Si hay una edad peor que la adolescencia, es precisamente la de los años anteriores. En la adolescencia, por lo menos, a pesar de nuestras crisis de identidad, de no saber quiénes son nuestros amigos, qué queremos, a pesar de enemistarnos con nuestros padres, de llevarnos traumáticas decepciones con el amor, y de sentir que hay una conspiración universal contra nosotros, a pesar de todo ello, somos fuertes, descubrimos la independencia, sabemos muy pero que muy bien todo lo que podemos hacer con nuestro cuerpo, y nuestra capacidad de aguante en esos años nos maravillará al recordarla con flácida nostalgia en nuestra madurez.
Pero los años que preceden a esa edad terrible e inolvidable, ¿qué nos pueden ofrecer? Un cuerpo que se nos escapa por las perneras del pantalón, un ridículo bigotito que odiamos pero que nos negamos a afeitarnos hasta que un día vamos al cole con el colacao pegado a los pelos, miedo al matón del barrio, incapacidad de controlar nuestras lágrimas y pánico a enrojecer. No sé si vosotros vivisteis así esos años, pero tanto yo como Antoine, el protagonista de esta excelente Una hermana, sabemos muy bien de lo que estamos hablando.
Algo tiene el verano, que multitud de historias de iniciación transcurren en esa época. Esos meses, que los mayores piensan están repletos de juegos sin fin, despreocupación y felicidad absoluta, pueden ser, en ausencia de los amigos que forman nuestro mundo, de un tedio y una soledad demoledoras. Y es entonces cuando sucede aquello, cuando aparece aquella persona, y de repente todo cambia.
En la vida de Antoine quien aparece es Hélène, hija de una amiga de su madre que acaba de sufrir un aborto. Oyendo la conversación de sus padres, Antoine descubre que también su propia madre sufrió un aborto antes de que él naciera. Podría, pues, tener un hermano mayor… o una hermana, y ésta tendría la misma edad que Hélène.
Hélène ha superado los miedos y las vergüenzas que, imagino, también sufren las niñas en su preadolescencia. El dolor que siente ahora, tras el aborto de su madre, la ha arrancado para siempre del mundo de la inocencia, y se refugia de ese dolor fumando, bebiendo, yendo con chicos y pasándose las horas muertas watsapeando, consciente de que no está haciendo nada que no hagan los mayores. Pero la aparición en su vida de Antoine y de su hermano pequeño Titi la va a marcar de forma tan profunda como ella marcará la de él.
Bastien Vivès ha creado en Una hermana, esta sencilla pero extraordinaria novela gráfica, un retrato sincero, tierno y sin un ápice de sentimentalismo, de una etapa en nuestra vida que, quizá, determina nuestro porvenir de forma más decisiva que la tan cacareada adolescencia. Con un estilo inconfundible en el que los rostros son apenas un puñado de curvas y una sombra, el autor nos muestra un pedazo (en todas sus acepciones) de vida, una historia de miedo, soledad, sexo, amistad, descubrimiento, muerte y, sobre todo, esa intensidad con la que vivimos apenas un puñado de momentos de nuestra vida.