Woolf. El respeto máximo por el texto original y aún más, la asombrosa capacidad para captar el sagaz humor y sarcasmo de la escritora inglesa por parte de la actriz, hacen que releer Una habitación propia haya sido una experiencia más placentera si cabe. Deleitar y enseñar, conceptos tan grecolatinos, es lo que permite una lectura más profunda de este libro. Rasgar más allá de su superficie y encontrar en ella, ya no solo el libro escrito por una mujer, sino la necesidad de saber por qué no escribieron más mujeres; por qué no es posible encontrar más literatura escrita por mujeres. Robando parte del embrujo de Walt Whitman cuando define su Hojas de hierba, diré que esto no es un libro; quien toca esto, toca a muchas mujeres.
En efecto, a través de este libro serán muchas las referencias a otras obras de mujeres que irán saliendo. El texto de Virginia Woolf se desarrolla mediante una simulada conferencia basada en las charlas que ofreció en los colleges femeninos ingleses. En Una habitación propia va a intentar ofrecer una conclusión real de por qué las mujeres no figuran como autoras en los lomos de los libros antes del siglo XVIII. Hace un alegato feminista del todo necesario cuando reclama covencida que lo que la mujer necesita es independencia económica y un cuarto propio. Algo impensable para el género al que tan solo nueve años antes de este libro ni siquiera se le permitía votar. Virginia Woolf lo tiene muy claro: «Entre el voto y el dinero, yo prefiero el dinero». Y no le falta razón. La independencia económica permite a la mujer no depender de su marido para poder subsistir y poder así elegir libremente sus ocupaciones.
Una novela que permite apreciar diversos modelos de mujeres representadas en las cuatro hermanas y en la madre es la escrita por Louisa May Alcott. Se trata de Mujercitas y en ella, el personaje de la hermana mayor, Meg, cita una frase que incomoda por la verdad que soporta: «Para ganar dinero un hombre tiene que trabajar y una mujer tiene que casarse». Hasta entrado el siglo XVIII, este parecía el único modo de que una mujer pudiera disponer de algo de dinero y, como denunciará Virginia Woolf, ni tan siquiera podrá tener control sobre ello, ya que será su marido quien administrará la economía.
Un capítulo muy destacable de Una habitación propia es en el que su autora, harta de leer manuscritos, ensayos y demás libros académicos escritos por hombres en los que se asegura que ninguna mujer podría jamás tener el talento de Shakespeare, juega y nos hace partícipes de una posible realidad en la que el escritor inglés tuviera una hermana, una tal Judith, por ejemplo. Ella comparte con su hermano el mismo fuego creador, la misma pasión por el teatro y la poesía. ¿Creéis que podría demostrar su talento en la época de William Shakespeare?
En su ensayo, Virginia Woolf sigue buscando los motivos de por qué no hay apenas información del estilo de vida de las mujeres, de sus pensamientos, testimonios suyos propios. Todo cuanto encuentra son escritos realizados por hombres: lo que opina fulano, lo que critica mengano, las ideas sobre el comportamiento femenino de otro tal X y así una larga lista de libros que pocas dudas le esclarecen. Siglo tras siglo de historia en la que la mujer es ninguneada o mal reflejada por el otro sexo. Tendrá que esperar, mejor dicho, todos debemos esperar hasta el siglo XVIII para encontrar mujeres escritoras de un modo más constante. Fue durante el Siglo de la Razón cuando surgieron los Salones Ilustrados, lugares donde se juzgaban y criticaban las obras literarias. Una figura muy importante de estos salones fue Madame de Staël, cuya obra Alemania supuso la ruptura romántica con el neoclasicismo francés. Otras mujeres destacables de esta época serán Fanny Burney, que con Camilla abrirá el camino a las grandes novelistas del XVIII: Jane Austen, las hermanas Brönte y George Elliot.
¿Por qué novelas y no teatro o poesía? Una sencilla razón que subyace en la intención de este libro: porque la novela permite mayor distracción cuando son interrumpidas. Ninguna de estas mujeres tuvo un cuarto propio donde poder escribir a solas. El estilo de vida social y de cuidar el decoro las obligaba a escribir en las salas de estar, lo que suponía continuas interrupciones y distracciones. Un texto muy interesante que también destacaré en este repaso que ofrece el libro de Virginia Woolf es Mujeres y libros, de Stefan Bollman, en cuyo capítulo “La declaración de independencia de la lectora: Jane Austen” se esboza un fiel reflejo de las inclinaciones de la genial autora de Sentido y sensibilidad por la novela y los hábitos de lectura que se impuso en su época y que tanto éxito causó entre las mujeres.
Las distracciones; las interrupciones; las críticas por parte de los hombres asustados y enfurecidos al ver que las mujeres pudieran tener talento; leer citas como: “Una mujer que compone es como un perro que anda sobre dos patas: no lo hace bien, pero ya sorprende que pueda hacerlo”. Creo que era necesario el libro que escribió Virginia Woolf.
Al piano, Clara Sanchís, mimetizada en la escritora inglesa, toca un fragmento de una pieza de Bach. Las manos golpean con furia las teclas que llenan de música embravecida la sala. Las notas se van volviendo más lentas y melódicas hasta que la música se apaga. Se supone que debe dar una perorata final que resuene por siempre en los cimientos del patriarcado y recuerde la memoria de tantas mujeres ninguneadas a lo largo de la historia. La solución, insiste, pasa por la independencia económica y la posibilidad de disponer de una habitación propia para escribir y pensar, porque sus pensamientos son los que nunca le podrán arrebatar. Cierro el libro; en el escenario la luz se apaga. Y ella sale.
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